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Pierre Ducrozet: “La literatura no tiene un mensaje claro, es el arte de los matices”

El francés participa hoy en una mesa redonda en la que comentará una obra de Roberto Bolaño

El escritor francés Pierre Ducrozet, ayer, en el Hotel Formentor.

Pierre Ducrozet (1982, Lyon) es una de las voces más interesantes de la literatura francesa, al menos del panorama de los escritores que tienen menos de cuarenta años. En sus novelas no se olvida de la realidad y los debates contemporáneos. 

P Escritor de novelas, de cuentos, de columnas en el diario Libération, poeta –solo a ratos– y traductor. ¿La traducción es otra manera de escribir? 

R Sí. Es un ejercicio difícil, casi me parece más difícil que escribir. Hay que reinventar el propio lenguaje de uno y también el de otro, es una especie de alquimia. A mí me parece apasionante, y es paralelo al trabajo de novelista. Uno se nutre de otro. Lo más importante en una traducción es que domines el lenguaje de llegada [si se trata de una traducción del francés al catalán, se trata de dominar el catalán]. Evidentemente hay que conocer el otro idioma, pero puedes traducirlo sin ser un catedrático de la lengua. 

P Hay una generación de escritores en España, pero que se puede extrapolar a Europa, que hablan sobre la insatisfacción vital, el vacío existencial, e incluso del asco y la tristeza frente a un mundo que no es como les prometieron. ¿Se siente parte de estos autores? Es un poco de lo que habla en su libro La vida que queríamos. 

R Me siento representado en ellos, pero me gusta equilibrar esto con energía y ganas de hacer y cambiar cosas. Intento que en mis personajes se vea esto, las ganas de seguir adelante. El mundo que les queda a las personas que ahora tienen unos 20 años es una mierda. Tienen rabia por eso, desilusión, pero también fuerza e ímpetu. No me gusta lo que es esencialmente pesimista. Me gusta, por ejemplo, el movimiento por el clima que engendraron los más jóvenes el año pasado. 

P Cees Nooteboom, en su discurso de agradecimiento por el Premio Formentor, habla sobre la importancia que tuvieron los viajes en su narrativa, también el aprendizaje de idiomas. ¿Hace falta viajar para ser un buen escritor?

R No, para nada. Para mí han sido muy importantes los viajes, y lo siguen siendo. Estaba en Asia realizando un viaje de ocho meses cuando llegó el covid-19. Yo no puedo separar la escritura de los viajes, y los libros que me gustan son aquellos en los que hay movimiento. Me reventaron la cabeza autores como Arthur Rimbaud o Jack Kerouac, aquellos que querían tanto escribir como el mundo. Es como el mismo movimiento, el de adicción a la vida y adicción a la escritura. Pero no creo que haga falta viajar para escribir un buen libro. 

P Precisamente los protagonistas de La vida que queríamos viajan mucho. Europa ha sido un lugar con mucho movimiento, en estas últimas décadas especialmente, aunque también más atrás en la Historia. Todo ha cambiado con el coronavirus: se cierran las fronteras, hay cuarentenas, se prohíbe viajar a según qué países. ¿Cómo afectará esto en nuestras vidas y también a la literatura?

R Creo que cuando se abran todas las fronteras habrá más sed y ganas de viajar, conocer gente, moverse. Igual que pasará cuando abran las discotecas, todos tenemos muchas ganas de escuchar música juntos.

P Hablando de viajar: ¿Fue durante un viaje cuando se enamoró de Barcelona, donde vive desde hace más de diez años?

R Sí, llegué con 24 años, y estaba un poco agobiado de la vida parisina. Conocer Barcelona fue como renacer: me cautivó la manera de vivir de la gente, de ser, de estar juntos. Es totalmente diferente a lo que es la vida en Francia. Me enamoré y me quedé, aunque he pasado épocas en Berlín y en París durante estos años. 

P ¿Le parece Formentor un buen enclave para cultivar la escritura, o prefiere lugares más efervescentes como París o Barcelona?

R Es mi primera vez en Mallorca y este me parece un lugar maravilloso, también para escribir. Creo que ambas cosas son necesarias: las ciudad por su vitalidad, y esta calma para poder escribir. 

P Mañana [hoy para el lector] hablará en una mesa redonda sobre Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, un autor para el que siempre tiene elogios. ¿Qué le ha marcado del escritor chileno? 

R Muchas cosas. Su forma novedosa de contar historias, que las convierte en múltiples, entrelazadas. Me parece una manera muy contemporánea de crear novelas, me cautivó la multiplicidad y la dispersión de la realidad dentro de una novela. Su increíble humor, su gracia, sus viajes. Todo de él me encanta. Es apasionante. 

Traducir es un ejercicio difícil, casi me parece más difícil que escribir, pero a la vez es apasionante

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P Le grand vertige, su última novela, plantea el desafío que tenemos como sociedad frente al cambio climático. ¿Los retos sociales colectivos tienen que estar en la literatura? 

R Me parece interesante, pero solo si no se intenta dar un discurso. La literatura no tiene un mensaje claro, un discurso preestablecido. Sin embargo, es muy interesante cuando se meten los debates contemporáneos, cómo habitamos el mundo, en sus páginas, a través de personajes o situaciones. No tiene que dar respuestas, sino pistas. Una novela no tiene que ser un ensayo, tiene que ofrecer otras cosas: es el arte de la complejidad, los matices y las contradicciones. 

P ¿Está todo inventado en la literatura?

R Nunca, ningún arte está agotado. Las formas literarias siempre se renuevan, aunque sea reventando el pasado. La novela es una pasada, allí cabe todo: periodismo, ensayo, poesía, incluso música. 

P ¿Admira al escritor holandés Cees Nooteboom, ganador del Premio Formentor 2020?

R Me gusta la figura que representa Nooteboom: el viajero, el intelectual europeo, el humanista. Es uno de los pocos representantes de intelectual europeo humanista del siglo XX que nos quedan, ya no hay como él. 

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