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Con ciencia

Cerebro diminuto

Cerebro diminuto

El investigador del Programa de Postgrado en Biodiversidad Animal de la universidad federal de Santa Maria (Brasil) José D. Ferreira y colaboradores han publicado en la revista Biology Letters los resultados de un análisis realizado mediante tomografía computarizada del endocráneo de dos ejemplares fósiles de la especie Neopiblema acrensis, un roedor del Mioceno Superior brasileño, extinto ya, que alcanzaba un tamaño enorme -con un peso de cerca de 80 kilos-, muy superior al de ningún otro roedor actual. La característica más sorprendente del cerebro de N. acrensis es el volumen diminuto de su cerebro: cerca de 50 centímetros cúbicos, con un peso de 47 gramos. Eso quiere decir que el coeficiente de encefalización -tamaño del cerebro en relación con el tamaño del cuerpo- de ese roedor fósil era muy pequeño, cerca de la quinta parte del promedio de los roedores sudamericanos actuales. Cabe preguntarse cómo se adaptaría a su entorno un animal con unas capacidades cerebrales tan limitadas.

La respuesta no es en realidad tan intrincada como podría parecer. Es cierto que un gran coeficiente de encefalización proporciona la capacidad para enfrentarse en mejores condiciones a los problemas medioambientales, como pueden ser el de encontrar comida o defenderse de los predadores. Pero los grandes cerebros no son una panacea sin más. El cerebro resulta, de lejos, el órgano con un mayor consumo biológico -oxígeno y nutrientes- dentro del cuerpo, así que la evolución de cerebros más grandes obliga a la obtención de más y mejores recursos. Un ejemplo bien conocido es el de los humanos, dentro de cuyo linaje el género Homo se caracterizó por el incremento del coeficiente de encefalización con el paso del tiempo. Suele atribuirse las ventajas adaptativas del cerebro creciente de Homo a la producción y manejo de herramientas cada vez más sofisticadas.

Pero la estrategia inversa no tiene por qué resultar un fracaso. Contar con cerebros pequeños permite consumir muchos menos recursos y proporciona ventajas para sobrevivir en entornos en los que dichos recursos son escasos. Bien es verdad que de esa forma se pierden capacidades importantes como son las que Ferreira y colaboradores indican, desde la especialización visual al mantenimiento de relaciones sociales complejas. Pero tales carencias son menos importantes cuando, a causa de la vida en una isla, por ejemplo, los predadores son escasos. En situaciones así, un tamaño de cuerpo grande, incluso con un cerebro pequeño, supondría una mayor garantía de supervivencia. Como apuntan los autores, la familia a la que pertenecía N. acrensis no evolucionó en ambiente isleño. Pero a partir del Oligoceno y hasta finales del Mioceno Sudamérica permaneció aislada de manera notoria, creando ecosistemas que equivaldrían en cierto modo a los más restringidos de las islas.

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