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Crítica de música

'Give me five'

Sí, choca esos cinco o dadme cinco como éste, o más. Conciertos memorables como el del pasado jueves en Bellver nunca están de más. Variedad y fusión de estilos, que fueron desde el jazz reciente al impresionismo, pasando por un jazz más clásico e incluso un ballet. Todo en uno. Todo en una sesión trepidante, a veces, lírica en otras, siempre atractiva.

La primera parte estuvo dedicada al jazz sinfónico, por decir algo. En la que nuestra Simfònica acompañó o mejor dicho, se fusionó con un cuarteto de jazz, liderado por Manel Camp, el siempre efectivo Manel Camp, formado por piano, trompeta, contrabajo y batería.

Primero fue el Pas a pas de Camp, una partitura muy bien construida, en la que el artista da rienda suelta a su imaginación, con un resultado excelente a través de unos diálogos entre el cuarteto solista y la orquesta. Camp utiliza todos los recursos a su alcance, dando a la trompeta (un magnífico Matew Simon muy al estilo Chuck Mangione) un protagonismo especial.

Y para diálogos, los que mantienen otra vez los elementos jazzísticos con los sinfónicos en otra obra esencial Dialogues for jazz combo and Orchestra de Howard Brubeck y que llevó por todos los escenarios del mundo el famoso Cuarteto de Dave Brubeck (el de Take Five), hermano del compositor. Diálogos en sentido literal del término, con los diferentes instrumentistas del pequeño grupo alternando con la formación grande, que, con el director titular al frente, mantuvo el espíritu y la esencia especiales que la obra requiere. Ahora el piano, ahora la trompeta (en otras versiones el saxo), ahora el contrabajo (muy sólido como siempre Horacio Fumero), ahora la batería (qué gran profesional es Lluís Ribalta, imprescindible para entender el jazz catalán de las últimas décadas). Delicioso el Adagio en forma de balada que conduce al espléndido Allegro final en formato de blues, nada triste, por cierto, con el que concluyó esa magnífica y trepidante primera parte (todos esperábamos un bis, que no llegó).

Y en la segunda, ya con los elementos de amplificación eliminados del escenario, turno para la orquesta sola. Pablo Mielgo dirigió de forma eficaz dos suites, la de Pelléas y Melisande de Fauré y la de Pulcinella de Stravinski. Cambio total de registro, pasando primero a la tesitura etérea e impresionista del compositor francés a otra muy diferente que pide a gritos ser bailada, del ruso. Ambas ofrecidas con sentimiento y belleza, demostrando, una vez más, que nuestra orquesta puede alternar, sin problemas, formas, estilo y épocas, con solvencia.

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