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Con ciencia

Mirada

Mirada

Caben pocas dudas acerca de que los humanos nos comunicamos no sólo con la palabra hablada o escrita. El lenguaje no verbal ha sido motivo de estudio para psicólogos, antropólogos y etólogos desde hace muchas décadas y, dentro de él, se encuentra un órgano de comunicación esencial: el de los ojos o, mejor dicho, la mirada. Si es un lugar común admitir que hay miradas que matan es porque resulta así, en términos metafóricos al menos. Igual que podemos asegurar que hay frases que torturan hasta la muerte.

La mirada humana ha sido tenida por única entre todos los primates y, dentro de ellos, frente a nuestros parientes más cercanos los simios (aunque cabe recordar que los humanos somos simios también). Fue en 2007 cuando el equipo de investigación del Max Planck de Leipzig (Alemania) dirigido por Michael Tomasello —con Josep Call como figura prominente en él— determinó que lo particular de la forma humana de expresarse con los ojos descansa en la decoloración de la esclerótica; al ser casi blanca, contrasta con el color del iris y permite fijar bien la atención en las emociones, estados de ánimo e intenciones que la mirada transmite. Los demás simios tienen la esclerótica oscura y, siendo así, cabía suponer que carecen de esa capacidad expresiva en sus miradas.

No obstante, un articulo publicado en los Proceedings of the National Academy of Siences USA por Juan Olvido Perea-García, investigador del departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Singapur, y sus colaboradores pone de manifiesto, comparando la coloración de los ojos entre los humanos y las dos especies de chimpancés —común y bonobo—, que existen contrastes significativos entre la esclerótica y el iris en todas ellas. Los bonobos, como nosotros, cuentan con una esclerótica que si no es blanca sí que resulta más clara que el iris. Y en los chimpancés comunes sucede al revés: su esclerótica es más oscura pero también destaca respecto del colorido del iris. Por lo que, como sostienen los autores, el contraste relativo resulta comparable en los tres casos.

El trabajo de investigación de Perea-García y colaboradores ha merecido aparecer en la portada de la revista. No es para menos porque, como cabe imaginar, esa semejanza en los ojos abre la puerta a poder considerar también en los chimpancés y los bonobos la mirada como un instrumento de uso de señales de socialización y comunicación; algo que, en términos conductuales, había sido sugerido ya en ocasiones en las que es necesario poner de manifiesto la actitud en las posibles disputas por la obtención de comida, por ejemplo. Los autores, de hecho, sostienen que habría sido el antecesor común de chimpancés y humanos —desconocido por el momento, pero que vivió hace más de siete millones de años— quien fijó el rasgo de la mirada significativa. Dicho de otro modo, en eso tampoco los humanos somos tan especiales.

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