La cantante Lisa Davidsen, que cerró a mitad del mes de mayo y en el Auditòrium de Palma la pasada temporada de la Orquestra Simfònica, ha debutado en el Festival de ópera de Bayreuth con un enorme éxito en el papel de Elisabeth de la ópera Tanhausser de Richard Wagner, que inauguró el ciclo el pasado 25 de julio con la asistencia de Angela Merkel, que no quiso perderse esta nueva producción de uno de los títulos más populares del compositor alemán, pero uno de los menos programados en esa ciudad en la que Wagner construyó su propio teatro, a expensas de su amigo y protector Luis II de Baviera. De hecho, en los ciento cuarenta y tres años de existencia de ese espacio, reservado exclusivamente a los títulos que compuso Wagner, solamente se han representado nueve producciones diferentes de Tanhausser, mientras que de los demás títulos, cada cinco o seis años se estrenan escenografías nuevas.

Tanto el día del estreno como en la reposición del día 28, las mayores ovaciones al final de la representación de ese nuevo Tanhausser fueron para la soprano protagonista, Lisa Davidsen, que se estrenaba en el papel y en ese espacio tan wagneriano. Aplausos unánimes para una manera de cantar el personaje que hará historia. Sí, unánimes, pues para casi todos los otros protagonistas de esa nueva producción hubo disparidad de criterios. Y no especialmente para los cantantes y director, un Valeri Gergiev muy en su sitio de consolidado wagneriano. No, las voces en contra fueron más para los diseñadores de una producción que, sin lugar a dudas, ha roto moldes y ha dejado mal sabor de boca a los aficionados más conservadores y ha convencido a los que buscan nuevos lenguajes y piensan que en la ópera hay también lugar para el atrevimiento y la experimentación conceptual.

La trama original de la historia musicada por Wagner bebe de las fuentes de la literatura fantástica medieval alemana y cuenta como un poeta y músico deja ese mundo de bienestar y conservadurismo para ir a pasar un tiempo en la gruta en la que reside Venus, la diosa del amor, siempre rodeada de personajes dispuestos a las bacanales y al sexo. Pasado un tiempo el protagonista vuelve al mundo terrenal para reencontrarse con su amada y amigos, aunque en el fondo añora volver a esos momentos de aventura y placer. Aquí, en la Tierra, decide purgar sus pecados yendo a Roma con unos peregrinos para pedir el perdón al Papa.

Bueno pues en esa nueva visión de la historia, el escenógrafo Tobias Kratzer convierte a Tanhausser, Elisabeth y sus amigos en cantantes del propio teatro de Bayreuth y a Venus en la líder de una terna de artistas callejeros que cuenta también con un enano, Óskar que hace sonar un tambor de hojalata (clara referencia a la novela de Gunter Grass) y un travesti, Le Gateau Chocolat (un artista que existe realmente y triunfa en Europa central). El escenógrafo viene a decirnos que frente al arte de la ópera o en paralelo a él, existen otras manifestaciones tan válidas y tan auténticas.

Aunque el resultado de esa nueva producción es claramente inteligente y estéticamente interesante, no ha sido del agrado de una parte de los críticos y de un grupo de melómanos, que han visto como, también en Bayreuth, se permite la autocrítica a una manera de ver y hacer el arte. Pero de eso se trata, el arte o es transgresor o no es.