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Entrevista

Joan Ramon Bonet: "Palma es una ciudad rota, sucia e inculta"

"Brel y Brassens me ayudaron a pensar y reflexionar, a vivir" - "Como oyente, necesito la música a diario"

Joan Ramon Bonet, en la tienda de discos Xocolat. manu mielniezuk

P ¿Cuál es su relación actual con la música?

R Escucho música pero no participo de ella como intérprete. Para mí, la música ahora es un placer. La necesito a diario, como el viento, el aire o el mar rompiendo en la arena, que también es música fabulosa.

P ¿Cuál ha sido su último descubrimiento musical?

R Hay gente interesante pero no estoy al día de lo que se está haciendo entre los jóvenes. No tengo tiempo para cogerlos, porque todo va tan rápido, aunque hay música que no me interesa en absoluto, como ese pop tipo Sanz (Alejandro). A mí me siguen interesando Jacques Brel y Brassens, un buen trompetista de jazz o lo que hace Maria del Mar Bonet en estos momentos, y no porque sea mi hermana. Soy selectivo a la hora de escuchar.

P ¿Qué le siguen contando Brel y Brassens?

R Unas historias que me ayudaron a vivir. Brel y Brassens me ayudaron a pensar y reflexionar. Son músicos que cuentan historias de gente de la calle, como Quico Pi de la Serra y su L'home del carrer. El 90 por ciento de la gente lo que hace en la vida es recibir: recibir patadas de los políticos a los que hemos votado, patadas de los que nos venden el pan en un supermercado, que no saben ni siquiera dónde se ha hecho ese pan; y más patadas, al no poder decidir nada en absoluto. Quien se piense que puede decidir algo con un voto va muy equivocado.

P Al recoger el Premi Enderrock d'Honor, hace unos meses en el Xesc Forteza, fue muy crítico con su ciudad natal, Palma

R Soy crítico con la Palma actual. Yo nací en aquel barrio (Calatrava), en el carrer de la Llotgeta, y poco después nos instalamos en la Pelleteria, una calle con vida: tenía un par de bodegas, dos carpinteros, el famoso forn den Miquel, vecinos que hablaban en la calle? Hoy es un decorado de especulación. ¿Quién es el responsable? Primero, quienes han vendido sus casas y no han dejado que nadie fuera a vivir en ellas con una renta normal; toda la gente de Palma se ha tenido que ir a vivir más allá de las murallas. En el centro hoy solo viven alemanes y suecos ricos. Y encima los políticos que gobiernan pretenden contarte una historia macabea. Palma es una ciudad sucia, rota e inculta.

P ¿Usted también padece turismofobia?

R Yo no tengo turismofobia. Vivimos del turismo. De pequeño yo me ganaba unas pesetas en una playa, abriendo casetas, así que sé perfectamente qué es el turismo. Todo lo que sea fobia es ridículo. Palabras como fobia o muerte no tendrían que existir aunque igual no tendrían que venir tantos turistas, porque muchos no saben ni dónde están.

P Dejó el oficio de músico hace 50 años. ¿Cómo se lleva con su legado musical?

R Ni bien, ni mal. Está ahí, y yo ni soy crítico ni lo escucho ni estoy a favor ni en contra. Tampoco me interesa si es bueno o malo. Lo único que me sabría mal es que hubiera dicho tonterías en esas canciones aunque no creo que haya chorradas en mi música.

P Sus canciones tienen ya medio siglo de vida. ¿Qué convierte a una canción en imperecedera?

R Que te diga algo. Hay tangos imperecederos y otras canciones que no se aguantan ni se aguantaban en su época.

P ¿Qué ha significado para usted ser músico?

R Entender la música como educación. Yo nací con los conciertos de la Orquestra Simfònica, en el Teatre Principal. Estudié en el conservatorio, aprendí violín, y eso me dio un arma cultural, un camino.

P ¿Qué le llevó hasta la Nova Cançó?

R Un viaje que hizo mi padre a París para hacer una cosa sobre el nouveau roman. Mi padre tenía un tío zapatero en París, en el barrio de Porte des Lilas, donde vivía Brassens. El tío Lorenzo hacía zapatos de bailarinas para el Folies Bergère. Por las tardes, él y Brassens tomaban un vinito juntos. A su regreso, mi padre vino con un disco de Brassens. Tanto mi hermana como yo estudiábamos francés, y Brassens, con 14 años que tenía yo, me abrió otro mundo. Entendí que podía disfrutar de algo más en esta puñetera vida.

P ¿Cómo entró en Els Setze Jutges?

R En aquel tiempo Palma era una ciudad muy provinciana, muy baja de tono. Mi padre dio unas conferencias sobre la canción francesa. Por entonces yo rascaba la guitarra y me dijo: por qué no ilustras la conferencia con una canción de Brassens. Aquello tuvo algo de éxito y repetimos, la segunda vez ya con dos canciones de Brassens y un tema propio. Ahí empezó todo. Un amigo de mi padre, Josep María Costa, me comentó que yo estaba haciendo lo mismo que se hacía en Barcelona y Valencia. Grabé una canción y envié una cinta a Barcelona, a Enric Gispert, que estaba trabajando con Josep Maria Espinàs y Lluís Serrahima, quienes empezaron la Cançó. Yo estaba navegando y al llegar a Brasil me encontré una carta en la que me decían que Els Setze Jutges me querían conocer.

P ¿Cómo eran los conciertos en los años 60?

R Solo salir ya tenías al público metido en el bolsillo, te aplaudían antes de empezar. Ahora lo tienen más difícil. Siempre pensé que nosotros jugábamos con las cartas marcadas. Hacíamos algo que la gente necesitaba. Eran años de dictadura, de censura, años que, por cierto, están de vuelta.

P ¿Se sentían políticamente importantes?

R No. Yo nunca sentí que hiciera una labor política o abriera un camino en ese sentido.

P ¿Cuándo fue la última vez que se agarró a la guitarra?

R Hace unos meses. En casa a veces la cojo. Tengo canciones inacabadas que me gusta que estén inacabadas, así no las abandono nunca.

P ¿Por qué dejó de cantar?

R Porque pensé que había cubierto una etapa. Llegó un momento en que o tenía que mejorar profesionalmente o dedicarme a otra cosa, y decidí hacer otra cosa. En la familia ya tenemos a Maria del Mar Bonet, muy exigente en su trabajo.

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