El librero de la Ramon Llull, situada en la calle Argenteria de Palma, que también es escritor, Àlex Volney, recupera su título Conticles, un compendio de piezas a caballo entre los artículos y los cuentos. "La temática gira en torno al mundo de las librerías y lo que pasa dentro de estas. Aunque de lo que pasa hay mucho impublicable. Es un mundo apasionante", cuenta este enamorado de las letras y de su oficio. Algunos de los textos de este volumen, cuya portada y diseño firma la joven artista Susana Hernández, ya han sido publicados antes, aunque también hay narraciones nuevas, como la titulada Egowalking, que cierra la edición.

En la opinión de Volney, que lleva desde 1990 dedicándose a este oficio, "el público es lo más democrático que hay" sobre un libro. "Si tiene que funcionar, funcionará". Asume que el marketing es importante y una herramienta, pero no lo es todo. "Los lectores te colocan en tu sitio", apunta.

Asegura no juzgar nunca a sus clientes: "No soy nadie para juzgar a nadie. A veces me preguntan por libros que yo he leído que sé que no son buenos, siempre según mi criterio, e intento comunicárselo. Pero creo que es muy injusto que vaya diciendo lo que es bueno o malo para mí. ¿Quién soy yo? A mí me gusta El rojo y el negro (Stendhal) y mucha gente pensará que es un tostón". Sin embargo, le molesta que psiquiatras y médicos receten a sus pacientes leer libros de autoayuda, una situación con la que se ha encontrado más de una vez. "Es imposible que la gente necesite leer bazofia de autoayuda en los momentos importantes de su vida". Considera que no es su trabajo decir a la gente lo que tiene que leer, sino más bien ser una especie de guía que ayuda a sus clientes a encontrar el libro "que les está esperando". Y, de hecho, asegura que "aprendo mucho de los clientes. Llevo 30 años aprendiendo cada día porque llevo 30 años escuchando a la gente", señala.

Una de sus grandes luchas es la revalorización del libro. "Siempre digo que los medicamentos tienen que estar en las farmacias y los libros en las librerías. Esto era el grito de guerra de los libreros antiguos de Palma. Hay que devolver al libro el valor que se la ha quitado y devolverlo a las librerías. No tienen que estar en chiringuitos ni en almacenes al lado de bragas y calzoncillos". En su opinión, "los poderes y la burocracia tendrían que blindar el libro", apunta Volney quien, desde su pequeño templo del libro en la calle Argenteria, se encarga de prescribir sus propias recetas.