El Hotel Formentor cerró ayer sus puertas (al menos para esta temporada), el mismo día que concluyeron las conversaciones literarias de este extraño 2020. Los tres días han trascurrido con una tranquilidad atípica en esta cita: no existió la gran fiesta del jueves, no sonó música, no hubo mesas redondas y debates infinitos, y muchos añoraron al público, que cada año acude fiel a su reunión anual con la literatura. La covid-19 lo ha cambiado casi todo, también las Converses Literàries de Formentor. Aun así, los interesados han podido seguir desde su casas, vía streaming, el encuentro, donde se han descubierto títulos, nombres e historias de goliardos, estilitas y bagaudas; que son los “outsiders errantes” –en palabras del periodista Llàtzer Moix, que habló de El triunfo, de Francisco Casavella ayer por la mañana–, equilibristas de los anhelos vitales y de la razón, acróbatas de la vida, aquellos que recorren los senderos del mundo siempre desde la cuerda foja. 

A pesar de todas las dificultades y de todas las ausencias, la cita literaria ha cumplido su objetivo: arrojar luz en la enorme y laberíntica biblioteca del mundo. El compositor Benet Casablancas, en la primera mesa redonda de la última jornada, ayer, utilizó recursos musicales –sonaron, entre otros, fragmentos de Giga de Leipzig, de Mozart y Arabella, de Richard Strauss– para acompañar su explicación sobre Homo ludens, una obra del holandés Johan Huizinga en la que defiende la importancia del juego en el camino del aprendizaje y el desarrollo personal y creativo, así como la necesidad de tener recursos “lúdicos y cómicos para trascender la realidad”; la periodista Berna González habló de Estoy contigo, de Melania G. Mazzucco, la historia de una refugiada del Congo que llega a una Europa “cerrada, elitista y contraria a sus propios principios”, un relato que describe “los recovecos que hay bajo el supuesto Estado del Bienestar”; el escritor Hannes Kölher desmembró la novela Los bandidos, de Friedrich Schiller; y el escritor David Huerta, en su intervención online, leyó sus impresiones sobre Los trovadores, de Martín de Riquer.  

H. Köhler, P. Quinteros, D. Huerta, B. Casablancas y B. González.

Juan Luis Cebrián inauguró el último encuentro de las Converses de Formentor. Introdujo al público un libro de Goliarda Sapienza, escritora italiana “que tuvo que morir para que su literatura conociera el éxito” y cuya vida “supera con creces la de sus personajes”. El arte del placer es la novela que eligió Cebrián para presentar, “un libro que explica la complejidad del alma femenina, de la búsqueda de la sabiduría, de la felicidad y, en definitiva, de la alegría”. Destacó, también, el lenguaje que utiliza Sapienza en su escritura, quien busca la “vulgaridad del estilo”: escribir de manera que todo el mundo lo pueda entender. Edward Wilnson Lee, experto en literatura medieval eligió charlar sobre un libro del siglo XVI escrito en francés, compuesto por cinco novelas en la que dos gigantes cuentan sus aventuras con “crudeza”, un libro “desconocido para el lector hispánico” y que puede “incomodar” a ratos: se trata de Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais. Llàtzer Moix brindó a los espectadores un personal, cariñoso y minucioso perfil del autor de El triunfo, Francisco Casavella, con quien tuvo un trato personal “hasta que se pudo” y cuya obra ha leído en su totalidad. Dijo Moix de Casavella que “levantaba descomunales edificios literarios en sus frecuentes encierros creativos”. Finalmente, el último en intervenir en estas conversaciones fue el director de la Fundación Formentor, Basilio Baltasar, que trató el título Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar, obra considerada una de las grandes novelas del siglo XX en la que se relata la vida ficticia de un médico del siglo XVI. En palabras de Baltasar, es “el relato de la inteligencia y la lucidez que sobreviven a las virulentas batallas del siglo XVI”

Acróbatas del mundo antiguo y moderno fueron nombrados y escuchados en Formentor, justo en el año de la pandemia, en una edición vivida con “bozal”, tal y como dijo Baltasar, y cuya celebración es un “gesto de acrobacia, un acto de equilibrio, proporción, simetría y habilidad y resistencia”. La situación actual sanitaria impone ritmos y dinámicas anómalas y tumultuosas; evidencia, de alguna manera, el bagauda que se esconde en cada uno de nosotros, porque, como dijo Moix, “todos tenemos cierto desequilibrio aunque tengamos que aparentar solidez”.