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El gallinero | Con sello propio

Porucs, mezcla perfecta.

Estrenan compañías locales, contra todo y en plena pandemia. Tras el titular distópico se esconde un esfuerzo colectivo, un atraco a mano armada al tiempo que probablemente podrían dedicar a tareas más lucrativas. Se agradece. La Impaciència, 10 cèntims y Dispersas vuelven a los escenarios. Un punto y seguido, más o menos, en el primer caso, y dos reencuentros. Sellos propios, en todo caso, inconfundibles.

La primera ha llevado Jose Mari al Teatre del Mar. Lleno-Covid los tres días de función para asistir a una gamberrada marca de la casa. Subversiva, descarada, soez, delirante, sociopolíticamente acusadora, por supuesto. El ‘sistema’ es una mierda y ellos lo saben. También son conscientes de que ante la impotencia, siempre nos queda el humor; por eso es mucho más ‘marxiana’ (de los Hermanos) que marxista. Salvador Oliva (que también la ha escrito) Xavi Núñez, Rodo Gener y Luís Venegas se meten al público en el bolsillo en los primeros minutos de esta rocambolesca historia de perdedores –recuerdan por momentos a los de Conor McPherson (vaya piropo se me ha caído)– en busca de una tabla de salvación, muy loca, en tiempos de crisis profundas. Alguna escena durante la espera hacia el desenlace final se me hizo larga y a ciertas conexiones argumentales les faltan hilos. Por lo demás, pasen, vean y ríanse encima.

En el mismo espacio del Molinar, estrenaron Porucs la semana pasada Irene Soler, Xisca Puigsever y Lluís Valenciano (10 cèntims). Vuelven, con el apoyo de El pont flotant a ese ejercicio tan complejo que supone hablar de ellos mismos. En este caso el desnudo integral presumo que ha sido catártico. En todo caso, se percibe muy trabajada la pieza y al espectador le llega con una mezcla perfecta de nostalgia, rabia, comicidad y espíritu de superación. Los tres tienen vidas que vale la pena contar (en especial Puigserver) y lo cuentan bien, cuidando las transiciones, intercalando con acierto los distintos ramales del relato global. Merece girar el montaje y merecemos que sigan haciendo teatro, de manera más frecuente si puede ser.

Marian Vilalta, Mònica Fiol y Maria Rotger, además de Dispersas son valientes. Recuperar con Radio Fémina el fantasma de Elena Francis – trasunto femenino del nacionalcatolicismo franquista– y contraponerlo a emblemas de la lucha de género como Clara Hammerl, George Sand o Aurora Picornell es un puntazo, y una apuesta arriesgada también. Ellas lo hacen tirando de pedagogía, de denuncia, sin dar nada por sabido y a través de un formato basado en intercalar las escenas con cortometrajes que enmarcan, sitúan y hacen avanzar la trama, pero que en alguna ocasión también rompen el ritmo. A los que ya conozcan cómo se construyó el mito del consultorio socio-sentimental quizá les parezca algo esquemática la propuesta; para los que no, puede ser una revelación.

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