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Elizabeth Duval: "Lo trans me ocupa poco espacio mental"

Critica el feminismo de Luisa Posada Kubissa o Amelia Valcárcel

La escritora Elizabeth Duval. El Periódico

«Procuro olvidarme que soy trans, muchas gracias», puntualiza.

En el 2021 publicaré un libro sobre lo trans para zanjar el asunto y que, al cabo de un año o así, cuando me pregunten «¿qué es eso del transactivismo?, yo pueda contestar: «¡No sé de qué me está usted hablando!».

La ha configurado, de todos modos.

En mi día a día, lo trans me ocupa poco espacio mental. Sí lo ocupan la literatura, la filosofía, el psicoanálisis y, desde el confinamiento, la cocina.

Anticipe el trailer de ese punto y final.

Impugno la idea de autodeterminación de género. El género es algo con lo que te encuentras, no algo que decides: yo nunca habría decidido libremente ser una mujer y, por ello, ser sexualizada o menospreciada en nuestra sociedad. Y critico el feminismo de Luisa Posada Kubissa, Amelia Valcárcel o Ana de Miguel. Construyen una identidad de mujer esencialista que excluye a todas las que no se parecen a ellas y, encima, se niegan a debatirla, cuando en otros textos la definen como una identidad estratégica y admiten que el ser mujer no es algo innato.

Es lástima librar guerras en la propia trinchera.

Más que una guerra por discrepancias teóricas, hay una pugna por ver quién tiene la hegemonía en el feminismo entre gente con una cierta proyección de poder. Según cómo se resuelva, marcará el futuro no solo del feminismo, sino también de la izquierda. Porque las ideas transexcluyentes van acompañadas de pensamientos reaccionarios u obreristas.

Preséntese como quiera, pues.

Soy un amante de los textos. Pero la vida va mucho más allá, y quizá soy una hedonista. En cuestiones estéticas, incluso algo antigua: tengo en el móvil una estampita del Papa, sin ser yo católica.

Empiezan las explosiones controladas.

Y soy romántica y tierna. ¿Por qué no salvaguardar lo bueno del amor romántico, o el gusto por la lectura sosegada, o por la frase larga con puntos y comas, o por tener menos impacto inmediato?

¿La entendemos los mayores?

La pregunta es si me entienden los de mi edad. Y yo creo que no. Pero el juego está en que no sepan por dónde vas. Yo reivindico poder ser una subjetividad diferenciada.

No tema por eso. Si hasta ha concursado en First Dates.

Me mandaron un mensaje por Instagram y acepté ir. Me dio publicidad. Al fin y al cabo, lo ve mucha más gente que la que compra libros en España. A La isla de las tentaciones no iría, pero igual sí a Gran Hermano, para ser la Gustavo Bueno de mi tiempo.

También mezcla con alegría a Rosalía y la Crítica de la razón pura.

Los mayores iconos del pop funcionan como mitos colectivos. A mí me parece normal aplicar los textos de la Academia a lo que consume todo el mundo. Por ejemplo: ¿por qué no construir el mito de la Veneno como el Cantar de mio Cid?

A todo esto, ¿cómo encaja su posmarxismo?

Más que posmarxista, soy marxiana. Mi propuesta: como dice el papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, tenemos que dirigirnos hacia una sociedad cada vez más justa, con estados fuertes y redistribución de la riqueza. Y eso, cuando ves que un presidente neoliberal como Macron propone un plan ambicioso para reindustrializar Francia, parece posible.

Haga su propuesta.

Propongo relocalizar, reindustrializar, hacer un manejo de los recursos más estatalizado, y poner el big data al servicio del interés común.

En según qué manos es un riesgo.

Sí. Pero quien no arriesga no gana.

¿En qué ha arriesgado usted?

En ponerme en la boca del lobo desde los 14 años [expuso su historia en El intermedio, la enfocaron los medios y ha acabado viviendo en París]. He recibido una cantidad de odio brutal, pero en el festival de los haters me manejo muy bien.

Oiga, ¿siempre fue así de precoz?

Siempre abrigué la idea imposible de leer todos los libros. Pero no heredé capital cultural. Mi madre trabajó la mayor parte de su vida de camarera de planta en hoteles. Mi curiosidad le debe mucho a internet y a la biblioteca.

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