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William Boyd, un buen escritor

Veraneó durante mucho tiempo en Ibiza con su mujer Susan, «siempre alquilábamos la misma casa», explica a este diario por videollamada

WILLIAM BOYD

Quien dijo que era mejor no conocer a tus héroes no sabía de qué estaba hablando. Para evitar cualquier tipo de subjetividad, expondré los hechos como los conocemos: William Boyd nació en 1952 en el África colonial; a los nueve años se trasladó a Escocia para ir al internado Gordonstoun (donde coincidió con el Príncipe Carlos); estudió en las universidades de Niza y Glasgow (donde conoció a su mujer Susan, a quien dedica todos sus tomos porque «cuando pienso quién merece que le dedique el libro que he terminado, siempre es Susan» y hablando también me cuenta que durante mucho tiempo han veraneado en Ibiza, «siempre alquilábamos la misma casa»); siendo profesor en Oxford publicó su primer libro, Un buen hombre en África («Si no hubiera tenido éxito como escritor, habría sido académico –habría enseñado literatura inglesa si no hubiera podido escribirla»). Desde entonces, ha publicado dieciséis libros. Sí, dieciséis, incluyendo una novela de James Bond («Dije que sí casi instantáneamente» y añade que «creo que fui muy respetuoso con la tradición, todo lo que en mi libro parece extraño o que no encaja proviene de Fleming») ambientada en el país africano ficticio de Zanzarin («Si creas el lugar, puedes inventar y cambiar cosas»). Por si eso fuera poco, tiene a sus espaldas más de veinte créditos como guionista (y uno como director en 1999 con La trinchera) y varias obras teatrales. Ah, y dos trabajos de no-ficción. Sutileza y humanidad caracterizan su obra.

Puntual a la hora acordada, Boyd se une a mi videollamada. Detrás de él no hay una pared, hay pilas de libros amontonados. «Y eso sólo es un 20%», dice. Le pregunto qué libro tiene en su mesilla de noche. Se levanta a buscar algo y me enseña un manual para francotiradores: «Estoy investigando para un nuevo proyecto», aclara. ¿Un libro qué no haya leído? Guerra y Paz («He leído a Dostoievski. Amo a Nabokov. Me encanta la literatura rusa, pero nunca he leído Guerra y Paz, creo que tienes que tener mucho tiempo libre»). ¿Y un novelista que le guste? «Evie Wyld. He leído todos sus libros. Creo que es una muy buena escritora, muy sofisticada. Sus libros están brillantemente estructurados, y es muy joven».

Boyd pasó su juventud en Ghana, donde su madre era profesora y su padre, médico: «Vivir en África fue increíble. Entonces era una colonia británica, Costa de Oro, y luego se independizó. Se convirtió en Ghana, así que pasé unos diez años de mi vida en Ghana y luego nos mudamos a Nigeria. Y lo que pasaba en África Occidental es que no había tensión racial. Nos llamábamos europeos, no británicos, y estábamos allí para trabajar. Crecí en África como un niño blanco y tenía total libertad para ir a donde quisiera sin miedo. Nadie me molestó jamás. Hoy ese sentimiento es imposible». Se nota en su voz una melancolía amorosa. ¿Ha vuelto al país que le vio nacer? «Nunca he regresado a África Occidental, he estado en Sudáfrica, pero no en Nigeria. La última vez que estuve fue en 1974. No sé si volvería porque mis memorias son muy vívidas y no quiero que cambien, prefiero mantenerlas tal como están». Al leer sus libros, uno se da cuenta que sus personajes a menudo se sienten forasteros, intrusos: «Creo que es como me siento en general. Gran Bretaña era un lugar visitado una vez al año. Luego fui a un internado durante casi una década y esa es una sociedad muy extraña. No comencé a vivir en Gran Bretaña hasta que fui a la universidad. Esa fue la primera vez que viví en Reino Unido porque de lo contrario siempre estaba de visita o en esa singular institución en el norte de Escocia. Siempre he sido una especie de exiliado. Estoy en casa en cualquier lugar y no estoy en casa en ningún lado». Otra de las cosas que ocurren a los personajes de Boyd es que sufren. Logan Mountstuart sobrevive a base de comida de perro, Henderson Dors se encuentra desnudo en Times Square, Amory Clay se enfrenta a terribles situaciones y James Bond, sin ninguna arma en plena jungla africana: «Lo que hago es poner a prueba a mis personajes, sean hombres o mujeres. Los pongo en situaciones muy difíciles. Así tienen que recurrir a sus propios recursos, a su propia naturaleza, para ver si sobreviven o no».

En un ensayo escribió que «nuestro tiempo en la tierra no es un ensayo para la inmortalidad». Sin embargo, siendo uno de los escritores contemporáneos más admirados uno podría pensar que William Boyd será leído después de su muerte. «Bueno, nunca se sabe. Sólo tienes que mirar a los famosos autores victorianos y cómo nadie lee a Humphry Ward actualmente. Puedes ser olvidado muy rápidamente y tus libros ser sólo encontrados en librerías de segunda mano. Hay una expresión de los filósofos estoicos que es ‘la posteridad no es asunto nuestro’ y creo mucho en eso. Creo en concentrarme en el aquí y ahora y lo que sucede con mis libros y mi reputación después de mi muerte es de cero interés para mí porque yo ya no estaré». Lo que quedarán serán las libretas repletas de anotaciones en la que escribe el primer manuscrito de sus novelas: «Soy un escritor pre-ordenadores. Para alguien tan joven como tú, probablemente sea difícil imaginar lo que es no tener un ordenador. Cuando comencé en los 70, me compré una máquina de escribir para mi vigésimo primer cumpleaños. Luego empecé a utilizar una eléctrica y finalmente llegaron los primeros procesadores de texto. Soy un escritor que ha visto esta revolución afectar a nuestra profesión, pero todavía me gusta escribir mi primer borrador con pluma y tinta. Mi proceso es el mismo, tengo una idea para una novela y luego entro en lo que llamo el ‘período de invención’ en el que pienso toda la historia. Paso unos dos años creando una novela y un año escribiéndola. Tengo montones de cuadernos llenos de anotaciones e ideas, nombres... cosas útiles. Entonces puedo armar un plan, resumo los capítulos… Y cuando sé mi destino y sólo entonces, empiezo a escribir. Funciona para mí, no es para todos los escritores y no es necesariamente el mejor método». En su recién publicada nueva novela, Trio, que será traducida al español por Alfaguara próximamente, el personaje de una novelista afirma que los títulos son la parte fácil de escribir una novela. ¿Es lo mismo para Boyd? «No para mí. Creo que los títulos son increíblemente importantes y nunca podría publicar una novela con el título equivocado. Creo que los títulos son como bautizar a un bebé. Estrellas y barras no se me ocurrió hasta muy tarde y lo mismo con Tormentas cotidianas».

En un mundo en el que los actores son criticados por interpretar personajes que no son en la vida real, ¿cómo lo hace Boyd para escribir desde el punto de vista feminista? «El primer libro que escribí desde la perspectiva de una mujer fue Playa de Brazzaville en 1990 y cuando tuve la idea me di cuenta de que el personaje central tenía que ser una mujer. Pensé en hacerle muchas preguntas a Susan y a mis otras amigas, pero, por supuesto, cada mujer es diferente, así que tendría 100 respuestas diferentes. Me di cuenta de que tenía que hacerlo por mi cuenta. Ahora he escrito tres libros desde la perspectiva de una mujer y solo confío en mis instintos».

Sobre Trio he decidido no decir mucho. Un crítico sólo es respetado si destruye el trabajo de alguien incluso si lo ama. No voy a hacerlo porque creo que es un libro perfecto. Y no me importa si eso significa que he fallado como crítico porque he ganado como lector. En Trio, los personajes de Boyd se preguntan qué hace que vivir valga la pena. Para saber su respuesta tendrán que leer su magnífica historia… pero ¿y para Boyd? «Creo que tiene que ver con la felicidad presente. Yo sé en qué consiste mi felicidad actual. Si tienes salud, bien. Si estás enamorado, bien. Si puedes tener una casa y puedes comer, bien. Para mí se trata de carpe diem, aprovecha el día. Concéntrate en tu felicidad actual y agradece tu buena suerte porque todo puede cambiar muy rápidamente. Es una buena filosofía: no pienses en el futuro, no mires atrás. Sólo concéntrate en el aquí y ahora y tal vez mañana sea igual. Tan sencillo como eso». William Boyd tiene una mirada azul y una media sonrisa que mantiene en todo momento.

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