"Todavía no mandé la torta o los bombones", suelta con una sonrisa Ida Vitale, ganadora el año pasado del Premio Cervantes y del FIL de Guadalajara, y quién sabe si del Nobel de Literatura que se falla en unas semanas. La escritora uruguaya, de 95 años, no se cree lo del Nobel, pero lo que sí es cierto es que ayer regaló a quienes la escucharon, un numeroso grupo de periodistas a quienes trató con generosidad y sentido del humor -"el humor me ha salvado en parte de la vida, que es lo primero de lo que hay que salvarse"-, un álbum de recuerdos y vivencias en torno a una figura señera como es ella de la poesía contemporánea.

La poeta, que no poetisa, un término que rechaza, "quizá porque la primera vez la escribí con 'z'", advirtió ya desde el inicio que no hace públicos sus monstruos, "ni los reales ni los fantásticos", aunque sí reconoció, tras confesar que los suyos "se quedaron en la infancia", que "los monstruos abundan más en la vida y la literatura los copia. Es el temor lo que los atrae, y yo por ahora los temores los controlo".

Siempre guiada por la curiosidad, algo que responde, según dice, a una ignorancia reconocida -"soy curiosa desde la infancia pero no me gusta abrir puertas de golpe"-, afirmó que fue ésta la que le llevó hasta la lectura, y de lectora pasó a escritora con La luz de esta memoria, su primer libro, publicado en 1949 y con el que se convirtió en una de las poetas centrales del grupo que Emir Rodríguez Monegal denominara la Generación del 45. Siete décadas después, ahí sigue, "con ganas de escribir".

"Necesito estar un poco tranquila pero de una manera u otra anoto algo. Me quedan quince páginas para terminar una cosa", una novela, desveló una escritora que exige "cierto orden" cuando se entrega a la página en blanco. "De momento es solo una cosa, unas pocas páginas, seguramente peor que muchas otras, porque claro, los años no ayudan", aseguró.

De los proyectos futuros, la invitada de honor a las Conversaciones de Formentor volvió hacia el pasado, cuando "los poetas eran respetados y mantenidos a distancia, figuras veneradas" en su Uruguay natal, "un país que siempre fue un poco especial", cuando "una poeta era vista, en cierto sentido, como una descocada", y no como hoy, cuando "todo es normal" y "un poeta puede ser un señor que está parado en una esquina esperando el autobús".

Interrogada por el movimiento feminista, aclaró que "es difícil tomar una actitud muy agresiva ante un problema que una ve a distancia". Así, relató que vivió "en una casa con muchos tíos y tías, y siempre di más importancia a las mujeres, que eran maestras. Mi marido me dijo que tienes que estar con hombres tomando café para saber que el machismo existe (...) Siempre me tomé más en serio a las señoras que a los señores. Pero eso era antes. Por ahí me miran seriamente", dijo con mirada burlona y sin quitarle ojo a un periodista varón.

Vitale, que estudió Humanidades en Montevideo, colaboró en el semanario Marcha, dirigió la página literaria del diario Época (1962-1964) y fue profesora de literatura hasta 1973, cuando la dictadura la forzó al exilio, quiso repasar sus mudanzas. "Sentí una constante nostalgia, melancolía, pena por lo dejado. Está en mi psicología añorar más lo viejo que celebrar lo nuevo". Aquello, el exilio, acabó. Tras vivir en México entre 1974 y 1984, y donde le "acogieron e integraron de una forma total", y posteriormente en Austin, Texas, regresó el año pasado a Montevideo, donde asegura tener la sensación de estar llegando todavía.

A la poeta uruguaya le queda aún un camino por recorrer. "Espero que sólo me quede un último viaje, pero de ese no podré sacar consecuencias para ustedes", dijo sin perder la sonrisa.

De vueltas a este mundo, aclaró que "la poesía es, y siempre ha sido, un repositorio donde una pone cosas que en el futuro pueden servir. Nada más y nada menos".