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Con ciencia

Darwinismo

En estos tiempos infaustos que nos ha tocado vivir, las decisiones políticas de más trascendencia que han de tomar los líderes de los distintos países se refieren a la manera como cabe combatir la pandemia del Covid-19. Con dos posibles estrategias opuestas: la de confinar a la población en sus casas y detener cualquier actividad no esencial con el fin de impedir en la medida de lo posible la propagación del virus y la contraria, la de permitir que el patógeno infecte a la mayor cantidad de personas para que éstas adquieran cuanto antes la inmunidad tras padecer enfermedades respiratorias muy severas que matarán a las personas más débiles, las que cuenten con patologías previas o una edad avanzada. Al menos en un caso, esta segunda opción, elegida por el premier británico Boris Johnson y, al parecer, atractiva para Donald Trump, se ha calificado como “darwinista”. Se trata de aplicar el concepto popular de la teoría de la selección natural de Darwin bajo el prisma muy común de la “lucha por la vida” o la “supervivencia del más fuerte”. Pero a lo que se refería la teoría original darwiniana es a que los organismos que serán seleccionados son aquellos que se reproduzcan mejor en el entorno en el que viven. Fue otro autor, Herbert Spencer, quien acuñó la idea de la lucha por la vida como el marco para la actividad vital y con tanto éxito que Darwin añadió en ediciones posteriores de su libro canónico sobre la evolución por selección natural, El origen de las especies, el concepto de la “supervivencia del más apto”.

Dejar que el virus se extienda pertenece, pues, a la idea de Spencer —germen del llamado “darwinismo social”— de que como en la naturaleza sobrevive el más fuerte de nada sirve intentar impedir que se imponga esa especie de ley universal. Ni que decir tiene que se trata de dejar que los enfermos y los ancianos mueran cuanto antes para poder volver a la normalidad (y, de paso, aliviar las cuentas de la seguridad social al tener que pagar muchas menos pensiones). Atribuir a Darwin semejante disparate es pura ignorancia porque el autor del concepto de selección natural, el más potente de las ciencias de la vida, se formó en la tradición post-ilustrada escocesa que, siguiendo las enseñanzas de Newton, veía cualquier grupo, humano o no, como el resultado de un equilibrio entre la fuerza centrífuga —el egoísmo— y la centrípeta —la solidaridad—, de tal suerte que sólo la combinación de ambas permite sobrevivir. Dejar que el egoísmo de la aniquilación de los ancianos y enfermos prospere nos llevaría, de acuerdo con esa idea, al desastre.

Aunque sería en verdad cruel pensar que Boris Johnson y Donald Trump han leído a Darwin —o, ya que estamos, han leído libro alguno— quizá convendría exigir a los comentaristas de estos meses tan convulsos que, al menos, se documentasen.

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