P “La mejor manera de valorar y cuidar a nuestros clásicos es estableciendo un diálogo con lo contemporáneo”, escribió hace unos días en Twitter. ¿Es esto lo que proponen con Ricardo III?

R Utilizamos los clásicos como pista de despegue y no de aterrizaje. Consideramos importante establecer un diálogo con la sociedad de hoy, que es lo que hacían ellos, en este caso Shakespeare, en su momento. Esas obras representan la realidad política de aquella época, y si lo montas y no lo tocas hay cosas que se entienden pero otras que se pierden. Quitar lo anacrónico para hablar de nuestra propia sociedad es una de la claves, y algo que facilita que la obra no se convierta en algo antiguo para el público, sino en algo que le interpele.

P Envidias, corrupción, mentiras y ansias de poder en la monarquía inglesa de finales del siglo XV. No debe haber sido muy complicado adaptarlo al contexto político más cercano.

R La verdad es que no. En la obra original hay la exhumación de un cadáver, y la hicimos cuando estaba a la orden del día la exhumación de Franco. A veces, la realidad atropella a la ficción. Shakespeare es muy contemporáneo porque retrata cosas que siguen pasando, esas ansias de poder, la incapacidad de los ciudadanos de poder discernir el polvo de la paja… Está muy al día.

P Además de a Ricardo, también ha interpretado a Hamlet. ¿Qué hay entre Shakespeare y usted?

R Una relación íntima que viene de muy lejos. Yo soy actor por Shakespeare. Aprendí con 12 años textos de Marco Antonio, o Julio César... Las suyas son las primeras obras que me leí en profundidad. A los 17 años leí sus obras completas. Me seduce profundamente su poesía, esos textos aparentemente alambicados que, finalmente, son mucho más directos de lo que parece. Me conmueve cómo desnuda el alma humana y cómo retrata lo peor de nuestra sociedad, alertándonos constantemente del mal que podemos hacer.

P ¿Le gusta ser Ricardo III, un malo malísimo?

R Es un personaje detestable desde el punto de vista moral. Amo a Ricardo porque me parece divertido interpretarlo, es un personaje que sabe tocar las teclas de la seducción y al que le importa todo muy poco. En eso hay algo liberador: en esa cosa descarnada hay una diversión profunda a la hora de interpretarlo. No hay nadie tan malo como Ricardo, es un aviso a navegantes también para el público.

P ¿Nos atraen los malos porque, a algunos, la moral nos impide ser malos del todo, malos con ganas?

R La moral es necesaria para vivir en sociedad, es un freno sobre muchos impulsos que nos provocarían dolores y complicaciones. Por eso cuando vemos, en el teatro o en el cine, a esos seres malignos y amorales, encontramos una pequeña diversión que da esa falta culpabilidad ante todo lo que hagas, y la determinación para cumplir tu deseo, sin que nada te frene. Pero el retrato de este tipo de personajes tiene algo peligroso si te indica que hay algo bueno detrás de eso. El caso de Shakespeare, en cambio, es paradigmático: crea ese monstruo pero deja claro que detrás de él solo hay caos y destrucción.

P ¿Es el poder el objetivo de los políticos, en lugar de facilitar la vida de la gente del país?

R Nuestras democracias han ido virando hacia un lugar peligroso, y es que nuestros partidos políticos empiezan a funcionar, unos más que otros, como empresas que tienen que maximizar sus recursos. Lo que significa que los que tienen el poder tienen que hacer lo necesario para seguir manteniéndolo y los que están en la oposición intentan destruir al otro bajo cualquier concepto. Y en eso, el panorama actual, no difiere demasiado de las monarquías que retrata Shakespeare.

P ¿El teatro es política?

R Todo. Hasta la comedia más absurda, estúpida y mal montada da una opinión sobre la vida y crea un contexto social que es una forma de demostrar una opción política. Nuestro trabajo tiene más que ver con la reflexión y hacer pensar, mientras que la política no es tanto hacer pensar sino gestionar los recursos de un país. Aún así, no me gusta el teatro que alecciona, sino el que hace preguntas. No creo que la función del teatro sea dar respuestas, si no hacer dudar aún más.

P Que le pongan contra las cuerdas.

R Es que si pasa lo contrario es endogámico. Es cierto que uno no puede evitar lanzar ideas, en mis espectáculos hay cosas, claro. Lo que no puede ser es que la gente acuda a una función cuando sabe lo que va a encontrar, y que el que sospeche que ahí verá cosas que no le gustan no vaya. Ahí se pierde la función social del teatro, hacer preguntas, incomodar. A mí nada me gusta más, y me considero una persona de izquierdas, que me hagan dudar de muchas de las ideas que yo considero inamovibles. Somos muy laxos con nuestras contradicciones, y las hay, y hay que preguntarnos qué pasa con eso.

P ¿Vivimos una época en la que no se puede discutir dentro de la izquierda, cuyo discurso tiene que ser políticamente correcto, gustar a todos todo el rato?

R Todas las cosas, y como dice Harold Pinter, pueden ser verdad y mentira. Y eso es así. Se dice que no hay autocrítica en la izquierda, y hay algunos que no la quieren, pero es inevitable que exista y hay que mantenerla. Hay una parte de gente que se considera de izquierdas que actúa de una manera tan fascista como puede ser la ultraderecha. El diálogo es absolutamente necesario, incluso para decir barbaridades. Solo el debate refuerza la idea original, o la cambia. La izquierda, parte de ella, quiere funcionar con tótems inamovibles, y eso no es muy progresista.

P ¿El teatro es un arte minoritario?

R Sí, y está bien que sea así porque tiene una gran libertad creativa, puede arriesgar mucho más.

P Se ha hablado mucho de la cultura como salvación durante el confinamiento, pero esta opinión ya existía antes. ¿Está de acuerdo?

R No creo que la cultura nos salve de nada. Decía el poeta William Faulkner que, más que iluminar, la cultura sirve para ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor. Nos dice dónde estamos. Lo que está claro es que los países que dan la espalda a la cultura tienen unos índices de felicidad y bienestar más bajos que los que la apoyan y cuentan con ella.

P ¿España da la espalda a la cultura?

R Este país es un referente cultural europeo en muchos ámbitos, pero siempre ha habido cierta reticencia hacia el mundo cultural por parte de los que gobiernan. Somos un país que venera a los artistas muertos y desprecia a los vivos, parece que el poder siempre quiere poner en jaque al pensamiento. Para los políticos somos un adorno siempre y cuando no molestemos.

P ¿Falta educación cultural?

R Falta conexión entre el mundo de la cultura y la educación, no somos Francia, donde me asombra su interrelación. Aún así, aquí hay herramientas que se utilizan.