El gobierno del pop tiene a uno de sus ministros indiscutibles en Diego López, cantante, guitarra rítmica y compositor principal de Ceremoney. Tras dos singles, dos epés y dos largos, llega ahora un nuevo EP, The Reaction (Cero En Conducta Records), cuatro zurras de powerpop que reafirman que siguen sabiendo la fórmula y que la siguen aplicando: son cuatro temazos infalibles.

-Hace ya años que nos conocemos y creo que nunca le he visto de día. ¿Escribe canciones de día?

-¿No nos hemos visto en algún tardeo? Sobre componer: a grosso modo, sí. Las canciones se hacen de día para tocarlas por la noche.

-¿A lo oficinista del rock, como se autodefine Nick Cave? Afirma que escribe casi a diario, pero solo de 9 a 5.

-No podría. Las canciones vienen cuando vienen. Ojalá tuviera esa capacidad. A veces tardan meses en aparecer.

-Y dice Cave, también Elvis Costello, que ya solo escribe canciones sobrio.

-Cada vez menos se escriben canciones sin estar sobrio. Últimamente solo me surgen canciones cuando algo me preocupa. Me está funcionando mucho ese método. Y en absoluto tienen por qué ser tristes.

-Siempre me he preguntado por qué no hay proyectos paralelos del motor creativo de Ceremoney. ¿Le cabe todo en la banda?

-Se puede decir que yo tiro del carro junto con Víctor [Núñez, bajista]. En Ceremoney me va cabiendo todo. Lo mío, lo personal, aparte de que toque en otras bandas como Los Amazonas. La música que escucho y que me gusta está en Ceremoney. Aunque igual algún día me da por hacer de Bunbury y me pinto de lila, como en su primer disco en solitario.

-Melodías-pegatina, de las que se te pegan quieras o no, punteos de guitarra fermentados, más suculentos que los guisos de mi madre; sonido-tromba, como una ruptura inesperada. ¿Le importa darme la fórmula de cómo se escriben canciones así?

-Sobre todo para este último disco, aparcando bien el coche a cierta distancia de casa, caminar cantando por la calle como un pirado y grabando lo que me gusta en el móvil. Tengo infinitas grabaciones, y descarto mucho. Antes lo hacía con una grabadora.

-¿Y llamándose a casa para grabarlas en el contestador automático como hacían algunos ya en los años 70?

-No, generacionalmente no me tocó aquella época. Pero sí con el Walkman.

-Ian Curtis, preguntado sobre las influencias musicales de Joy Division: “A mí no me influencia la música, me influencian las personas. Sus perspectivas, para conformar las mías. Aprendo de sus actitudes hacia la música para fabricar las mías, no de su música”. ¿Comulga?

-No del todo. Me ha pasado que escucho música, me gusta, investigo sobre la persona y no comulgo con sus ideas sociales o políticas. Siempre he separado, más hoy día existiendo las redes sociales. Puedes descubrir que te gusta el artista pero no la persona.

-Diría que en The Reaction hay menos adrenalina. ¿Es su disco más feliz o más hedonista?

-En cuanto a melodía, sí. Pero las letras, que en un 70-80% son de Víctor, diría que no son muy felices. No podían serlo tratando de amor, pérdida, etc.

-Siempre me han sonado más cerca de la new wave que del post-punk, del pop que del garage, del tropicalismo que del punk. ¿Es por eso que el sentido del humor siempre ha estado ahí? Les he visto sonreír y reír tanto en directo que parecéis pensar: que les vayan dando a gente con aires de transcendencia.

-Más nos vale con la cantidad de horas que le dedicamos. En el local se es todo lo serio que haga falta, para luego en directo llevarlo tan trabajado que puedas olvidarte de todo ello y disfrutarlo.

-The Recovery: la recuperación o reactivación. The Reaction: la reacción. Todo muy dinámico, muy palante. Los dos trabajos suenan a patada en la puerta.

-Cierto, y es la primera vez que me lo dicen. Salió Álex [Sancho, guitarra y teclados], entró Gori a la guitarra, The New Money Ceremoney [Runaway Records, 2015] no sonó todo lo que hubiéramos querido… Todo episodios normales en una banda, pero necesitábamos una reactivación. De hecho, la idea es hacer una trilogía en la que el siguiente y último EP será el resultado final de todo este proceso. Recuperación, reacción, fin. Y a por el siguiente.

-¿Un EP, cuatro canciones, es apetencia, necesidad, un por qué no, un capricho, una fórmula ajustada al actual modo fragmentado, hiperacelerado, de consumo de la música?

-Posiblemente. Hoy se escuchan cada vez menos discos completos. Además, para hacer diez o doce canciones que tengan sentido entre sí necesitas mucho, mucho tiempo. Un EP siempre sonará más completo y compacto, a no ser que haya pasado demasiado tiempo entre las canciones que lo integran.

-¿Sigue escuchando enteros discos de diez, doce, catorce canciones?

-Yo sí. Tengo el problema de que compro muchos discos, y no escucharlos sería una tontería.

-Su directo es más compacto y seguro que nunca, pero también más calmoso. ¿Solo importa la música, para saltar ya están los veinteañeros incandescentes?

-Es posible por el menor contenido tropical, que induce al desenfreno. Pero no creo porque seguimos preocupándonos de lo mismo: intensidad en el sonido, que no haya parones y sí ritmo constante, etc. Pero supongo que en algo tiene que notarse la salida de Lluís [Galvà, quien metía las percusiones].

-La última cuestión: ¿has oído esa leyenda urbana que dice que hay canciones de Ceremoney que no dicen nada, que la letra es solo onomatopeya que suene a inglés, “guachiwey-guachiwey”?

-[ríe] No, no lo había oído. De todas formas, las mejores letras son las que repiten constantemente un solo mensaje, como “Alana eh, Alana oh” de El Guincho.

-Por cierto, después de Usera el castellano quedó en el camino.

-En castellano también tenemos La fiesta, que salió esta Navidad en un recopilatorio de Discos Polo. Y tenemos otra guardada.

-Cierto. Una canción, precisamente, con mensaje claro.

-Sí: qué pasaría si el fin del mundo te pillara de fiesta. De todas formas, una cosa tengo clara: cantaré en castellano cuando arranque mi proyecto de folk intimista.