Tània Balló, (Barcelona, 1977) estuvo ayer en es Baluard par asistir a la proyección de la segunda parte de su documental Las Sinsombrero, ocultas e impecables, un proyecto que le ha llevado a recuperar los nombres de las mujeres de la Generación del 27 y que en breve tendrá una tercera parte.

P ¿Cómo llegó a interesarse por los nombres de esas mujeres?

R Obviamente llegó a través de los hombres, pero no porque sea la razón natural sino porque vivimos en una cultura estructurada desde la idea del patriarcado. Empecé la investigación en 2009 a partir de una conversación cotidiana donde se planteó que era curioso que dentro de esa generación tan conocida, estudiada y amplificada, no se mencionara a las mujeres. No tanto porque nos sorprendiera la ausencia, que es algo endémico, sino porque justamente esa generación surge en un momento de la historia muy importante en los movimientos feministas. No era baladí, porque en ese momento las mujeres estaban teniendo un impulso reconocido.

P ¿Qué descubre en un primer acercamiento a esas creadoras?

R Esa ausencia tan escandalosa no era solo fruto de mi ignorancia, sino que era una ausencia prolongada. Esos nombres eran con mayúscula, no eran artistas o literatas con una producción pequeña ni casual. De repente, era todo un corpus literario que se había silenciado durante muchísimos años. Más allá de que no las conociéramos, lo importante es que se nos había negado una parte de ese relato tantas veces contado.

P ¿Qué consecuencias ha tenido ese silencio?

R Cuando descubres que en los años 20 y los años 30, esa generación tan estudiada, con artistas como Maruja Mallo, Remedios Varo, Rosario de Velasco o Marga Gil Roësset, que son mujeres que expusieron internacionalmente y que tienen obra en la Tate Gallery o en el MoMA de Nueva York, piensas que aquí ha habido una intención de silencio. Lo peor es que se nos ha negado la posibilidad de que, a través de estas mujeres, conociéramos una parte de la historia fundamental que no solamente completa el relato cultural sino que también nos ayuda a entender la evolución de la mujer, de sus derechos y de los movimientos feministas que estas mujeres protagonizaron y lideraron.

P ¿Por qué hemos tardado tanto en indagar esas ausencias?

R Nos hemos creído que las mujeres eran anecdóticas. Y cualquier historiador te dirá que la historia no se construye con anécdotas sino con hechos que afectan de una forma global. Después te puedes ir a la historia mínima y allí ellas sí que estaban, sobre todo gracias al trabajo de muchos investigadores que habían hecho esa labor de recuperación, pero que se mantenía en un espacio de divulgación académica que no llegaba a la sociedad en general. Desde el principio tuvimos claro que no estábamos hablando de una excepción. A partir de ahora no me voy a creer esa historia si no están ellas porque está fragmentada e inconclusa.

P ¿La única razón para silenciarlas es porque son mujeres o hay algo más?

R La construcción de un mundo androcéntrico no tiene la necesidad de ser muy perspicaz. No hace falta que diseñe ninguna campaña de olvido. Teníamos interiorizado que no hacía falta estudiar a las mujeres para entender. Los hombres son los que están y las mujeres acompañan. Esa idea que ahora por fin se ha roto, ha permanecido siglos. Creo que la clave no es que hayan sido olvidadas y silenciadas. Estos son adjetivos que solo podemos explorar desde el presente. El problema es la idea de persistencia como sujetos históricos. Ellos saben que no tienen que luchar por esa permanencia y ellas tienen muy claro desde el principio que difícilmente su voz va a permanecer y, efectivamente, no se equivocan.

P ¿Diría que hay Sinsombrero en pleno siglo XXI?

R No es justo decir que estamos en la misma situación porque les quita mérito a ellas que sí la vivieron. Lo que creo es que ha habido un despertar y ahora tenemos que luchar contra hábitos instaurados en las conductas sociales, personales y laborales, pero las leyes nos acompañan, otra cosa es cómo se aplican. Lo que falta a día de hoy es mucha educación y a veces un poco de impertinencia.

P ¿Entre Las Sinsombrero, hay algún caso paradigmático?

R Hay dos líneas. Una es la mujer que tiene un legado que no acabas de entender por qué no se ha incluido, porque su importancia es abrumadora. Es el caso de Ernestina Champourcín, una mujer que tuvo que vivir varios exilios. Primero uno interior, de su familia aristocrática y monárquica. Ella es republicana y se casa con el secretario de Manuel Azaña. Un segundo exilio, físico, en México y allí, ante la muerte de Domenchina, su marido, entra en depresión y acaba entrando en el Opus Dei, una mujer que fue transgresora en todos los niveles. Cuando regresa a España es rechazada por sus compañeros porque forma parte del Opus Dei. Su obra poética es fundamental, extraordinaria, y una trayectoria que si fuera un hombre sería un valor. Después están las que terminaron siendo 'mujeres de' como María Teresa de León que acabó siendo la mujer de Rafael Alberti cuando antes del exilio ella era más importante que él, de lejos. Una mujer política, que escribía, y que se entrevistó durante dos horas con Stalin para pedirle ayuda militar durante la guerra.

P ¿Veremos una sociedad igualitaria?

R Una sociedad igualitaria llegará en el momento en que haya un cambio de paradigma de fe democrática, de entender que la fórmula de estado tiene que transformarse. Lo que sé es que estamos avanzando y que tenemos que ganar terrenos de permanencia, cambiar discursos donde la mujer está pidiendo constantemente permiso y perdón e instaurar nuestra presencia como sujetos activos, políticos e históricos sin tener que cuestionarlo. Tenemos que tomar el poder de la palabra y el poder del silencio, necesario para dejar en evidencia discursos anacrónicos.

P ¿Cree que se puede no ser feminista?

R Ser feminista no es un adjetivo solo continuo a la palabra mujer, también tiene que haber hombres feministas porque si no será muy complicado permanecer. Pero no puede ser simplemente un adjetivo. Es una filosofía de transformación, de transgresión y de reflexión. También tenemos que estar abiertas a las críticas y aceptar que el feminismo no es algo compacto, sino fluido. Hemos de entender que si se convierte en un dogma lo llamaremos feminismo pero habrá perdido su visión revolucionaria.