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Una vida de serie B, un talento de serie A

El padre de Michael Douglas definió su vida como propia del guión de una película de serie B. Lo dijo,seguro, como una boutade, para explicar su hiperactividad y algunas contradicciones. Provenía de una familia humilde de judíos rusos emigrados a Estados Unidos a principio del siglo XX, por hambre más que persecución. Fue arisco en el trato (confesado por él mismo), mezquino en fruslerías y filántropo en proyectos que lo merecían. Adquirió una gran curiosidad intelectual y mantuvo un compromiso político (no politiquero) a la altura de su carácter. Él luchó para que Dalton Trumbo firmara el guión de Espartaco, lo cual, junto al apoyo de Otto Preminger fue el comienzo de la rehabilitación del señalado guionista. Y en la época de Carter puso su granito de arena para reconducir el conflicto de Oriente Medio.

Para cualificar su carrera, su talento como actor, no basta la lista entera de superlativos. Aprovechó su atractivo físico y le añadió determinación y formación a partes iguales. Aunque su ¡Yo soy Espartaco! le brindó los mayores aplausos populares, los críticos valoraron su atrevimiento con papeles dificilísimos como Van Gogh (El loco del pelo rojo), el Coronel Dax de Senderos de gloria (repetir con Kubrick fue otra medalla) o el periodista carroñero de El gran Carnaval. Además de hartarse de westerns, thrillers psicológicos, cine histórico y bélico (Los héroes de Telemark; Patton en ¿Arde París?), tocó incluso la comedia (uno de sus primero papeles fue en la deliciosa Carta a tres esposas de Mankiewicz), y el infantil (Nautilus en 20000 leguas de viaje submarino). La mejor forma de recordarlo es viendo de nuevo cualquiera de sus (muchos) grandes filmes o leyendo su autobiografía, El hijo del trapero.

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