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Con ciencia

Acresolviendo dilemas

Uno de los mayores logros de la ya extinta Sociobiología fue la de explicar las principales características vitales de cualquier especie -número de integrantes de la población; esperanza de vida; número de descendientes; recursos empleados en ellos- en función de las estrategias que permiten a cada especie explotar los recursos del ecosistema al que está adaptada. Los sociobiólogos distinguían, así, entre especies K -adaptadas a entornos muy estables con el paso del tiempo (una caverna de latitudes templadas; cualquier océano) y que estaban formadas por organismos con vida larga, poca prole y grandes y continuos cuidados hacia ella- frente a especies r -adaptadas a entornos fugaces como una charca primaveral, con multitud de organismos que dan lugar a una enorme descendencia en muy poco tiempo y a la que no dedican recurso alguno más allá del acto reproductivo-. Aunque el espacio K-r sería un continuo en el que habría que hablar de tendencias más que de identificaciones absolutas, cualquier gran mamífero sería un buen ejemplo de especie K mientras que las ostras o, ya que estamos, las bacterias serían especies tirando a r. Ni que decir tiene que nosotros, los humanos, supondríamos una especie típicamente K.

Aunque los modelos sociobiológicos apenas se utilizan ya, su recuerdo viene de la mano de un artículo publicado en la revista Science por Philippe Domenech, Sylvain Rheims y Etienne Koechlin, investigadores vinculados al INSERM (Institute National de la Santé et de la Recherche Médicale) de París (Francia). Los autores se plantean la forma como organismos que cuentan con sistemas cognitivos muy desarrollados hacen frente a los cambios que se producen en el ecosistema y a los desafíos que supone tener que elegir entre respuestas alternativas para sacar el mayor provecho de tales cambios. En realidad hay una larguísima tradición de análisis de la manera como el cerebro almacena las experiencias pasadas y presentes para decidir la línea de acción. El comentario de la revista Science que acompaña al artículo de Domenech y colaboradores pone el ejemplo de un marinero que se enfrenta a una tormenta que se acerca. ¿Qué hace?

Domenech et al han analizado la actividad neuronal de un grupo de seis pacientes que, por padecer epilepsia, tenían implantados electrodos en las regiones ventromedial y dorsomedial de la zona prefrontal del cerebro. De tal suerte, los autores han logrado identificar mediante electroencefalografía intracraneal una actividad prefrontal importante cuando se trata de resolver dilemas de exploración y explotación del medio. Algo que, por otra parte, poco puede extrañar habida cuenta de las evidencias que asignan a la corteza prefrontal un papel crucial en la toma de decisiones.

Por desgracia, al quedar limitados los electrodos a la zona prefrontal queda en la oscuridad lo más importante: cuáles son las redes cerebrales completas que intervienen en el proceso de análisis y toma de decisiones ante alternativas medioambientales. Pero ya se ha dado el primer paso.

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