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Crítica de Cine

Sin perdón

Spotlight se centró en la vertiente Watergate, los cortafuegos de la Curia contra los periodistas demasiado curiosos sobre pederastia bajo sotanas. La chilena El club, en los disimulados destierros de curas despendolados para escampar borrascas. Gracias a Dios afronta el tema principal de cara, víctimas contra depredador (y compinches).

El guion dramatiza la progresiva y atribulada lucha real de antiguas víctimas de abusos sexuales del padre Preynat en la ciudad de Lyon. Una de ellas (Guerin/Poupaud), al comprobar la impunidad vigente del cura se embarca en un proceso judicial hasta que logra animar a otras víctimas a desenterrar sus experiencias. Tres etapas con relevo de personajes. Del acomodado, beato, moderado Guerin se pasa al entusiasta, ateo, visceral Debord (Menochet) y finaliza con el enfermizo, desequilibrado Thomassin (Arlaud). Éste último me ha chirriado algo, igual que los flashbacks. Entre medias se exponen y amplifican todas las ramificaciones del espinoso tema. 1) Apartar, condenar. La jerarquía católica sigue enrocada con los abusos sexuales, tapándose ojos, oídos y fosas nasales. Raramente apartan a los acusados, menos aún los expulsan y envían a la justicia ordinaria. 2) Enfermedad, delito. Preynat cruzó muy pocas veces la frontera, a veces fina, entre pedofilia leve y pederastia pura. Por eso se mantuvo tanto tiempo bajo el radar. 3) Venganza, justicia. Los cobardes (demasiados) que durante mucho tiempo miraron a otro lado piensan que en las denuncias tardías predomina lo primero. La resistencia de Preynat a corregirse y el celo del cardenal por protegerle confirman lo segundo. Acierto de François Ozon al tratar un tema muy actual, muy candente (verbigracia Australia, EEUU, Irlanda, Méjico, los blauets de Lluc...), sin una gota de sensacionalismo.

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