Las dos iniciaron su formación en centros privados o destinados a mujeres, compaginaron el taller con el trabajo de campo y rompieron un tabú al participar en exposiciones cuando eso era algo excepcional para una artista. Las dos fueron sensibles a los cambios sociales de su tiempo y ocuparon un lugar destacado en la historia del arte.

Pero lo que también comparten Dora Maar (1907-1997) y Berthe Morisot (1841-1895) es que fueron menos conocidas que sus colegas masculinos. La primera, porque para muchos sigue siendo únicamente la musa y amante de Picasso, la modelo de 'La mujer que llora' o la fotógrafa que inmortalizó el proceso creativo del 'Guernica'. Morisot, porque sus lienzos no se expusieron tanto como los de Manet, Monet, Degas, Renoir o Pissarro, pintores del grupo de los impresionistas del que Morisot fue una pieza fundamental.

Ahora las dos ocupan todo su espacio en dos exposiciones que les dan protagonismo sin proyectar sobre ellas la sombra de otros artistas masculinos. El Centro Pompidou de París ha reunido por primera vez la obra dispersa de Dora Maar proponiendo una nueva lectura a través de más de 400 piezas, y el Museo de Orsay repara el error de los museos franceses de no haberle dedicado a Morisot una exposición monográfica en casi 80 años.

La retrospectiva de Dora Maar sigue su carrera artística desde sus primeros encargos fotográficos para revistas de moda o publicidad hasta su pintura, una faceta más desconocida, iniciada durante su romance con Picasso (1936-1943) y a la que dedicó casi 40 años.

El oficio de fotógrafa le permite a Dora Maar independizarse profesional y socialmente, poner su maestría técnica al servicio de un universo onírico y trasgredir las convenciones mezclando realidad y ficción, como en 'El simulador' o 'Retrato de Ubu'. Una dualidad que fascina a los surrealistas, con los que comparte exposiciones, complicidad intelectual y compromiso político frente al auge del fascismo.

Viaje a Barcelona

En el contexto de una Europa sumida en la gran depresión tras el 'crack' de 1929, donde abundan parados, pobres y mendigos, compagina la foto de estudio con un trabajo casi documental y, a partir de 1933, Dora Maar recorre los barrios pobres de París. Londres y Barcelona, a donde viaja sola para retratar obras de Gaudí, escenas del mercado de la Boqueria o la juventud de la Rambla. Las imágenes de niños en las calles de la capital catalana figuran entre las más logradas en este registro.

La muestra permite también descubrir su pintura, que transita desde el estilo íntimo, duro y solitario de las naturalezas muertas, reflejo del periodo de la ocupación nazi, hasta el paisajismo orientado a la abstracción de los años 50.

Aunque no expone su trabajo, Dora Maar sigue creando hasta el final de su vida, fusionando de manera sorprendente fotografía y pintura en su obra de los años ochenta. «Dibujos de luz simbolizando la reconciliación de dos modos de expresión a los que estaba vinculada», resaltan las comisarias.

Independencia

En el caso de Berthe Morisot, el Orsay pone el foco en su relevante papel dentro del panorama artístico de finales del siglo XIX. Oponiéndose a los usos de la época, la joven parisina de clase burguesa decide ser pintora profesional haciendo de la actividad artística el centro de su vida.

«Solo lograré mi independencia a fuerza de perseverancia y manifestando abiertamente mi intención de emanciparme», escribe Morisot en 1871, tres años antes de convertirse en la única mujer que participa en la primera exposición de los impresionistas, grupo que contribuirá a crear y en el que ocupará un lugar central. Será también la única, junto con Pissarro, fiel a la idea de desarrollar una carrera independiente al margen de los circuitos artísticos oficiales.

Morisot refleja lo que Baudelaire llamaba 'la vida moderna'. Retrata a miembros de su familia, innova en la representación de la paternidad al pintar a su marido -Eugène Manet, hermano del pintor- ocupándose de su hija y recurre a modelos profesionales para las escenas más íntimas.

Su obra expresa una nueva sensibilidad de la esfera privada y busca inspiración en la vida cotidiana de una mujer en proceso de cambio. En sus cuadros hay mujeres trabajando, criadas o matronas representadas con dignidad, y el mensaje de que ser madre no es el único destino de la mujer.

La muestra del Orsay pone especial acento en el retrato, una faceta esencial de su creación.

A los temas modernos se añade su maestría técnica. «Por su dominio del trabajo al aire libre y su práctica de una pintura clara, de pincelada rápida y precisa, se revela como una exploradora radical de esa estética del instante que gustaba a los impresionistas», destaca la comisaria Sylvie Patry.

Paradójicamente, y en clara contradicción con su técnica, sus cuadros fueron vistos como «delicados, agradables, exquisitos o con encanto», siguiendo al pie de la letra los estereotipos vinculados a lo femenino.

Hacia el simbolismo

Allá por 1890 su pintura tiene acentos simbolistas, sugiere más que describe y crea efectos irreales, invitando a una meditación melancólica sobre las relaciones entre el arte y la vida. «El sueño es la vida y el sueño es más verdadero que la realidad», dice la pintora.

Casi la mitad de los cuadros expuestos pertenecen a colecciones particulares y algunos no se ven en Francia desde hace un siglo. El recorrido, cronológico y temático, es un reflejo del estatus de la mujer del siglo XIX y de la técnica inimitable de Morisot.

El Orsay hace igualmente un hueco al papel de las mujeres en la colección permanente del museo, ofreciendo un recorrido específico titulado 'Mujeres, arte y poder'. «La historia de las artistas ha sido durante mucho tiempo una historia silenciosa, porque las condiciones de producción y difusión de sus obras han pesado en la visibilidad y el reconocimiento de sus colegas», explica su presidenta, Laurence des Cars. La iniciativa subraya el rol de las mujeres en un periodo (1848-1914) marcado por la industrialización que sienta las bases de la sociedad actual.