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Con ciencia

Arte

La cuestión acerca del origen del arte, es decir, de la producción de objetos con una intención estética alejada del uso práctico, como es el caso de pinturas, grabados, esculturas, bajorrelieves o adornos personales que no sirven de herramienta, ha sido una de las cuestiones más debatidas en el campo de la arqueología y la paleontología humana. Los objetos manufacturados más antiguos son las lascas y núcleos de la cultura Olduvaiense, con cerca de 2,5 millones de años —siempre que dejemos de lado huesos o piedras no modificados—, pero tienen un propósito claro de utilidad: el de servir de instrumento para descarnar la carne de las presas, llegar al tuétano o cascar nueces. El sentido de un objeto artístico tiene un carácter diferente que se ha relacionado con su valor simbólico. Pero en ocasiones es difícil apreciar dónde queda la frontera entre uso práctico y simbolismo, como sucede con los bifaces achelenses de hace medio millón de años con una simetría perfecta y una belleza innegable. ¿Se tallaron con el propósito de servir de útiles o de símbolos?

La necesidad de apreciar las intenciones de individuos desaparecidos hace muchísimo tiempo se agrava en este contexto cuando los objetos de posible valor simbólico son piedras o superficies rocosas que a nosotros nos resultan muy estéticas pero no cuentan con ningún añadido de grabado, dibujo o pigmento de color. En un artículo aparecido en la revista Archaeological & Anthropological Sciences, el equipo de investigación dirigido por Luis Miguel Cáceres, geólogo del departamento de Ciencias de la Tierra de la universidad de Huelva, ha analizado formas parecidas a las arquitectónicas dedicadas a los dioses (tholos) que crearon los artesanos de la Grecia clásica pero procedentes en este caso del yacimiento megalítico de Valencina (Sevilla, España). Los autores sostienen que se trata de arte megalítico natural, y proponen incluir en adelante tales “tholoi” geológicos entre los elementos simbólicos. Sin embargo esa condición de arte natural ya había sido propuesta hace un cuarto de siglo por autores como Robert Bednarik al atribuir valor simbólico a piezas como la piedra de jasperita roja, con marcas naturales que recuerdan una cara, hallada en el yacimiento de Makapansgat (Sudáfrica) en terrenos de cerca de 3 millones de años.

De nuevo es preciso saber qué intenciones tendrían quienes eligieron las paredes de las cuevas de Valencina o la jasperita de Makapansgat como objetos apreciables por su belleza simbólica. De ahí que Bednarik sostenga que las piezas simbólicas innegables son las que han sido manufacturadas y carecen de valor práctico, como es el caso de los grabados geométricos o las cuentas perforadas. Es seguro que mucho antes pudo haber elementos naturales —una puesta de sol, por ejemplo— cuya belleza extasiase a nuestros ancestros remotos. Pero el problema consiste en demostrarlo.

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