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Crítica de cine

Pico y pala

Los psicólogos de pareja insisten, machacan, que las relaciones sentimentales son pico y pala. En el cine, ídem. La comedia es el género, con diferencia, más difícil del séptimo arte. Si no se nace con el talento de Woody Allen o Billy Wilder para hacer reír hay que picar y cavar. Escribir un borrador, analizarlo, pulirlo, afinar los personajes, tachar, reescribir, pulir, tachar, reescribir de nuevo, enchufar el bullshit detector de Hemingway o recordar el inconformismo de Lubitsch: '¿se puede contar de forma aún más sutil?'

El guion de Miamor perdido tiene una premisa levemente cómica: Una pareja, tras superar la fase de arrobamiento, se pelea no por la custodia de un hijo sino de un gato. Como no mata esa premisa, el segundo pilar son los personajes. En las comedias románticas suelen ser pasmarotes, tímidos, pagafantas. Aquí no, los dos son extravertidos, sin problemas para ligar, y volátiles. O sea negados para el pico y pala. O sea frívolos, síntoma de egoísmo. Además los trabajan en el mundo del espectáculo. Él es un Seinfield castizo; ella escribe teatro. Eso se justifica sólo para que al final se arrojen los trapos sucios en un escenario. Falta contraste, chispas auténticas, entre ellos; sobra, transpira, ombliguismo gremial. Otra elección dudosa es el animal. Los mininos son alérgicos a las cámaras; mejor un perro con carácter ( Frasier) o tirarse al monte con un agaporni, una iguana o una tarántula. Por esas y adicionales endebleces la película es graciosilla más que divertida. Ni risas, ni lágrimas, ni romance desatado. Sólo la salva el oficio, adquirido con pala y pico, de Rovira y Jenner.

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