Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿Es usted arrogante?"

—No. He traído un proyecto claro para profesionalizar el Principal como un teatro público del siglo XXI, que lo legitimara a nivel local, insular y estatal.

Quiso ser revolucionario y se ha quedado en "castellanocentrista".

—Es reduccionista analizar la programación del Principal por la lengua. Se ha de primar la calidad de la industria cultural balear, girando espectáculos competitivos.

O sea que usted adoctrinaba, pero al revés.

—Más que adoctrinar, sorprender y transformar. He cumplido con lo que dicen los estatutos del Principal sobre la producción propia en catalán, más del sesenta por ciento.

Con los trabajadores del Principal ha topado.

—Me encontré un teatro cansado, sometido a los vaivenes de dirección y gerencia. Les dije que tenía la maleta detrás de la puerta y que aprovecharan mi energía. Volví a ilusionarles, la mayoría de trabajadores me lo ha reconocido.

Le despidieron como a un perro, o sea, como a un trabajador.

—Las formas siempre son importantes, y por nuestra dedicación no nos merecíamos el final que nos impuso Francesc Miralles. Alerté al patronato de que se ponía en peligro el arranque de la programación en septiembre.

¿Qué le ha dicho hoy Bel Busquets?

—Se ha disculpado por las formas abruptas en que se finalizó el contrato de la actual dirección, y no sabe cómo decidir la nueva, si por libre elección o concurso.

O sea, buenas palabras.

—Sí.

El Principal merece ser dirigido por Margalida Moner.

—Es obligatorio que el Principal supere el vaivén y el maltrato a que ha sido sometido. Por tres veces he llevado la reforma de los estatutos a un Patronato que nunca me acusó de programar en castellano.

El Parlament y el Principal envejecen todo lo que tocan.

—El Principal está asimilado con un solo tipo de teatro, sin dar oportunidad a las líneas estéticas que hoy se imponen. Creo que he conseguido revitalizarlo.

Algún error habrá cometido.

—No entender la inteligencia emocional del carácter mallorquín. Un técnico independiente que busca rigor y calidad tiene que dar muchos noes, que no son bien recibidos.

Su polémica recuerda a Gerard Mortier en el Real.

—He tenido un perfil prudente y secundario, esta es mi primera entrevista. La impronta personal es la única manera de hacer las cosas, cuando llegas a la dirección te da la impresión de que todo el mundo sabe cómo hacer tu trabajo.

Repito, usted es muy suyo.

—No es una idiosincrasia estética personal. Se han equilibrado las disciplinas, reduciendo la omnipresencia de la ópera. Quería un teatro que gustara a mi madre y a mi sobrina de 17 años.

El Teatre de Manacor llenaba más que usted.

—¿Estamos seguros? Si de algo estoy contento, es de haber creado una comunidad alrededor del Principal, con la Sala Petita como local de riesgo que ha enganchado a una generación perdida de espectadores.

¿Sus enemigos han estado a su altura?

—Espero que no.

No regalaba entradas, mal asunto.

—He sido un talibán con el tema de las entradas en el Principal, que tenía un 46 por ciento de invitaciones en la ópera. Solo pagaban los tontos.

¿Qué es lo mejor que ha traído?

—Las obras de Carme Riera y Llop que despertaron el interés del Teatre Nacional de Catalunya. El Rostoll cremat de Toni Gomila, un excelente dramaturgo que cuestiona la Mallorca turística. Y a Rosalía por 4.500 euros todo incluido, pocos meses antes de que se pusiera en 120 mil.

Le hizo un hueco a Cati Solivellas, que le sobrevive.

—Tendrá que cambiarse el sombrero de actriz y lidiar con los políticos. Ayer le di la enhorabuena, le dije que tuviera pocos retos pero claros, para afrontarlos con valentía.

Solo es cultura, tampoco vamos a exagerar.

—Te diré con Jean Vilar, ministro francés y creador del festival de Avignon, que el teatro es un servicio público como el agua y la electricidad. O con Toni Servillo, que es lo único que se opone a la idea de que todo está podrido. He salido de espectáculos transformado, y no solo deleitado.

¿Qué ha aprendido?

—Ni una sola persona me recomendó entrar en el Principal, y he tenido la valentía y el tesón de insistir, pasando de un 46 a un 71 por ciento de ocupación.