Allí vio por primera vez a una mujer desnuda. A los 14 años, sus ojos se cruzaron con la intensa mirada de Goya, que retrató en su cuaderno junto a las manos de Velázquez y las siluetas de Tiziano. Miquel Barceló quedó prendado del Museo del Prado, un referente elemental en la construcción de su obra.

Aquella mujer no fue ninguna compañera de instituto, ni una vecina mallorquina, sino una misteriosa señora de finales del siglo XVIII, más conocida por el nombre que le dio su retratista, Francisco Goya, "La maja desnuda".

La primera vez que visitó el Museo del Prado, Miquel Barceló tenía 14 años.

"Era muy distinto, no había nadie, y sobre todo recuerdo a Velázquez, Goya y Rivera, no había visto nunca casi nada de esto. En los cuadros de Velázquez eran todos enanos y meninas, era algo sobrecogedor, y las pinturas negras de Goya, era muy impactante", recuerda a Efe en la Sorbona, en París, donde esta semana compartió "su Prado" con alumnos de la Universidad y admiradores franceses.

El Museo del Prado, que celebra este año el bicentenario de su apertura, es una de las bases más importantes en la obra del mallorquín más internacional, según él mismo reconoce, y vuelve a menudo a sus pasillos con un cuaderno de notas en el bolsillo.

Ajados por el paso del tiempo y decorados en los bordes con los nombres de sus ejemplos, Goya y Velázquez, Barceló muestra los dibujos realizados en sus carnés durante más de veinte años, que hizo con el único objetivo de "mirar diferente".

"Es mi manera de mirar los cuadros, siempre me fijo en los mismos detalles, tres o cuatro veces, me ayuda a mirar. Hago cuadernos como hago mis lienzos, sin ningún objetivo preciso", confiesa.

Cuando el turismo de masas ha entrado en los museos, en la época en la que todo cuadro se fotografía y cada detalle se retrata para ser compartido, Barceló sigue dibujándolos para guardarlos después en el taller, donde nunca vuelve a mirarlos, según dice.

De su juventud recuerda un Prado sin cafetería ni tienda, "casi sin baños", pero siempre "radical" en una oferta casi exclusiva de pintura y con un gusto concreto por el Barroco, frente a otros museos internacionales, como el Louvre, "de vocación más universal".

"Yo me he alimentado mucho de esto. No había visto muchas grandes obras maestras de verdad, ver pintura era mi alimento, pero en Mallorca solo veía los pintores de paisajes que pintaban almendros en flor y estas cosas, pero no había mucha pintura a mi alcance. Los grandes museos no estaban cerca, y al Prado he ido mucho porque me gusta mucho", admite.

A sus 62 años, vuelve al museo como lo hacía en su juventud. La mano de la mujer que hila en 'Las Hilanderas' o el buitre que devora el hígado al 'Ticio' de Tiziano se repiten en sus páginas como una obsesión. Solo echa de menos encontrar más artistas en los pasillos de la institución.

Modesto, algo tímido y conciso, el artista, que reveló en la Sorbona algunas de las influencias que tuvieron en su obra los cuadros de los principales museos de Europa, desde Velázquez hasta Duchamp, bromea: "Me gusta robar títulos".

Y da algunas pistas de su manera de mirar: "Siempre he pensado que Velázquez era alguien que no amaba pintar porque lo hacía muy rápido, pero con una eficacia extrema". Después llega la diapositiva de 'La maja' y Barceló la presenta como a una vieja amiga: "Creo que esta fue la primera mujer que vi desnuda".

Con esta espontaneidad se mete al público en el bolsillo, que le inquiere: "¿Cómo se siente al ser el último pintor?", "¿Cuál es la motivación de su obra?".

Barceló responde sin darse importancia: "A partir de un momento mi obra es la motivación de mi obra, me digo, 'voy a hacer algo que dé sentido a lo que ya he hecho a ver si puedo salvar el resto'. Todavía no tengo un plan de carrera".