Y en 2019 llegaron los quince temas de Manual de cortejo, además producido por el totémico Raül Refree. Al ya conquistado petardismo exacerbado ha añadido lo que se vislumbraba desde sus inicios: una creación profunda, intensa, muy sabia y muy renovadora, hiperpotenciada por la producción minimalista, concisa y poderosa del catalán.

Cuevas actúa hoy sábado en el ya encantador, renombrado, carismático ciclo La lluna en vers. Será a las 21:30 h. en el Santuari de la Consolació de Sant Joan. Hace días, claro, que no quedan entradas.

-Cuando hace un tiempo descubrí al artista y su obra tuve una impresión. Ahora, unos años después, no ha cambiado: eres un hombre severo, responsable, reflexivo. Tienes sentencias del tipo “lo mío es un compromiso muy serio con el saber popular”, o “no busco solo vender entradas, sino decir cosas con las que hagamos crecer a la humanidad”. Eres serio.

-¡Muy serio! Qué bien que te hayas dado cuenta. Por fin se me reconoce [ríe].

-Piano y tuba en el Conservatorio Superior de Asturias. Sonología en la afamada Esmuc de Barcelona. ¿Cuánto pesan esos trece años de estudios en tu producción musical y escenográfica?

-Ya no pesan tanto como al principio. Fue hace bastante tiempo. En el Conservatorio todo está enfocado a lo clásico, y sobre todo a la repetición. A la mecanización. Repetir, repetir y repetir... hasta llegar a ser concertista. Intenté dejarlo de lado, me costó, pero lo conseguí. Es difícil salirse de esa dinámica.

-Tienes tres EPs y un álbum, pero tres espectáculos completos: Electrocuplé (2014), El mundo por montera (2017) y ElectrocupléEl mundo por monteraTrópico de Covadonga

-Tal vez excepto en el último, en el larga duración, me cuesta mucho plasmar en un disco lo que quiero transmitir en un espectáculo. De hecho, en estos a menudo digo “a mí lo que me gusta es hablar. Os canto para manteneros atentos una hora y media, pero lo que me gusta es contar historias”. Y eso es muy difícil de hacer en un disco. Es lo que creo que he conseguido en el último álbum: contar lo que percibo del mundo rural, mi cosmovisión de lo tradicional.

-Si no he entendido mal la tesis central de Manual de cortejo

-Son lo más sexy que uno puede echarse a la cara. Música tradicional y arte popular llegan a cotas de perfección tan altas porque sirven para eso: para gustar, cortejar. Tanto baile como canción. Generación tras generación cincelando aspectos para llevar a alguien al huerto.

-El filtro de la tradición, primero oral y luego escrita.

-Exacto. Son siglos.

-Y qué portada más poderosa.

-Es de Ricardo Villoria. Es un genio. Y nunca me da opciones.

-¿Te lo entrega todo cerrado: fotografía, concepto, diseño, arte final?

-Todo. Nunca deja que toques nada. Si no te gusta te dice “búscate a otro”. Y me encanta que sea así.

-¿Por qué el añadido “Rodrigo Cuevas 'ronda' a Raül Refree”? ¿Llevabas tiempo queriendo trabajar con él?

-Porque así fue el proceso. Le invité a un concierto, le gustó alguna cosa, luego quedamos para tocar en su casa, le canté todo el material tradicional y lo fui engatusando con ello... Y porque me gusta, me parece muy importante reconocer el trabajo de todo el mundo. No quería que fuese un nombre en pequeñito en la contraportada. Además, y así se lo dije cuando el disco estaba prácticamente acabado, no ha sido solo el productor. Este disco lo hemos hecho juntos, mano a mano. Le pareció correcto y justo, como también no limitarse a la fórmula típica de “Rodrigo Cuevas & Raül Refree” sino buscar algo más poético.

-Sabías que Refree iba a añadir introspección sonora, hasta minimalismo, potente y vehemente, pero reduccionista en lo musical. ¿Lo controlaste, lo acotaste, o lo querías en toda su concisa amplitud?

-Fue tan mano a mano, constantemente juntos en el estudio, que eso provocó que se soltara totalmente, que nos soltáramos los dos. Porque precisamente la música tradicional es muy minimalista, muy escueta. Yo quería eso de Raül y él lo vio en las canciones. En Asturias y Galicia todo es casi únicamente voz y pandereta. Partimos de eso porque yo quería algo crudo y duro, pero no aburrido. Le dije “pongámonos densas pero no aburridas. Fréname cuando me ponga petarda, porque no quiero que sea un disco petardo, y yo te frenaré a ti cuando te pongas espeso”.

-Y el resultado es que escuchas el disco, pasan diez segundos, y lo vuelves a poner. Quieres volver a escucharlo, y descubres cosas nuevas en su producción minimalista y concisa, como también en tus canciones y los textos.

-Así es, así lo espero. No creo que sea un disco difícil en absoluto, pero hay mucho, mucho mejunje, mucho contenido. Hay muchas canciones que no son aisladas sino que son parte de algo más. Creo que es un disco fácil y amable, pero también complejo sin ser duro.

-Refree lleva años siendo un músico excelente y un productor portentosamente perspicaz. Pero además, en directo, es un intérprete muy energético, muy visceral, muy genuino en su intensidad. ¿No se planteó la posibilidad de incorporarle a tus directos o tus espectáculos?

-Ahí estamos. Pronto haremos algo. Muy pronto.

-Me encantó leer en tu web la autodefinición “agro-glam”. ¿Para cuántos discos o espectáculos más crees que dará? Si Trópico de Covadonga

-Intuyo que sí. Es por donde me lleva el folclore, que es así de sofisticado. Hay una música popular en el siglo XX que es menos sofisticada, que también me atrae mucho, pero normalmente cuanto más antiguo es un cantar, es más sofisticado y complejo. Es como una noche de farra: los cantos de taberna son fantásticos, pero siempre surge un momento para una canción más profunda, más intensa.

-Tal vez ligado a todo ello, hay un aspecto que llama la atención en Trópico

-Después del confinamiento estoy algo desentrenado [ríe]. Bailo lo que me deja la fatiga para poder seguir cantando.

-Es de suponer que la danza fue un capítulo que se sabía que iba a ser fundamental a la hora de crear Trópico

-Estuvo siempre claro. Bailo danza contemporánea desde hace bastantes años, también tradicional, pero la contemporánea me fascina especialmente. Le dije a mi profesora [Dana Raz, autora de las coreografías] que quería trabajarla mucho. Aunque la verdad es que fue evolucionando y llenando más espacio. El problema es que a veces el espacio donde actuamos no es el más apropiado para representarla. Pero casi mejor: así puedo ir adaptándome constantemente y trabajar la improvisación en la danza, que me encanta. Es lo hermoso de la danza: te metes en la música y vas sacando lo que vas sintiendo.

-¿Hasta dónde llega tu compromiso, tu activismo social, en general? ¿Tienes algún carnet (partido, asociación)?

-Mmmmm... Ah, sí, el de Amnistía Internacional. Ninguno más. ¡Líbreme dios! No encajo en sistemas cerrados. Me gusta bien liderar, bien confiar en gente como la de Amnistía, darles mi dinero y que lo usen en lo que consideren. Desde luego no encajaría en ningún partido.

-De siempre te ha gustado contar historias, con toda la calma del mundo, entre canción y canción. ¿Eso de dónde sale? ¿Es algo propiamente asturiano?

-Contar historias es algo universal que hoy día se está perdiendo mucho, demasiado. Se valora la pérdida de la música, de la lengua, de muchas cosas, pero no la de contarnos las cosas. Es algo muy valioso, pero cada vez más nos limitamos a enseñarnos vídeos que hemos grabado con el móvil. Hoy se reduce todo a una pantalla, de televisión o de móvil, pero durante siglos la gente ha invertido horas y horas en contarse cosas. Eso provocaba que las historias creciesen y se volviesen más ricas, y con ello las relaciones personales. Hay que contarse más las cosas, también porque la objetividad está sobrevalorada. A mí que más me da si me adornas lo que me cuentas. En ese sentido, para mí fue una revelación la película Big Fish (dirigida en 2003 por Tim Burton sobre guión de John August, basado en la novela de Daniel Wallace). Me dije “¡claro! ¡Hay que mentir!”. Hay que contar las historias adornadas, darles una narrativa preciosa.

-¿Y en concreto que te llevó a incorporarlo a tus directos y espectáculos? Porque ha ido teniendo una presencia creciente.

-Al principio no lo tenía claro en absoluto. Pero iba viendo cómo la gente se reía con mis historias, y desde pequeño siempre quise ser alguien gracioso. Me enamoro de la gente graciosa, y yo siempre me he considerado cero graciosa. Pero al ver que era capaz de hacer reír a la gente con lo que contaba en el escenario, me fui enganchando a ello.

-El viernes participas en una jornada “profesional y creativa”. ¿Qué buscas enseñar o comunicar?

-Será un encuentro con artistas en el que se buscará agitar el folclore. Primero me harán una entrevista en directo, y luego trabajaremos voz e instrumentos como si fuera algo real, una creación concreta que fuéramos a utilizar. Todo ello a partir de repertorio tradicional mallorquín.

-Solo faltará Alan Lomax, que pasó por Eivissa y Formentera [etnomusicólogo estadounidense, considerado como uno de los más grandes recopiladores de canciones populares del siglo XX, grabó canciones y bailes tradicionales de ambas islas en 1952].

-Lo que grabó allí és lo més guapo del món (dice en catalán).

-Para acabar: le pregunté a un amigo asturiano qué es lo que caracteriza a los asturianos. Me dijo: la retranca. ¿Qué tiene Rodrigo Cuevas, la persona y la artista seria, de retranca?

-¡Mucho! Procuro tener toda la que puedo. La retranca es la cinta de cuero que lleva el caballo detrás cuando tira de un carro y que hace de freno. Es lo que evita que el carro se lleve por delante al animal cuando baja una cuesta. La retranca es ese humor de por detrás, que no te lo esperas pero te lleva para adelante.