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A Tiro

Que la cultura, con o sin conselleria, no sea la gran olvidada

Es un mal gesto. Y hecho así, sin explicaciones ni aclaraciones públicas, descoloca y desalienta. Eliminar la conselleria de Cultura transmite, en un primer instante, un mensaje preocupante que habrá que justificar ante la ciudadanía. Simbólica y verbalmente, es un arrinconamiento. Dicen que lo que el lenguaje no nombra no existe.

Sin embargo, parece que es un argumento débil sostener que todos los males de la gestión cultural vienen o vendrán por esta cuestión organizativa. Hay otros temas de fondo.

Pensemos en la última legislatura, por ejemplo, donde los grandes desterrados han sido campos como la implantación de la cultura en la educación: aparte de medidas puntuales interesantes en otras instituciones o el ya existente Viu la cultura, no ha habido ni un solo proyecto nuevo y de largo recorrido en la conselleria que integrara creatividad artística y ámbito académico y estudiantil.

Tampoco ha habido planes de acción para implantar o trabajar con herramientas culturales en otras áreas de cariz marcadamente social como son la salud, la dependencia, la exclusión social por múltiples motivos, la violencia machista o el cambio climático. Desde el Govern, se ha obviado el poder transformador de la cultura y su función pública en una sociedad con todo el paquete de medidas sociales en constante peligro y con un riesgo de pobreza cada vez mayor (las cifras de Cáritas son alarmantes).

Es un hecho: no existía ningún plan o acción de gobierno concretos que abogaran por que la cultura fuera transversal y ubicua en todos estos ámbitos mencionados. La conselleria de Cultura ha andado a la pata coja: sí había empezado a dar pasos de la mano con Industria, pero faltaba todo lo que acabo de mencionar, además de la protección laboral de los trabajadores culturales. La comunidad cultural es de las más precarias y con una brecha salarial de género preocupante.

Si desde Presidencia va a haber mayor capacidad para establecer relaciones con las otras consellerias y áreas anteriormente citadas y los consells (cada vez con mayor número de competencias, de momento se ha transferido el Museo de Mallorca pero habrá más equipamientos que irán a parar a sus manos), y va a ser más operativo y eficaz hacer un seguimiento de los proyectos estratégicos e interdepartamentales, como se espera que sean los culturales, sólo si ése es el fin y no otro como la mera propaganda, a priori el cambio no tiene por qué ser del todo negativo. Sin embargo, y esto también hay que decirlo, experiencias organizativas similares en el pasado no avalan buenos resultados.

Esperemos que esta reestructuración no afecte al tiempo que se dedicará a la cultura y tampoco a la titánica acción de gobierno que hay que desarrollar desde esta área, la que debería trabajar duramente por proporcionar y facilitar herramientas a la ciudadanía en toda su amplitud para interpretar el mundo y poder participar en él tomando decisiones en libertad. Un trabajo que no debe menoscabar los recursos públicos ni incurrir en injerencias políticas o ideológicas, y que ha de empezar desde las escuelas pasando por los casals de barri y todos aquellos equipamientos de proximidad (aquí el Consell y los Ayuntamientos -que estaban prácticamente fuera del Pla de Cultura redactado el año pasado- tendrían un papel fundamental).

Hace falta mucha coordinación, saber hacia dónde se va, planes culturales transversales con medios que tengan en cuenta a los diversos sectores de la sociedad y la cultura, buenos y suficientes técnicos y presupuesto para que esto funcione. Si no, poco importará que haya conselleria propia o compartida.

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