P Sus tres últimos libros son autobiográficos. ¿Por qué vuelve a la ficción?

R Mis tres últimos libros han sido libros sobre la ciudad, sobre Mallorca y sobre la educación sentimental de mi generación en los años 70. Eran tres libros claramente autobiográficos. No los escribí con otra intención que la de reflejar una época y al narrador como voz de esa época. Pero se incluyeron por parte de la crítica o por parte de los críticos dentro del género de la autoficción. Yo lo de este género no lo tengo muy definido porque se supone que es una mezcla de autobiografía y de novelería. Y esos tres libros los escribí sin ninguna voluntad de novelería. Quería reflejar tres fases distintas del mundo que había conocido. La parte más biográfica, efectivamente, eran mis diarios. Pero quería pasar esa memoria por técnicas novelísticas. Pero meramente técnicas formales, no inventando nada.

P Todo el mundo está publicando autoficción o memorias. Están de moda.

R He visto que con los años, porque En la ciudad sumergida se publica en 2010, hasta los más acérrimos críticos de la autoficción han empezado a publicar autoficción. Es decir, lo han empezado a hacer aquellos que decían que una vida, si no era una vida aventurera, no merecía la pena ser contada literariamente. Yo soy partidario de todo lo contrario. Por ejemplo, creo que un personaje gris como Philip Larkin, crítico de jazz, bibliotecario en una ciudad de provincias inglesa, puede tener una vida apasionante como se deduce leyendo su poesía. Una vida apasionante literariamente hablando. Y que no hay que ser necesariamente Hemingway o Stevenson para contar bien una vida. Pese a que ambos la cuentan muy bien. Por otro lado, también han empezado a publicarse distintas memorias. No es que yo salga de ahí, porque los libros nunca los he elegido. Los libros me eligen a mí. Y el libro que me eligió esta vez fue escribir un libro sobre el amor, sobre el desorden amoroso. Es decir, volver a la ficción, volver a la invención, regresar a la novela desde un libro que fuera también un pequeño tratado sobre el amor, los dones del amor y sus devastaciones. Un tratado sobre el lenguaje del amor, pero no una novela de amor.

P ¿Por qué hablar de amor en tiempos de poliamor?

R Por dos cosas. Primero porque pienso que la sesentena es una buena edad para hablar de estas cosas, para teorizar sobre el amor. Más que la juventud. Y segundo, porque dentro de mi visión de la literatura quería hablar de algo clásico, de algo que nos una a lo primigenio, a lo originario, y ese algo era el amor sin Tinder, sin Facebook y sin Instagram. Sin elementos que lo disturben en el sentido de desacralizarlo. Para los antiguos, y nosotros hemos nacido en una sociedad antigua, el amor era sagrado. En muy pocas décadas, nos hemos dedicado a desacralizarlo absolutamente y a socializarlo de tal manera que ha perdido su esencia. Oriente versa sobre esa esencia. Fíjate que, desde el principio en la novela, hay una referencia a Ovidio y a su Ars Amandi.

P Volver a los clásicos.

R Sí. Con los clásicos ocurre que poseen la felicidad de descubrir el lenguaje. Son los primeros dueños del lenguaje. Y con el enamoramiento pasa algo parecido. Que de repente se quiere expresar un misterio, expresar lo que es inexpresable. Y para ello se inventan distintos lenguajes. Éste ha sido siempre el punto de unión en este asunto tratado desde la eternidad.

P En el libro hay tres hilos amorosos y tres tiempos distintos: el del narrador, el de sus padres y el de Natacha Rambova.

R Busqué estos tres hilos porque quería abarcar el siglo y la modernidad del siglo. Para esto, al narrador le he prestado tres cosas mías. Una es la afición por el orientalismo pictórico. La otra es mi devoción por los diarios de Jünger. Y la otra es un invento mío de cuando tenía 20 años que se ha convertido en tradición urbana. Yo me inventé en El Moderno que Natacha Rambova y Rodolfo Valentino habían pasado una noche en el Hostal Perú. Yo sabía que Natacha Rambova había vivido en Mallorca, en Génova, en las cuevas. Lo del Hostal Perú fue porque este lugar me hacía gracia.

P Oriente y Occidente, dos maneras de amar diferentes.

R Por eso titulé la novela Oriente. Como si la vivencia del amor en Occidente no fuera suficiente para describir el lenguaje del enamoramiento y tuviéramos que acudir al exotismo de lo oriental, de lo que está más allá de las fronteras, más allá de las estepas, para atrapar todo su sentido.

P La novela está salpicada de autores y creadores que trataron sobre el amor: Ovidio, Freud, Ridruejo, Casanova, Choderlos de Laclos... El narrador asegura que el XVIII volvió culto al amor. ¿Por qué?

R El XVIII lo refinó. El refinamiento, que empezó con los trovadores y se estilizó literariamente en el Renacimiento con Petrarca y Dante, alcanzó el máximo refinamiento y el máximo esplendor en el XVIII, tanto desde el pensamiento, donde prima lo erótico sobre el sentimiento, como en la estética. Casanova y Laclos son dos ejemplos masculinos de esa voluntad totalitaria del sujeto amoroso. Cuando digo ejemplo, no hablo de conductas ejemplares ni modélicas. Porque no lo son ni las de uno ni las del otro. Pero nos trazan muy bien el paisaje de las relaciones erótico-amorosas del XVIII. Lo que pasó en este sentido en el XIX y en el XX ya había pasado en el XVIII.

P ¿Están basados los personajes inventados en personas reales?

R Ningún personaje de la novela está basado en personajes reales excepto los que salen con su nombre o apellidos, como pueden ser Jünger o Ridruejo, y aún así me tomo la libertad de añadirles cosas que a lo mejor no tuvieron que pasarles con exactitud. En una ocasión, le preguntaron a Flaubert cuando publicó Madame Bovary, su libro más crudo, quién estaba detrás de Madame Bovary. Y entonces él contestó "Madame Bovary soy yo". Pero no contestó Je suis Madame Bovary. Dijo Madame Bovary c'est moi, que es una fórmula muy de Flaubert que sería como decir "Madame Bovary es yo". La única vez que he estado en la casa de Dickens en Londres recuerdo que sobre la chimenea había un grabado muy grande que ilustraba al escritor en su gabinete. Su cabeza estaba rodeada de personajes, todos los personajes de sus libros, que circulaban a su alrededor como los anillos de Saturno. Todos los personajes que hay en Oriente, incluso el tratamiento de personajes reales, soy yo. Oriente c'est moi. Y lo formulo así porque creo que ésta, ya sólo por el tratamiento del lenguaje, es mi novela más flaubertiana.