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Ruth Miguel Franco: «Traducir es un ejercicio de transparencia»

Escritora y profesora de sintaxis en la Universitat de les Illes Balears, tradujo al castellano junto a Abraham Gragera para la editorial Pre-Textos el poemario ‘Averno’ de la flamante Premio Nobel Louise Glück

Poeta, profesora en la UIB y traductora de la Nobel Louise Glück.

¿Cómo llegó a la poesía de Louise Glück? ¿La había leído antes? ¿Estaba familiarizada con su poética? ¿Había leído a poetas similares?

La primera vez que oí hablar de ella fue en un seminario sobre mujeres poetas estadounidenses al que asistí durante una estancia de investigación en Arizona. Yo tenía veintipocos años y no tenía ni idea de nada. Me interesó, pero debo decir que menos que otras de las figuras que se mencionaron: Anne Carson o Jorie Graham. El descubrimiento real de Louise Glück lo hice con Ararat, no mucho antes de poder traducirla [lo hizo en 2011]. Me deslumbró y traducirla fue un regalo.

El articulista de este diario Daniel Capó sostiene que Glück comparte con los objetivistas (William Carlos Williams o George Oppen) “su interés común por la sencillez verbal, la sfumatura de los silencios y una especie de austeridad mística, desnuda, en su acercamiento al ser humano”. ¿Está de acuerdo?

Sí, me parece una buena aproximación. De esta poesía está ausente la retórica, el adorno brillante, el artificio; pero en ese despojamiento hay muchas capas y muy profundas. Añadiría además que hay un interés por las fronteras de lo narrativo y lo descriptivo. Desde la presentación de un medallón, una pequeña escena narrada, se accede a ese deslumbramiento, a esa comprensión que parece, como bien dice Daniel Capó, cercana a la mística.

¿Qué es exactamente Averno, el poemario que usted tradujo?

Averno es un libro sobre transiciones, un libro que cuestiona la idea de descenso. Perséfone es raptada y baja al Hades. Deja de ser una doncella, se separa de su madre. Llega el invierno. La infancia se acaba, hay separaciones. Glück mira con tranquilidad y con desapego, con distanciamiento, pero también con una ternura y un humor infinitos. La autora cuestiona que el crecimiento o el amor, incluso la muerte, se planteen como abandono, como pérdida. En Lago en el cráter, uno de mis poemas favoritos del libro, leemos: Entre el bien y el mal hubo una guerra. / Decidimos que el cuerpo fuese el bien. / Esto hizo que el mal fuese la muerte (...) y termina: y si fue el cuerpo el que nos hizo esto, / nos hizo tener miedo del amor.

¿Qué idea del infierno tiene Glück? ¿Y usted?

El averno de Glück no coincide necesariamente con el infierno. Recordemos que Hades no era un dios terrible, sino un dios acogedor. No es el demonio cristiano. Ese Averno de Glück no es un sitio temible, sino el otro lado de una frontera que se cuestiona constantemente. En el poema Las migraciones nocturnas, que abre el libro (y que creo que se puede tomar como una declaración programática), habla sobre los muertos y las cosas que ya no verán, y se pregunta: ¿Qué hará entonces el alma para consolarse? / Me digo que quizá no necesite / ya esos placeres / quizá sencillamente no ser baste / por duro que resulte imaginarlo. El averno no implica expiación ni sufrimiento: es lo que está al otro lado. Por mi parte, yo estoy de acuerdo con Sartre en que el infierno son los otros, especialmente si te tocan o te hablan de sus tonterías durante mucho rato seguido.

¿Se ha quedado con ganas de traducir más poemarios de Glück?

Por supuesto, pero no solo de Glück. Traducir siempre deja ganas de traducir más. Últimamente he estado trabajando algunos textos de Rosanna Warren y de Siv Cedering que, por cierto, son poetas magníficas y poco conocidas en España. Es un gran ejercicio de concentración y de manejo lingüístico y se aprende muchísimo. Traducir es un ejercicio de transparencia.

¿Qué dificultades se encontró a la hora de traducir a la actual Nobel?

Precisamente su sencillez, su aparente despojamiento hacía difícil en ocasiones no deslizarse hacia la prosa, hacia lo ramplón. Fue difícil mantener ese tono desnudo, esa línea entre la claridad y el abismo, conservar esa falta de afectación sin que se perdiese ninguna capa de significado. Trabajar con Abraham Gragera, que ya había traducido Ararat, facilitó las cosas, aunque no siempre nos poníamos de acuerdo a la primera.

Se ha definido a Glück como una de las voces más potentes de la poesía norteamericana. ¿Por qué cree que se hace esta afirmación, la comparte?

Sí, por supuesto, es una de las grandes.

Atwood estaba en las quinielas, pero ha acabado ganando Glück, alguien menos conocido. ¿Está condenando los Nobel a autores que son más populares?

Para empezar, debemos ser conscientes de que el Nobel es mundial. Un autor popular en Nigeria o en Georgia no es necesariamente popular aquí. En muchos casos, la popularidad es una cuestión de mercados: un novelista británico va a ser siempre más popular que una dramaturga china. La calidad y la relevancia de una trayectoria no llevan aparejada necesariamente una gran popularidad. En cuanto a Atwood, tiene un libro de poemas magnífico, Los diarios de Susanna Moodie, también publicado en PreTextos. Pero por lo que respecta al resto de su producción... ya le dieron un Nobel a Bob Dylan, yo creo que es suficiente.

Llucia Ramis formulaba la siguiente pregunta en un tuit: «Diríeu que un dels objectius del Nobel de Literatura és fotre la vida a persones que odien la popularitat?» Se le ha olvidado decir que el premio viene acompañado de un generoso cheque.

No sé cuánto le han jodido la vida a ella el Anagrama de Novela en catalán o el Josep Pla; los cheques tampoco están mal. Pero seamos serios: en el supermercado van a reconocer a Rosalía, no a Louise Glück. Un premio Nobel nunca va a tener los problemas (si se me permite denominarlos de esta forma) de Khloé Kardashian. En cualquier caso, yo por un millón de euros me dejo joder la vida, ningún problema.

Poéticamente, ¿se siente cercana a Glück? ¿Ayuda a traducir mejor cuando uno se siente próximo al autor que traduce?

Creo que no tengo mucho que ver con ella, excepto quizá el uso de la anécdota, de lo narrativo transformado en ventana. Yo soy densa como un demonio y voy a peor, ya veréis. Pero sentirse cercano a un autor no significa necesariamente tener un estilo semejante; se pueden compartir experiencias poéticas sin que el autor te caiga bien. De hecho, esto último es muy sano.

Usted también ha traducido a W.S. Merwin, Pascal Quignard o Mario Luzi. No sé si me dejo a alguien. ¿Está cada vez más interesada en el campo de la traducción?

Se deja mi campo de traducción principal: el latín. En realidad, he traducido principalmente autores latinos; podría mencionar el epistolario más importante que conservamos de la época visigoda o una gramática del siglo XV, obra de Lorenzo Valla, uno de los autores más relevantes del Humanismo italiano, que saldrá el año que viene, probablemente. En los últimos años me he centrado más en este campo, aparte de algunos pequeños proyectos personales como los que mencioné. Pero se echa de menos y volvería con mucho gusto.

¿Es necesario ser poeta para traducir bien?

Si repasamos la nómina de traductores de Glück, vemos a Adalber Salas, Abraham Gragera, Mariano Peyrou, Mirta Rosenberg, Andrés Catalán... son todos grandes poetas y yo soy muy pequeñita a su lado. Pero también hay grandísimos traductores que no tienen obra propia. Yo diría que para traducir poesía es necesario saber de poesía: conocer la poesía en la lengua de llegada es fundamental. Me viene a la cabeza Juan Antonio González Iglesias, que hizo una magnífica traducción de Catulo (LA traducción de Catulo, diría). Publicó algunos artículos donde analizaba y explicaba sus elecciones métricas en español y por qué consideraba que eran equivalentes a, pongamos por caso, los dísticos elegiacos. Esto solo puede hacerse si se tiene un conocimiento exhaustivo de ambas tradiciones poéticas, que no se adquiere únicamente escribiendo poesía. Aunque claro, en este caso, González Iglesias es también un gran poeta.

Usted es obsesiva con la lengua. Es profesora de sintaxis. Corre el peligro de ser intransigente con su uso.

Al contrario. En realidad, mi campo de investigación está más relacionado con la gramática histórica y, cuando ves en perspectiva cómo funciona la lengua, te das cuenta de que lo que hoy es un error terrible, mañana será la norma. Si no fuese así, seguiríamos con las declinaciones, tan contentas. Y la norma no está relacionada con lo bueno y lo puro, sino con centros de poder y con la distinción entre los que tienen acceso a formas superiores de educación y los que no. En la Roma del siglo IV, por ejemplo, los chiquillos estudiaban el latín de Virgilio, que había dejado de entenderse hacía mucho tiempo, porque el hecho de manejar esa lengua significaba que pertenecían a una determinada clase social. Un poco como los que se aferran a la tilde de “sólo”. Pero en la práctica, soy consciente de que hay ámbitos en los que no se pueden permitir errores de redacción o faltas de ortografía. Y en esos ámbitos soy implacable.

Su último libro, editado por Sloper, fue una recopilación de ensayos sobre el cuerpo. ¿Está contenta con la acogida que tuvieron?

Yo estaba convencida de que nadie iba a leer una colección de ensayos enloquecidos sobre temas tan a la orden del día como las deformaciones craneales o la arquitectura visigótica. Pero, sorprendentemente, encontraron un público mucho más amplio de lo que yo pensé. Desde luego, es un libro que nunca va a convertirse en un best seller. Pero sí, estoy contenta con las críticas y la acogida que tuvo el libro.

Uno lee el título, Unos cuerpos, y al principio piensa que son reflexiones feministas sobre el cuerpo. Pero no. ¿Dónde deseaba hurgar con ese libro?

¿Pero no? Vaya por Dios. Lo son, o también lo son. El feminismo no es prescindible; no tengo otro lugar (y he elegido conscientemente esta palabra “lugar”) desde el que reflexionar. Pero es cierto que quizá cuando se habla de “ensayo feminista”, aunque se trata de una etiqueta necesariamente heterogénea, viene a la mente otro tipo de estructura y de estilo. Me gusta mucho el verbo “hurgar”. Cuando hurgas en algún sitio, normalmente sacas materiales, más o menos repugnantes, con los que se pueden hacer cosas y a mí me gusta hacer cosas con materias pringosas.

¿Qué está escribiendo ahora? ¿Regresa a la poesía?

La pandemia nos ha obligado a posponer la publicación de un nuevo libro de poesía, Guerra, que tendría que haber salido por estas fechas. Quizá salga en primavera, quizá antes si es posible, pero ahora mismo la situación no permite hacer muchos planes. También tengo entre manos otro ensayo, otro ladrillazo como Unos cuerpos, pero unitario esta vez.

¿Cómo lleva las clases en la UIB? La semipresencialidad.

No me ha sido difícil adaptarme. Durante el confinamiento, pasados el desconcierto inicial, mi torpeza en el manejo de algunas herramientas informáticas y los ajustes necesarios para que una clase planeada como presencial pueda funcionar también en línea, las clases se desarrollaron con cierta normalidad. Debo decir también que mi grupo funcionó bastante bien; en general, el alumnado está colaborando y está siendo muy maduro, muy comprensivo. Pero no todas las asignaturas son iguales y hay materias que necesitan una adaptación más profunda a las plataformas virtuales. Y debemos tener en cuenta que no todo el alumnado dispone de las herramientas necesarias para seguir las clases: hay una brecha económica, de clase, que debemos tener en cuenta. Y esa es precisamente la gente que no debería quedarse atrás.

¿Y cómo encaja lo de ser leonesa en una isla del Mediterráneo? Llegar a una universidad con el catalán como lengua vehicular, con una cultura completamente distinta...

En realidad, yo llegué aquí desde Italia, donde trabajé varios años. En León solo viví hasta los 18 años. Después recorrí varias ciudades y varias universidades. Mallorca no es el sitio culturalmente más alejado donde me ha tocado vivir, aunque es cierto que nunca me he encontrado especialmente cómoda aquí. Pero creo que es mutuo, yo al Mediterráneo tampoco le gusto. Por lo que respecta al catalán, no ha supuesto un problema. Lo estudié en mi licenciatura de Filología Románica en Salamanca y al poco tiempo de llegar pude sacarme el C1, aunque viviendo en un barrio donde predomina la población migrante y trabajando en el área de Lengua Española tampoco tengo muchas oportunidades de usarlo.

Por cierto, ¿son machistas los Premios Nobel? Usted también ha ganado algún premio. No sé qué opina del sistema de premios, sus jurados, las relaciones que existen entre ellos… Sobre el último Espasa de Poesía había sospechas de que lo había ganado un robot.

Me decepcionó mucho que Rafael Cabaliere sea una persona real. Me parece una fantasía que un bot gane un premio. En los premios, como en todo, hay machismo y hay clasismo, hay relaciones de poder e intereses económicos y sociales. Se premian unas líneas, unos contenidos, se descartan otros. No olvidemos que Glück se acaba de definir como “poeta lírica estadounidense blanca”. Además, es profesora de Yale. Esta descripción concentra siglos de un canon rígido; los premios sirven para crear un canon, aunque haya excepciones muy honrosas. En mi caso, los poquitos premios que he ganado han sido limpios, no porque yo tenga unos sólidos estándares morales, que no es el caso, sino porque soy una desconocida antipática.

¿Cuesta más conquistar la libertad sexual o la mental?

No creo que haya mucha diferencia entre ambas.

¿Qué es una cultura valiente?

No se me ocurre qué puede ser, porque tampoco entiendo qué es una cultura cobarde. Supongo que tiene que ver con los cánones que comentábamos antes. El apego a una serie de autores, a un estilo de música, a unos tipos de películas conforma no una cultura, sino una identidad que casi siempre tiene mucho que ver con una clase social. La apreciación de determinados productos implica exponerse a que se cuestione tu pertenencia a un determinado estrato de la cultura, ya sea por arriba o por abajo. ¿Es valiente que una titular de universidad escuche a Héctor el Father? En mi caso, mezclar alta y baja cultura no sería valentía sino privilegio, como comentó Elizabeth Duval en una entrevista.

¿Cómo acercaría la UIB a la sociedad? Hay un muro claro.

Todos los muros tienen dos partes. La gente se queja de que la UIB está alejada de la sociedad pero ¿a cuántas de las charlas o cursos que organiza asiste? ¿A cuántas exposiciones, ciclos de cine, ferias, clubs de lectura? Me ha sucedido varias veces que algunas personas me decían: “La UIB debería hacer esto o aquello” y yo respondía: “Ya lo hace, mira”, y resulta que no se habían preocupado nunca de buscar esas actividades o servicios que estaban disponibles en la página. Es cierto que la situación del campus tampoco ayuda y que, por supuesto, se pueden hacer millones de cosas más. Aunque todo el mundo está trabajando mucho y las prioridades en la situación actual son otras, este podría ser un buen momento para llevar a cabo diferentes iniciativas, ya que una gran parte de la cultura se consume en casa (odio esa expresión, “consumir cultura”, por cierto). Quizá sea una buena oportunidad para ponerse a disposición de la ciudadanía en ámbitos diferentes, con actividades e iniciativas diferentes, y de que la ciudadanía también se implique.

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