La literatura ha servido a multitud de autoras como espacio de reflexión y pensamiento. Este es el caso de Lluvia Beltrán (Madrid, 1976), una escritora que trata de poner a los lectores y lectoras frente al espejo de la realidad para examinar sus cicatrices y especificidades.

Leer sobre feminismo le llevó a escribir este libro. ¿Por qué? 

Hace unos años empecé a escribir una historia inspirada en el 15-M porque fue un momento importante. Vi en la televisión a un grupo de mujeres que reivindicaban el feminismo y tenían el lema de «el futuro será feminista o no será». En ese momento no lo entendí y empecé a leer sobre ello. A raíz de todo este aprendizaje quise escribir sobre feminismo. Recuperé esa historia y fue una excusa para cambiar la temática de mis novelas.

La insurrección y las cicatrices son los dos conceptos claves para entender este relato.

El eje fundamental son las cicatrices porque la protagonista tiene una en la cara que le condiciona en su forma de ser. También se habla de aquellas que son invisibles, como los traumas o las experiencias vividas. El título se me ocurrió al haber terminado el primer manuscrito. Estaba buscando palabras que definieran a las protagonistas y me topé con el concepto de insurrecta, que define muy bien su actitud.

¿Se está recuperando el espacio de reflexión sobre estos temas o estamos retrocediendo?

Sí. Cada vez hay más conferencias, charlas, diálogos o libros que están escritos por mujeres y van dirigidos a mujeres. Es necesario reflexionar sobre temas como la brecha salarial, la igualdad o el lugar de la mujer. De dónde venimos y cuál es el cambio que estamos viviendo. Lo importante es tomar consciencia de que hemos estado invisibilizadas durante muchos años y que nos faltan algunas referentes. Muchas de ellas nos habían sido ocultadas. También creo que es necesario que los hombres participen porque la igualdad nos beneficia a todos.

¿Hablar sobre las cicatrices es un proceso doloroso? 

En este libro salí de mi propia historia porque yo no he vivido la situación en la que se ve envuelta la protagonista. Tengo otro tipo de cicatrices relacionadas con la discriminación o los micromachismos. No lo quise vivir como un proceso intimista porque quería contar una historia ajena. 

La ciencia ficción feminista tiene grandes referentes como Úrsula K. LeGuin o Rosa Montero, entre muchas otras. ¿Qué le aporta este género?

Empecé a escribir distopía hace unos años al darme cuenta de que todos aquellos libros que había leído tenían ese punto común. Empecé a imaginar un mundo extraño sobre mujeres que viven apartadas. De ahí surgió este relato sobre la involución de los derechos de las mujeres y cómo reaccionaban ellas.

La protagonista llega a un lugar desconocido que supone un aprendizaje radical en su vida. ¿Tiene relación con su entrada en el feminismo?

No lo había pensado así, pero tiene mucho sentido. Se trata de una mujer inocente y benévola que no ha sufrido tanto y llega al campamento, un lugar donde se da cuenta de todo lo que han sufrido las mujeres que viven allí. También está la parte en que ella intenta hacerles entender que existe gente con intención de cambiar la situación. 

Las contradicciones son una constante en sus personajes.

Sirven para cuestionarnos la realidad. Muchas cosas que creíamos verdaderas igual no lo son tanto. Nos hacen humanas porque te obligan a entender a las otras. Intentamos ser de una manera y lo estamos forzando, y ahí es cuando surgen estas contradicciones.

¿Para qué le ha servido este libro?

Sobre todo para aprender. Durante la escritura hice un curso de corrección de textos y me sirvió para pulir el estilo. También el contacto tan cercano que he tenido con la editorial me ha sido útil para conocer otros puntos de vista y detectar fallos que pudiera haber. Como escritora he notado una evolución considerable, no solo en temas estilísticos sino también en la mentalidad. Todo lo que rodea este libro es peculiar.