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Incendios

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Las noticias de fuegos durante el verano se suceden cada año ofreciendo un panorama devastado. En estos meses de julio y agosto han sido los incendios de la sierra de Guadarrama y Gran Canaria, con este último todavía activo cuando se escribe esta cuartilla, los que han provocado más inquietudes. Y la mano humana aparece en casi todos los casos pero también existen, claro es, fuegos naturales, incendios que han consumido los bosques desde mucho antes de que existiese la civilización actual con sus pesadillas.

Los incendios en los bosques son dañinos por muchas razones que van desde la desaparición -provisional, por suerte- de la masa forestal a los efectos letales para la fauna. Aunque no se suela poner sobre la mesa, también contribuyen a empeorar la contaminación de la atmósfera porque desprenden grandes cantidades de gases que agravan el efecto invernadero. Pues bien, un trabajo realizado por Xante Walker, investigador del Center for Ecosystem Science and Society de la Northern Arizona University (Flagstaff, Estados Unidos), y sus colaboradores ha llegado hasta la portada de la revista Nature al abordar una cuestión muy poco conocida: la del papel de los incendios boreales en la acumulación de carbono en el suelo del bosque.

En los últimos 6.000 años, como indican Walker y colaboradores, los incendios han sido la principal causa de alteración del paisaje en los bosques boreales. Pero además de lanzar grandes cantidades de carbono a la atmósfera, la parte del suelo que queda por debajo de la superficie en combustión en lugares tan fríos no se quema, acumulando a lo largo de los diversos episodios de incendios naturales una reserva gigantesca de carbono al que los autores llaman “heredado”.

El problema actual que ponen de manifiesto Walker et al. consiste en que con el calentamiento acelerado y la sequía del clima los incendios forestales naturales son más frecuentes y tienen mayores magnitudes, con lo que amenazan con cambiar el balance del carbono del ecosistema boreal pasando de la acumulación neta que incrementaba el carbono heredado a la pérdida neta. Walker y colaboradores estiman que el punto de inversión de la tendencia aparece cuando dicho carbono heredado pasa también a quemarse. Algo que se apunta como fenómeno creciente a lo largo de las últimas seis décadas.

Los bosques boreales contienen entre el 30 y el 40% de todo el carbono terrestre y, de él, tres cuartas partes son de carbono heredado. La inversión de la curva de acumulación supone, pues, una catástrofe añadida que podemos achacar a los efectos más negativos del calentamiento global. No estaría mal recordar que no sólo los pirómanos agravan el problema. Que seamos incapaces de poner límites a la aceleración del cambio climático es la peor consecuencia de la ineptitud de nuestros gobiernos a tal respecto.

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