Sus clases de literatura en la UIB eran un festín de erudición, vitalismo y verbo audaz. 'Perfe' (Perfecto E. Cuadrado) se hizo leyenda en el campus. Es uno de los investigadores de referencia mundial en literatura portuguesa, especialmente en el surrealismo y en la obra de Pessoa, de quien tradujo el Libro del desasosiego. Es el encargado de la reciente edición de Poemas dramáticos e Pictopoemas de Mário Cesariny y acaba de prologar un volumen de la poesía de Pessoa en las ediciones pessoanas de Abada. Fue uno de los impulsores en los 90 del ciclo de lecturas poéticas más prestigioso de Mallorca, Poesia de paper, que dio lugar a una época dorada de actos culturales en Palma.

P. Pregunta obligada. ¿Cómo ha estado viviendo las elecciones norteamericanas?

R. Con perplejidad y preocupación. En cuanto a los dos candidatos [en el momento de la entrevista, Biden aún no había ganado], uno no llega a entusiasmarme ni poco ni mucho, y el otro sigue produciéndome escalofríos. Pero, más allá de las personas, y sin negarles un papel importante en las turbulencias de la Historia, lo que a mí me preocupa es el modelo de sociedad que subyace a cada uno de los miembros de ese colectivo y que se está globalizando vertiginosamente para castigo de los que, frente a la (a esa) globalización, predicamos bienhumoradamente un amable y mutuamente enriquecedor ecumenismo.

P. El poeta norteamericano Walt Whitman, con quien arrancó la modernidad poética en EE UU, y a quien usted leía con entusiasmo en sus clases, tuvo en la democracia su utopía. ¿América está más lejos que nunca de aquella modernidad sobre la que usted hablaba en sus clases de estética literaria?

R. Me conmueve verme así recordado y recreado en mis tiempos de predicador/conversador académico. Sí, en efecto, aunque sin olvidar entre las luces de su obra las sombras de un indisimulado afán expansionista, nada tiene que ver aquella democracia con ropajes de personaje alegórico que cantaba exaltadamente Whitman y que quería dibujar un espacio ideal para la convivencia en el marco de un nuevo mundo nuevo, con el día a día del modelo concreto de democracia en el que muchos hemos desembarcado después de una larga travesía y muchos más han nacido ya teniéndolo –así se lo presentan– como modelo único. Pero conviene no olvidar que el canto democrático de Whitman era también un canto que invitaba a la concelebración de la vida, de la libertad, del deseo, de la fraternidad y del amor entre iguales y que lo hacía obligándose a la (re)invención de una lengua poética adecuada a los objetivos de celebración y legitimación propios de la epopeya.

P. ¿Necesitamos una nueva modernidad, una nueva manera de estar en el mundo?

R. Necesitamos un nuevo espíritu de vanguardia, una manera nueva de releer el pasado para mejor cuestionar el presente e intentar perfilar algunas de las líneas maestras del inmediato futuro. Necesitamos dejar de arrastrar de una vez con nosotros el último vestigio de los llamados tiempos modernos –o sea, la Modernidad– para empezar a instalarnos dialécticamente en una época nueva y diferente que no será ya ni un post- ni un pre-, sino que tendrá ya un nombre propio derivado de su propia especificidad.

P. ¿Qué heterónimo de Pessoa hay que reivindicar en estos momentos?

R. Todo Pessoa es necesario porque la obra de Pessoa es un todo fragmentado en mil astillas que él interpretó como el fracaso de un sueño de regeneración total desde la poesía –desde la palabra poética– pero que al final cabe interpretar como la genial epopeya fragmentaria y caótica –la única posible– que cerraría la Modernidad entendida como la última etapa de los llamados tiempos modernos que, por cierto, fueron inaugurados en la literatura con una epopeya cósmica –a la manera de las epopeyas clásicas– por otro gran poeta portugués: hablo de Os Lusíadas de Luís Vaz de Camões.

P. ¿Va a seguir dándonos sorpresas Pessoa? El libro del desasosiego podría tener múltiples formas habida cuenta de que el portugués no le llegó a dar forma definitiva y no sé si aún podrían quedar textos por descubrir.

Cualquier obra de cualquier autor, cualquier aspecto de la realidad ya conocida, es susceptible de sorprendernos a quienes hemos conseguido mantener la manera de ir por la vida en «estado de permanente disponibilidad» para seguir, como el niño, buscando y transitando caminos de ampliación de nuestro conocimiento y del disfrute del placer que cada uno de esos momentos de encuentro provocado nos produce. El caso de Pessoa es muy especial, por el hecho apuntado antes de ser «nuestro» poeta épico, y por la cantidad y variedad de sus escritos y      –casi lo más fascinante– por la laberíntica comunicación entre ellos, razones suficientes para invitar desde aquí a los lectores a perderse en el laberinto pessoano y a considerar el Libro del desasosiego como un punto de llegada o de partida.

P. Usted es un zamorano en «este magnífico transtierro mallorquín». Y un catedrático de Filologías Gallega y Portuguesa en una universidad del Mediterráneo. ¿Cómo puede sobrevivir a tanta belleza antigua sobreturistificada?

R. Toda belleza antigua se convierte siempre en una belleza nueva y diferente para los ojos y los sentidos de su descubridor. Al final, somos los responsables de la realidad que la mirada busca y selecciona y organiza y a la que damos realidad absoluta nombrándola (por eso Pessoa decía que la literatura servía para hacer real la vida). Zamora, Mallorca, Portugal tienen su morada en algunos de los rincones subrayados en rojo en el territorio abierto siempre de mi geografía sentimental e intelectual, donde se congregan las muchas matrias –paisajes, hombres y mujeres, lenguas, culturas, costumbres, ritos, mitos…– que he ido conociendo con la curiosidad afanosa, insaciable y apasionada del niño que sigo sintiéndome, matrias en las que yo he dejado algo de mí y de las que yo he tomado algo y que ahora en mi interior juegan y danzan y copulan y crean incesantemente nuevas matrias que a su vez sirven de acicate para nuevas aventuras y nuevas incorporaciones.

P. Escribió un pregón en 2004 para el Día de Castilla y León y que pronunció en la Casa Regional de dicha comunidad en Palma. Describe su infancia y el pueblo en el que nació. Ahora podríamos decir que esas zonas son la España vacía. ¿El mundo que usted vivió ya no existe?

Puntualicemos: el pregón lo leyó mi semiheterónimo Fray Perfecto de Zamora-sur-Mer, y lo hizo, como correspondía, en la capilla de la Misericordia. En cuanto al mundo de mi infancia, ha ido desapareciendo, como tantos otros de muchas de las regiones de la península. Mi pueblo –Santovenia del Esla, provincia de Zamora, pueblo de leoneses a los que llaman y que nos llamamos pintorros– tenía más de mil habitantes cuando yo nací y en estos momentos no llega a los trescientos y además con una población envejecida. Por perder, perdimos hasta nuestra forma particular de modular el castellano (con elementos asturleoneses y galaicoportugueses medievales) por causa de la extensión del castellano estándar pero, sobre todo, porque el mundo que nombrábamos –trabajos, herramientas, costumbres…– ha desaparecido casi por completo. Pero yo sigo día a día la dura realidad de mis conmatriotas, y la de otros pueblos próximos, y no dejo de admirarme de su trabajo, de sus iniciativas económicas, sociales y culturales, de su voluntad y de su imaginación, de su esperanza y de su coraje, de su negativa a seguir siendo menospreciados y olvidados y con más fuerza aún a sentirse vaciados y menos aún vacíos.

P. ¿Dar clases de literatura es un acto de resistencia?

R. En cierta manera. La literatura es importante, su utilidad enorme y múltiple: además de para matar el hambre, sirve para no morirnos o matarnos los unos a los otros de hastío y de rutina y redundante sordidez. La literatura –si se quiere, el arte en general– es lo más importante de este mundo porque es lo menos de este mundo que pueda imaginarse y lo más de ese otro mundo en el que nos gusta imaginarnos y por el cual también muchos han muerto o se han muerto o han llegado a matar. La literatura es pues una terapia de acción múltiple –autor, rapsoda, lector(es)– que contribuye a mantener la paz en la República, que acrecienta el índice de felicidad en los ciudadanos y que ahorra así al erario público sumas importantes en algunos de los capítulos de los presupuestos. De ahí la urgencia y la conveniencia de que los gobiernos destinen grandes sumas de dinero a incrementar la afición por la lectura y a cultivar las vocaciones literarias. 

P. Usted se dejaba la vida en sus clases magistrales para lograrlo.

R. Yo he tratado de avivar en los alumnos la afición a la lectura personal. Porque ese es otro tema, el del alumno. Si dedicarse al oficio de la escritura es para muchos una especie de enfermedad o por lo menos de perversión quebrantadora del orden, y dedicarse a la enseñanza de la literatura una variante de la enfermedad o un estado avanzado de la misma y un grado de perversión intolerable, el alumno que elige la lectura y persiste en el vicio y lleva su infame heterodoxia hasta el extremo de apuntarse a recibir lecciones de literatura cuando nadie le ha obligado a ello –que otra cosa son las víctimas preuniversitarias de la literatura– no debe el dicho alumno ser excluido del recelo y la condena, y debería ser exiliado en esta vida junto con profesores y poetas al otro lado de los muros de la ciudad, en espera de la definitiva y eterna y gozosa reclusión en el limbo de los justos (que parece que ya ha sido eliminado) donde cada perverso encontrará su particular isla de los amores para vengarse de tanta ignominia por los siglos de los siglos.

P. Dio clase durante muchos años. Como los grandes profesores, no sé, pienso en Francisco Rico, ha vivido la transformación de la universidad. ¿Lamenta que ésta (incluso la pública, en la que usted cree) abandonara en algún momento entre los siglos XX y el XXI una de sus características tradicionales, esto es, aportar conocimiento más allá de lo que considerara necesario el mercado?

R. Lamento eso y otras muchas cosas más. La universidad como ágora, como espacio para la educación en el diálogo que impida que se convierta en un simple cruce de monodiálogos paralelos y para la creación a través de ese diálogo de una cultura del humor que sigue siendo nuestra principal arma contra el miedo, la práctica sistemática de modelos de convivencia basados en el respeto y la colaboración, en fin…cosas que me retrotraen a mis comienzos como docente en el edificio de Son Malferit y que me gustaría que se recuperaran para renovarse y ampliarse y multiplicarse con los nuevos y extraordinarios medios de información y comunicación (entre otras cosas, para que no acaben convirtiéndose en lo contrario).

P. Compartió departamento y cursos de doctorado con un premio Nobel, Camilo José Cela. Y llegaron a ser amigos. ¿No se está borrando su huella en la isla ya sea porque escribía en castellano o por otras razones de tipo ideológico?

R. Desgraciadamente, creo que también por muchas otras razones que afectan al consumo de literatura –así creo que se dice ahora– y a su particular situación como tal producto de consumo sujeto a las leyes cada vez más tiránicas del mercado.

P. Camilo velaba por la erudición pero también por cierta chulería y el exabrupto. ¿Qué farfullaría ante el mundo que tenemos ahora mismo?

R. Camilo era, entre otras cosas, un extraordinario lector, un conversador empapado de lo mejor de la tradición oral, un trabajador infatigable y un escritor genial. También era una persona que se sabía vulnerable, y que para defenderse de esa vulnerabilidad fue creando un personaje público muy alejado del que mostraba cuando estaba en un pequeño círculo de amigos. Supongo que con lo de la «chulería» te referías al personaje: ahora le dirían «autoestima sobreestimulada» o algo así.

P. Se ha jubilado en plena pandemia. ¿Ha tenido cena de despedida? Sus compañeros de la UIB le han editado un libro-homenaje.

R. Claro que hubo una comida fraternal y divertida que algunos amigos me ofrecieron por sorpresa y que además sirvió de pretexto para presentarme el libro precioso y generosísimo que habían perpetrado con nocturnidad y alevosía. Las circunstancias han aplazado otros momentos para la transgresión con moderación y en grupo de dietas cada vez más necesarias y por suerte también más llevaderas.

P. Paco Díaz de Castro se jubila, ahora usted. El fin de otra época de nuevo.

R.  Pues nada, a reinventar el viejo Índigo y a convertirlo en un club de conspiradores jubilados sin ganas de dejar de dar guerra.

P. El surrealismo tuvo una gran fuerza en Portugal ya que surgió en el contexto reaccionario salazarista. Portugal estaba triste y la mirada del surrealismo lo renovó todo. ¿Necesitamos un nuevo surrealismo?

R. Primero debemos explicar lo que entendemos por «surrealismo». Por desgracia, en estos momentos de empobrecimiento, banalización, degradación y prostitución del uso del lenguaje, muchos llaman surrealista a alguien o a algo extraño, excéntrico o simplemente idiota. Es casi imposible luchar contra algo tan arraigado en una sociedad como esta nuestra que ennoblece y premia la ignorancia, pero conviene decirles y decir una vez más que el Surrealismo fue la última y más profunda y rica formulación del sueño romántico de Absoluto, y que ante todo supone un conjunto de principios morales y de actitudes éticas, además, claro, de una estética, una poética y unas prácticas artísticas y literarias. En ese sentido siempre necesitaremos surrealistas, con ese o con otro nombre, o sea, hombres y mujeres que en la oscuridad de la caverna tienen conciencia y sienten la necesidad de la luz de un mundo exterior abierto al mismo tiempo al asombro y al riesgo.

P. El presidente del gobierno portugués António Costa mantiene una excelente relación con Sánchez. De hecho, defendió al presidente español y calificó de «repugnante» que el ministro de finanzas holandés pidiera una investigación a Bruselas para saber por qué España e Italia, los dos países al principio más castigados por la covid-19, no tuvieran margen presupuestario para hacer frente a la crisis. ¿Es importante mantener una buena alianza con el país luso?

R. Es imprescindible. Cuando en Palma se creó la Asociación de Lusitanistas del Estado Español, en presencia del Agregado Cultural de la Embajada de España en Madrid –el gran escritor João de Melo– yo propuse como lema de la reunión una declaración de intenciones que sigo suscribiendo: «Tenemos que aprender a defender juntos nuestras diferencias». También la Junta de Extremadura, y en alusión a la Raya, que es como denominamos a la frontera por allá, mandó fabricar unas excelentes gomas de borrar con la inscripción «Borrando rayas». Pues eso.

P. Supongo que va a estar un tiempo sin viajar a Portugal, en estos momentos confinada al 70%.

R. De hecho, ya he visto cómo se suprimían cuatro reuniones en Portugal y dos más en Francia en las que tenía que intervenir. Más aún, estoy ahora mismo en un tribunal portugués de oposiciones online. ¡Cosas veredes! Desgraciadamente, y dadas las circunstancias, todo eso no pasa de ser una simple anécdota frente a la catástrofe sanitaria, social, económica, política, cultural y sicológica y existencial que estamos viviendo.

P. ¿A qué va a dedicar las energías con más tiempo libre?

R. A vivir, a ayudar a vivir, a convivir, a leer, a escribir, a conversar, a pasear, a soñar, a buscar y a descubrir realidades y emociones nuevas, o sea, a lo de siempre pero adaptado a las circunstancias sin dejar de intentar cambiar, mejorar y humanizar en la medida de mis fuerzas esas circunstancias.