Muchas veces utilizamos el calificativo de "gran concierto" para indicar que las obras interpretadas son muy hermosas y conocidas, dando por supuesto que la interpretación también es de altísimo nivel.

El último concierto de nuestra Simfònica, el del pasado jueves en el Auditorium de Palma bien puede servir para ilustrar la afirmación anterior. Fue, en efecto un gran concierto, pues en el programa había dos de las obras más bellas del repertorio sinfónico, el Concierto número 2 de Rachmaninov y la Sinfonía número 5 de Beethoven. Pero aparte del valor en sí de esas dos grandes partituras ¿fue la interpretación sublime?

La expectación creada en torno a la cita era enorme. Prácticamente no cabía nadie más en toda la Sala Magna. Fantástico; da gusto ver cómo nuestra orquesta llena su sede habitual de conciertos. Enhorabuena pues a los programadores que supieron seducir al público.

Khatia Buniatishlivi venía precedida de una aureola de gran diva del piano. Y demostró que lo es, con una simpatía arrolladora y un saber estar sobre el escenario que imanta. Incluso los músicos aplaudieron como pocas veces su buen hacer, acompañando con euforia los aplausos del público, que motivaron la interpretación de ¡dos! bises.

La solista posee una técnica y una musicalidad fuera de toda duda. Digitación exquisita, muy buen uso del pedal y una mano izquierda que hace que los graves suenen de forma perfecta. Ahora bien, en la sesión que comentamos faltó energía. Su sonido no fue todo lo suficientemente envolvente y profundo para ese concierto de Rachmaninov, que pide que el piano suene por encima de la orquesta. No fue así, en más de una ocasión parecía un instrumento más del grupo, no un solista destacado. Le faltó volumen al teclado y le sobró a la orquesta. Ese es el pero que podemos poner a una versión muy musical de una de las obras emblemáticas de principios del siglo XX.

La orquesta sola abrió con la Obertura Ruslan y Ludmila de Glinka que sonó muy bien y cerró con la Quinta. Aquí Mielgo y sus maestros, aunque con algunas dudas en los vientos al principio de la sinfonía, estuvieron elegantemente notables. Desde esas cuatro notas que marcan el destino de la obra, hasta la gran coda final, la Simfònica resolvió con maestría el reto de interpretar una de las partituras más conocidas de la historia de la música. Mención especial a las cuerdas, especialmente los bajos que sonaron muy bien, y a los timbales (¡bravo Armando!) siempre tan delicados en Beethoven. De hecho, de toda la propuesta me quedo con el Andante con moto. Melódicamente perfecto.