Bernat Nadal (Sóller, 1746-Palma, 1818) «comprendió que existía una Mallorca distinta a la del relato conservador; había nobles, eclesiásticos y clases ilustradas que aspiraban a transformar la sociedad de la isla». Pere Fullana defiende esta opinión con conocimiento de causa. Acaba de publicar junto a Valentí Valenciano el libro Bernat Nadal i Crespí, un bisbe d’inspiració lul.liana, con el que pretenden divulgar la figura del prelado solleric, que fue uno de los grandes defensores de las posturas más liberales en la Constitución de 1812.

Fullana no duda en considerarlo junto a los también titulares de la diócesis Miquel Salvà i Pere Joan Campins como tres patas, las tres mallorquinas, que promueven desde la sede episcopal una profunda transformación social. «Campins trajo a Gaudí y eliminó, entre otras reformas, el coro de la nave central de la catedral. El objetivo era acercar el pueblo a las celebraciones. Esta opción ya había sido barajada por Nadal casi un siglo antes».

Bernat Nadal era hijo de un molinero de Sóller. Su inteligencia llama la atención de personajes poderosos de las élites mallorquinas que apoyan su carrera, «probablemente la familia Descatlar», supone Fullana. Desde muy joven se forma en la Universitat Lul·liana i Literària de Mallorca y llega a ser rector del Col·legi de la Sapiència. Posteriormente se traslada a Madrid donde trabaja para varios ministerios como hombre de confianza del conde de Floridablanca. Domina una decena de idiomas, –griego, hebreo, portugués, italiano, inglés, francés y alemán y latín, además de castellano y catalán-. Su capacidad políglota le convierte en una persona muy útil para las tareas de Estado. También mantiene relaciones directas con Manuel Godoy, favorito de Carlos IV entre 1792 y 1998.

Placa dedicada al prelado 'solleric'.

Sin embargo, explica Fullana, su llegada a la capital no es casual, en aquella época existe una colonia de mallorquines muy influyentes en Madrid. El más destacado es Miguel Cayetano Soler (1746-1808), ministro de Hacienda tan eficiente en su tarea de evitar la bancarrota del Tesoro como impopular por las medidas que adopta, el impuesto del vino sobre todas las demás.

En 1794, Nadal se convierte en obispo de Mallorca, gracias, entre otros motivos, a que su posición en Madrid le sitúa en el nexo de unión entre la corte española y el Vaticano.

Su liberalismo no es una rara avis entre el clero de la época. Sin embargo, Nadal suma cualidades que no poseen otros correligionarios: «Es una persona abierta, que lee el presente y vislumbra el futuro. No es un revolucionario, pero sabe qué cosas deben cambiar y este cambio no le amedrenta». Además, quienes piensan cómo él entre el clero de la época carecen de sus «habilidades sociales».

Pere Fullana y Valentí Valenciano muestran la portada de la biografía sobre Bernat Nadal.

Las Cortes de Cádiz

Aunque se suma tardíamente a las Cortes de Cádiz, su participación es determinante en algunas decisiones trascendentales para convertir la Constitución de 1812 en un ejemplo de modernidad y liberalismo. Cuando se traslada a la ciudad andaluza, se convierte en el contrapeso del muy conservador y absolutista rector de Sant Nicolau de Palma, Antoni Llaneras.

Es una persona de consenso. Nadal participa en los debates para eliminar la Inquisición, cuestión que le granjea enemistades profundas entre los absolutistas. «En la Mallorca de 1811, la Inquisición tenía unos cien empleados. Pese a que se trata de una institución podrida, reporta grandes beneficios a un grupo poderoso de la sociedad isleña».

Otra cuestión que le granjea enemistades es el impulso de cambios que modifiquen el sistema de castas sociales nacido del feudalismo y mantenido hasta el siglo XIX. La reforma obliga a romper con la estructura de propiedad que fomenta la desigualdad.

Es un convencido promotor de la libertad de imprenta y se convierte en el primer obispo mallorquín que ordena sacerdotes xuetes, incluso con la oposición de amplios sectores de la diócesis. Cree firmemente en la educación para combatir las desigualdades sociales y publica un catecismo en mallorquín, que se transforma «en una herramienta para educar, para alfabetizar; Nadal incluye en este proceso a las mujeres, que aprenden a leer a través del catecismo», recuerda Fullana. «En su cabeza no solo está la Iglesia, también la sociedad».

El retorno en 1814 de Fernando VII y su abrazo del absolutismo amargó los últimos años de la vida de Nadal. «Se refugió en Sóller esgrimiendo motivos de salud. Lo cierto es que se frenan muchos de sus proyectos modernizadores». En su pueblo natal, se relaciona con gentes del mundo del arte, efectúa obras en su casa y produce aceite. Los conservadores orquestan una campaña de desprestigio contra Nadal y le someten «a un juicio mucho más estricto que el padecido por otros prelados sobre lo que son bienes de la diócesis o de su familia».

Educado en el pensamiento de Ramon Llull, quiso ser un obispo alineado con el legado del beato mallorquín: sabio, culto, coherente y un buen pastor. «Directa o indirectamente –concluye Fullana–, es muy luliano».