Conviven en una tensa calma en la pintura de Bel Fullana (Son Carrió, Mallorca, 1985) la actitud de la anacoreta retirada del mundanal ruido y la ficción de un mundo erótico y festivo, de estética callejera, absorbida de multitud de músicas y músicos urbanos que también son instagramers. «Hace un año, en el proyecto que presenté en Art Rotterdam con la galería Fran Reus, empecé un tipo de piezas que están centradas en elaborar una representación de la cultura urbana que veo en las redes sociales», explica la pintora. «Mis personajes incorporan esas tendencias contemporáneas que están en internet y que propugnan ahora mismo cierto regreso a una estética futurista de los 90, tipo Matrix», explica. El trap y toda la concepción que hay detrás de una «música hecha aparentemente con cuatro recursos» despiertan un profundo interés en Fullana, «ahí hay toda una filosofía y una manera de estar en el mundo», considera.

La pintora expone estos días en la colectiva Hey! It’s happy hour time! de la galería Fran Reus de Palma. Participa con una pieza donde representa a «dos mujeres perreando, dos perreadoras», en cuya actitud es posible que un alto porcentaje de visitantes vislumbre un potente «empoderamiento femenino». Fullana se considera feminista, pero insiste en no querer influir en las lecturas de sus cuadros. «No todo ha de pasar necesariamente por lecturas feministas estrictas o extremas», sostiene.

Bel Fullana, lo urbano digital hecho pintura

La artista se define como pintora y se encasilla conscientemente en esta categoría. «Me siento muy cómoda en ella. Pero reconozco que me gustaría tener más recursos. Por ejemplo, me encantaría hacer 3D», confiesa. En la Nit de l’Art de 2019, el Solleric acogió una instalación, una experiencia en vivo y en directo de sus cuadros, una suerte de pintura expansiva (Club Miseria) hecha acción, un proyecto que comisarió Tolo Cañellas, y una senda que desearía desarrollar.

Bel pasa muchísimas horas en su taller de Son Carrió. «Soy un poco ermitaña. Siempre he sido muy independiente y nunca me he sentido involucrada con el mundo del arte. Yo estoy comprometida con la pintura», cuenta. «Tengo galería, proyectos, pero estoy siempre en casa. Pinto lo que me apetece, como un niño pequeño, con su frescura frente al papel en blanco», comenta. La suya es una pintura aparentemente naif (cada vez lo es menos) pero cargada de conceptos e ideas.»¿Conoces a Grimes o a Yolandi Visser? Tienen esa dicotomía que parecen ángeles pero tienen un parte oscura. Creo que yo también soy así y mis pinturas».

«Vivo apartada en medio de la naturaleza, siembro cactus, pero pinto esta suerte de tías apocalípticas que son como superguerreras y que tampoco sé muy bien contra qué o quién luchan», explica. Esta serie de pinturas de mujeres tatuadas que van armadas y sobre patines son las que presentará a mediados de enero en la galería Allouche Benias de Atenas. «Ahora he introducido tatuajes, pero empecé poniendo stickers y filtros en el proyecto de Rotterdam. Me llama la atención toda esta cultura digital y virtual y cómo nos relacionamos con ella». Bel lo hace desde los pinceles analógicos y unos colores saturados pasados por el autotune.