Medio siglo contempla la carrera de este discípulo de Dario Fo, un devoto del Siglo de Oro que llega a Palma con 'Cómico', un espectáculo que hace honor a su verdadera vocación y que se representará en el Trui Teatre el próximo domingo (19.00 horas)

-¿Por qué hay que ver Cómico

-Porque luego el espectador comentará con sus amigos, cuando vaya a cenar, las cosas que yo digo y estarán brillantes.

-¿Cómo se construye un espectáculo sin estructura alguna?

-Es muy difícil. Solamente después de llevar muchos años ahí. Teniendo muchos, muchos recursos. Y sabiendo por dónde pueden ir las cosas, para conducir el espectáculo como un conductor conduce un Fórmula 1.

-¿Qué papel ha jugado la risa en su vida?

-Me ha liberado de muchas tensiones, y me ha dado muchos ratos agradables. Ante una situación un poco escabrosa, si logramos reír la veremos de una manera menos sórdida y encontraremos soluciones, porque la risa distiende los músculos, aligera el diafragma, las neuronas trabajan mejor y te reconcilia contigo mismo.

-¿Usted sabe reírse de todo?

-Yo me río de bastantes cosas, para empezar, de mí mismo. Me tomo con bastante sentido del humor, hasta mis tragedias. Y luego me río de todo lo que veo ridículo.

-¿Son muchas las cosas del día a día que le parecen ridículas?

-Depende del día. Hay días en que todo te parece ridículo y te descojonas y otros en los que solo ves ridículas unas cuantas cosas y dices, qué pena, hoy me puedo reír poco.

-¿Cuando sigue la actualidad política se descojona?

-Me sonrío, pero también hay que tener en cuenta que los políticos son un síntoma, no son la causa de lo que padecemos.

-¿Cuál es la causa?

-Nosotros mismos. Somos seres maravillosos pero llenos de contradicciones. Somos frágiles, aspiramos a la celebridad en un momento determinado a costa de cualquier cosa, nos encantan los juguetes, somos como niños, nos encanta consumir cosas que no necesitamos€ Tenemos nuestros problemillas... ya lo sabían los clásicos, los grandes autores del Siglo de Oro, que la cabra tira al monte.

-¿El Siglo de Oro está en su ADN?

-No, no está en mi ADN porque sino estaría yo un poco ya gagá.

-A sus 70 años, ¿qué le mantiene ahí arriba?

-La alegría del escenario.

-¿Sabe qué es el vértigo?

-Lo he sufrido muchas veces, pero en el escenario se resuelve todo, solo hay que dejarse llevar.

-¿Últimamente el público se ríe menos?

-No, no, la gente se suele reír mucho. Cuando se crea un clima de distensión, en el teatro se ríen de cualquier cosa aunque sea un chiste malo.

-Chistes malos no los encontraremos en el Trui.

-La verdad es que no hay ni chistes buenos ni chistes malos. Eso ya lo decía Shakespeare. Solo hay espectadores inteligentes y otros que lo cogen más tarde.

-¿Las irreverencias de Willy Toledo le molestan?

-A mí no. No me siento concernido en absoluto pero uno debe de respetar la vida de los demás, y las creencias y los sentimientos aunque para ti sean ridículos. Es un signo de intolerancia ser muy combativo y agresivo en tus expresiones tocando los sentimientos de la gente. A la gente hay que respetarla.

-¿Qué sentimientos tocará en el público con este Cómico

-Yo tocaré el corazón, si me dejan, con la palabra poética de San Francisco de Asís.

-¿Percibe cierto malestar entre los espectadores en estos tiempos de cambio?

-La vida está complicada pero no por los políticos, que también la tienen complicada, sino porque la tecnología y la civilización se ha hecho muy compleja. Te levantas por la mañana y antes de salir de tu casa te están llamando para venderte algo y te cabreas porque te llaman tres veces€ Les preguntas quién les ha dado tu teléfono, y no importa, te siguen llamando, te das de alta en una compañía y cuando quieres darte de baja no lo hacen y te demandan, tienes que llamar, te ponen un numerito, sale la musiquita, nadie te atiende€ Y llegas a casa deseando darle un golpe a alguien. Ese es el problema de la civilización tecnológica. Nos hemos complicado la vida mucho. Dentro de unos años, cuando la tecnología sea más sencilla, estructurada y dominada, quizá todo sea más fácil y la gente tenga menos estrés.

-Si a eso le añade la crispación política...

-La crispación es el síntoma de un estado de egoísmo. Lo que hay ahora mismo en la vida es una erupción de egoísmo, yo y lo mío, lo que yo pienso, mi país, mi clase social, mi dinero, mi partido político, mis ideas€ hay un apego fuerte a lo que uno considera que es de uno, de una manera intolerante, a veces agresiva, frente al adversario, al que uno piensa que es diferente. De ahí viene todo lo que hay.

-¿La palabra se ha desvirtuado?

-No hay un respeto a la palabra, a la vibración magnética de la palabra. La palabra no es considerada como algo que tenga un valor, como algo que mueva y conmueva, y que llegue a tocar los resortes de la vida. La gente nos creemos que hablar es una banalidad y no trae consecuencias, y sí las trae. La palabra es muy poderosa.

-¿Con ella se cambia el mundo?

-El teatro no puede cambiar el mundo, y si los actores lo decimos alguna vez es para lograr una subvención.