Dos guerras mundiales, crisis económicas, la irrupción del vídeo, la piratería y las plataformas. Nada de todo esto ha podido con las salas de cine y, sin embargo, la covid-19 parece que ha puesto en jaque a los exhibidores, que se han visto obligados a reducir aforos y a resistir prescindiendo de un buen número de estrenos.

«No esperamos beneficios sino sobrevivir», dice Javier Pachón, presidente de CineCiutat. Reconoce que la situación es crítica, pero «ahora mismo no pensamos en qué tiene que pasar para no cerrar». Cree que «el futuro es muy interesante para proyectos como el nuestro, pero necesitamos apoyo y acompañamiento», recalca. Pachón no siente que los cines estén amenazados por las plataformas y sí ve un interés creciente en los eventos relacionados con el séptimo arte como puedan ser los festivales.

Este optimismo moderado se ve ensombrecido por una realidad: la falta de estrenos. Las majors -grandes disribuidoras de Hollywood- se han puesto en modo espera. Pachón reconoce que esto es «muy mala señal», un «misil» lanzado contra la línea de flotación del negocio. Y es que, directa o indirectamente, todo el sector depende del estreno de filmes comerciales: «Son títulos locomotora que tienen un efecto tracción sobre el público». Joan Salas, gerente de Aficine, empresa exhibidora que aglutina las salas Ocimax, Augusta y Rívoli, afirma que los «números son muy malos», entre un 60 y un 70 por ciento menos de ingresos en comparación con el año anterior. Con el 55% de la plantilla en ERTE, Aficine espera poder reabrir la Augusta, el Rívoli y sus salas de Manacor en noviembre. «Es muy difícil que te salgan las cuentas con menos sesiones, aforo reducido y pocos estrenos». Salas cree que se ha perdido temporalmente el tipo de público que acude a sus cines del centro, espectadores a partir de 50 años que demandan otro tipo de películas: «Es un público al que le cuesta más moverse y que ve un cine diferente: películas europeas o españolas de calidad». De momento Ocimax resiste con la asistencia de esos otros espectadores que demandan un cine familiar o juvenil, aunque el ritmo de estrenos no acompañe: «Antes exhibíamos entre ocho y diez títulos nuevos cada semana y ahora solamente seis». Películas como Padre no hay más que uno 2 y Tenet han funcionado, pero se retrasa lo nuevo de James Bond. Tras el levantamiento de la prohibición de comer y beber en los cines, Salas notó un aumento en la asistencia de público. Hace apenas unos días que Cineworld, la segunda mayor exhibidora del mundo, anunciaba el cese de actividad con la consiguiente caída en bolsa de sus acciones. Joan Salas no cree que este ejemplo sea aplicable a una compañía como la suya: «Las empresas familiares pequeñas tenemos más capacidad de aguantar y pasaremos mejor la crisis», augura. Cree que el cine sigue interesando como experiencia y no teme la competencia de las plataformas: «Estamos acostumbrados a convivir con ellas, ver una película en el cine es diferente, es una experiencia», destaca. Y sigue habiendo espectadores que quieren vivirla: «2019 fue uno de los mejores años», apunta a modo de demostración.

Jaume Ripoll, cofundador de la plataforma Filmin, tampoco ve cercano el fin de las salas de cine. Coincide con Joan Salas en que 2019 fue un año muy bueno para los exhibidores, pero también para las plataformas, dos formas de disfrutar el cine que a su juicio son compatibles y necesarias para que puedan recuperarse las inversiones. «Ambas pueden ir de la mano, en estrenos simultáneos o no», argumenta. De hecho, Filmin demuestra su apoyo a los exhibidores presentando primero en cines ocho películas que después podrán verse en streaming.

Para Ripoll el hecho de que se hayan parado los estrenos de las grandes producciones ha de verse como una oportunidad para proyectar otro tipo de cine, películas europeas y españolas que normalmente no tienen cabida. Sin ser pesimista, Ripoll cree que los cines son espacios culturales de resistencia: «Cerrarán salas, ahora mismo en Menorca no hay cines abiertos pero aun así, creo que los cines seguirán. La experiencia es diferente». Las recaudaciones de las películas que antes citaba Joan Salas, 12 millones de euros para Padre no hay más que uno 2 y seis millones para Tenet, o el millón e euros recaudado por La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, «son cifras que demuestran que la gente tiene ganas de ir a las salas», apunta Ripoll.

Aunque el confinamiento supuso un aumento del número de suscriptores y de visionados en Filmin, la vuelta a la normalidad trajo consigo un ligero retroceso: «Es normal, durante la cuarentena la gente tenía más tiempo para ver cine; no podían salir de casa», razona Ripoll. Opina que no ha habido un cambio radical en el consumo de películas y en cualquier caso cree que es demasiado pronto para saber hacia dónde se decantará el público: «En el mes de marzo, si hay vacuna, se verá».