La profesora de Historia del Arte de la UIB no podía dar por cerrado el estudio de las desconcertantes e inéditas pinturas murales del Convent de Sant Bonaventura de Llucmajor sin haber despejado antes una cuestión esencial: ¿Cómo es posible que a finales del XVII, en pleno Barroco, época exuberante técnicamente, se ejecutaran en un claustro franciscano de la época unas obras monocromas, simples, aparentemente anacrónicas? ¿Por qué representaron de manera primitiva a beatos y santos pudiendo aplicar colores y decoraciones suntuosas? ¿Qué pretendían? ¿De qué corriente estilística bebieron los autores de esas pinturas?

Diez años después de la rehabilitación y estudios documentales y químicos de las obras, el Grup de Conservació del Patrimoni Artístic-Religiós de la UIB ha dado con el eslabón que faltaba para contextualizarlas e interpretarlas. Un hilo que llevó a la investigadora Gambús hasta Madrid, donde buceó en archivos franciscanos custodiados en la Biblioteca Nacional.

"Queríamos relacionar el convento de Llucmajor con el de los agustins de Felanitx, el de Petra y otros ejemplos en Menorca donde también encontramos estas pinturas grisallas, que resulta que también vuelven a aparecer en otros espacios franciscanos de toda España", relata Gambús a DIARIO de MALLORCA.

Para la doctora, estos restos pictóricos monocromos de finales del XVII hallados en estos edificios "están influenciados por la pintura mural novohispana del siglo XVI, con ejemplos en México, California o Texas". "Fuimos hasta allí para identificar muchas de ellas. Por ejemplo, encontramos unas muy similares en una iglesia franciscana de Cuernavaca", comenta. "Es muy curioso porque ese estilo sencillo y básico lo exportamos nosotros a América con la Conquista, en el XV. En ultramar, este tipo de pintura se convirtió en un medio de evangelización y se recuperó después en España a finales del XVII, en concreto en Mallorca a través de un personaje interesantísimo, Antoni Llinàs, también como propaganda de las misiones y para alentar sobre las mismas entre los monjes", explica la historiadora.

Así las cosas, estas grisallas son un estilo de ida y vuelta. "Podríamos calificar esta práctica de vanguardista, un vanguardismo que busca explicarse en el anacronismo, una tradición que es anacronismo en España y que no es más que una apropiación de lo americano con toques vanguardistas (hay novedosos y sorprendentes trazos gruesos en los fondos que pueden recordar al cómic). De Mallorca, este estilo pasó luego a Menorca y a otros lugares de la Península relacionados con las misiones de los franciscanos provenientes de la isla", desvela. "Por otra parte, estoy convencida de que se trata de un anacronismo totalmente intencionado, estas pinturas tan simples no responden a falta de pericia", sostiene. Su argumento se cimenta en la existencia en el mismo convento de Llucmajor de otras obras murales acordes a la época: las realizadas en policromía de la escalera o el enorme óleo de la sacristía, una alegoría culta del sacerdocio "que sigue el mismo procedimiento de Velázquez".

Medio mnemotécnico

A finales del XVII, el responsable del convento llucmajorer era Rafael Barceló, un reconocido lulista especialista en temas de arte de la memoria. "Él patrocinó estas grisallas, de estilo más popular, como un medio mnemotécnico. Piensa que en el convento vivían 12 monjes totalmente solos y había que alimentarles y motivarles diariamente con el tema de la misión", explica Gambús.

¿Qué motivos contenían estas pinturas propagandísticas? "En ellas puede rastrearse una programación perfectamente calculada: se intercala un santo con una santa. Y se representa a la familia franciscana que se dedicó a evangelizar: Ramon Llull, Santa Birgitta, Santa Elisabeth, Sant Roc, Santo Domingo, etc. El elemento fundamental que se quiere remarcar a través de estos referentes es el concepto de evangelización, de las misiones", abunda Gambús. Las pinturas están en una suerte de capillitas que se forman a causa de unas bóvedas planas, "muy raras, de tradición francesa, asociadas a los franciscanos". Se representan en ellas dos partes muy distintas: arriba, el santoral; abajo, ángeles, flores, frutas, mujeres enjoyadas. "Estas galerías eran lugar de paso de los monjes, se les quería lanzar el mensaje de que debían trascender los placeres del mundo, el mundo real (ilustrado en la parte inferior), para a través de los ángeles conectar con el mundo espiritual, dibujado en los fragmentos superiores", comenta.

Planificación intelectual

Iconográficamente, todo el convento de Sant Bonaventura está muy planificado a nivel intelectual. En la escalera hacia la primera planta, las imágenes polícromas están relacionadas con la Virgen y otros dos protagonistas: San Francisco de Asís y San Antonio de Padua. "También se han encontrado en este convento tejas con dibujos de motivos de culto, las primeras halladas en la isla. Sabemos también que algunas de estas tejas llevaban letras. Nuestra hipótesis es que en la parte alta del edificio había una plegaria escrita mariana", apunta la doctora.

Este esquema se repetirá después en muchos lugares conectados con las misiones franciscanas y las misiones de Mallorca.

El equipo que trabajó en torno a las pinturas murales de Llucmajor nunca encontró documentalmente ningún tipo de referencia a ellas. "Los viajeros que llegaron a Mallorca sí citaron las grisallas del convento de Petra. De éstas sí teníamos certeza de que existían, pero de las del claustro de Sant Bonaventura, no", indica.

Aviso de un estudiante

Gambús cuenta que supieron de la existencia de estas pinturas murales, ocultas bajo múltiples yesos, algunas de ellas en muy mal estado, antes de empezar la reforma del convento (hace más de veinte años), gracias al aviso que dio un estudiante de la UIB oriundo de Llucmajor, Miquel Amorós. "Me informó cuando esto era todavía el cuartel de la Guardia Civil", explica. "Y no me lo podía creer, pero pudimos comprobar que así era, que aquí había unas obras muy especiales en las paredes".

En estos momentos, las grisallas han perdido la intensidad del color y empiezan a salir algunas humedades. Se restauraron hace diez años. Trabajaron en ellas las especialistas Antònia Reig y Maria del Mar Riera. "Ahora habría que elaborar un plan de conservación", considera Gambús.

La rehabilitación del convento, ahora dependencias municipales de Cultura del Ayuntamiento de Llucmajor, arrancó en 2006. Fue obra de los arquitectos Pere Rebassa y Melchor Miralles. "Se hizo con fondos europeos. Y se creó un consorcio para impulsarlas", evoca. "Su inauguración fue el último acto público de Jaume Matas".

Para Gambús, la recuperación de este espacio y sus pinturas es bastante excepcional y particular. "Por ejemplo, en Petra, donde hay otra colección de grisallas impresionante, sería complejo. La propiedad del convento está fragmentada, dividida en distintas propiedades privadas. Y algunas zonas se encuentran en estado de ruina", detalla.

La presentación del libro Les pintures murals del claustre franciscà de Sant Bonaventura de Llucmajor, Mallorca -De la restauració a la interpretació-, edición a cargo de Gambús y Miquela Forteza (patrocinado por la UIB y el Ayuntamiento llucmajorer), se presentará en el convento este martes 14 a las 20 horas.