Diario de Mallorca

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Crítica de Música

Música cromática

Rere la llum de Llull.

Projecte Vol-Art

Obras de M. A. Aguiló. Basílica

de Sant Francesc de Palma. 24/11/18

La sinestesia es una cualidad (algunos dirían trastorno neurológico) según la cual algunos de los cinco sentidos se entremezclan, lo que permite a los que la tienen (o padecen) ver la música o escuchar el color. O algo parecido.

En el concierto del pasado sábado, el primero de lo que quiere ser un ciclo anual con el título de Vol-ART.1, Miquel Àngel Aguiló, persona inquieta como pocas en esta tierra, nos propuso un viaje alrededor de los sentimientos y de la vida, con la figura de Llull como excusa y además cerca de su espacio natural que es la tumba de la Basílica de Sant Francesc de Palma. Un viaje sinestésico, con colores, palabras y música.

La idea y el proyecto, al menos sobre el papel, eran del todo apreciables. De entrada todo parecía llevar al éxito. Que lo fue, pero no tanto, pues la realidad fue otra, por motivos ajenos a la voluntad del alma mater del proyecto. Aguiló cumplió, sin duda, pero algunas adversidades jugaron en su contra, con lo cual el resultado no lució todo lo que a priori debía.

Para empezar, la multitud de gente que a última hora quería asistir al evento retrasó casi veinte minutos su inicio. Que resultó muy convincente, aunque con cambio del orden de las obras. Alexis Aguado aportó, como solista de violín, una dosis de efectividad y musicalidad fuera de toda duda, acompañado por una orquesta que en todo momento marcó muy buenas maneras, a las órdenes del propio Aguiló. Fue, justo después de esa primera y corta parte cuando se rompió la magia (paradójicamente el título era El màgic encanteri). Toda la atmósfera de sonido y color despareció por la larga espera entre las dos partes. Una espera que, sin motivo aparente y sin explicación, duró más de media hora. Costó rehacer el ambiente de placidez y sentimiento conseguido. De hecho no volvió a las cotas altas conseguidas antes de la pausa. Ya nada volvió a ser igual. La música siguió por los mismos caminos de calidad, pero el público ya no lo apreció de la misma manera. Es lo que pasa cuando hay una rotura, ya nada es como al principio. Cierto es que el juego de luces siguió aportando algo nuevo al espectáculo, cierto es que las proyecciones sobre la cúpula de la iglesia también añadían valor a la performance, pero el público no lo recibía de igual forma. Esa segunda parte, en la que actuó como solista Joan Rodríguez al oboe y en la que intervinieron también recitadores y voces femeninas, aunque musicalmente más extensa y densa, no sedujo tanto como la primera, mucho más breve. Todo por un intermedio demasiado prolongado, desconcertante y sin explicación.

En resumen, una idea brillante, llena de interés, donde las diferentes versiones del arte se dieron la mano, pero algo fallida por un tiempo muerto innecesario.

Esperamos con interés el Vol-Art.2. Como dice Popper, de los errores también se aprende.

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