¿Amigo de los premios?

Hasta el día de hoy los he aceptado porque han sido compatibles con mi manera de ser.

¿Qué significa para usted este Premi Enderrock a toda una Trayectoria?

Que algo habré hecho. Estoy orgulloso, más que de los premios que me han dado, de los guiños, como los otorgados en su día por la Obra Cultural Balear (Premi 31 de Desembre), GOB y también un Importante del Diario de Mallorca.

¿Cómo era el ambiente musical en su Manacor natal cuando empezó su carrera?

De una solitud fantástica. Era el principio de toda aquella historia de los grupos que tocaban en hoteles y que compraban aquellas guitarras que ahora todos los indies buscan para decir “tengo una Fender del sesenta y tantos” y que probablemente suenan mejor que las del 2018. Mis sueños pasaban por lo que veía en una tienda de instrumentos de Manacor: unas guitarras color púrpura maravillosas.

¿Qué buscaba en la música?

Lo mío era una mezcla de vocación innata, una inquietud, y también unas ganas de congeniar con la gente y quizá de enamorar a alguna chica. Siempre he sido enamoradizo, que no quiere decir mujeriego.

¿Entre sus amores hay muchas guitarras?

Por supuesto, amores de los que hablé en el monólogo Damunt sa roca que presenté en el Teatre Principal hace ya un tiempo. Un enamoramiento de verdad con todo lo que supone de buscar, perder, encontrar, camear... Un amor con fundamento.

¿Nunca las ha maltratado?

Nunca. Alguna se me ha caído, pero por imbécil.

Este 2018 se han cumplido 50 años de la primera vez que pisó un estudio para grabar.

Yo era el cantante y guitarrista de Los Lagartos, un grupo indie del Manacor de los años 60, que nació como The Lizards. Y me estrené en un estudio como suplente, porque el cantante titular del grupo que tenía que grabar, el Grupo 15, hacía la mili. Aquel era un grupo puntero, como Los Beta, Los 5 del Este o Los Javaloyas, que eran cojonudamente buenos. Al margen de la canción recuerdo tres cosas: el olor del estudio, a máquinas; el avión Caravelle que me llevó desde Mallorca a los estudios EMI de Barcelona; y la comida postestudio con el representante del Grupo 15, que era el desaparecido Paco Vicens, y en la que también estuvo Xesc Forteza. Si tenía quince años los acababa de cumplir, era como los gitanillos, una esponja, con los ojos grandes, mirando y percibiendo aquel momento especial.

Siempre ha funcionado como una esponja.

No me ha quedado más remedio. Aunque estudies en escuelas regladas, o eres una esponja o mejor déjalo. Pero para esponja los cubanos y los gitanos...

Como Tomatito.

Estando de gira con Palabra de guitarra latina, en un hotel de Madrid, Tomatito me dijo: “Juan, pásame unos tonos [armonías] que tengo que ir a grabar mañana unas bulerías”. No me pedía unos tonos, sino un trocito de mí. Hay que ser esponja, de lo contrario...

Hace veinte años se celebró la última edición de los conciertos de Palabra de guitarra. ¿Nunca pensó en recuperarlos?

Sí, pero es probable que nunca suceda. Lo intenté como parte de un proyecto muy ambicioso, desde Mallorca, que necesitaba contactos y esfuerzos. Los tiempos han cambiado, y con ellos la industria y el comercio de discos. Ya por no haber no hay ni cedés en los coches.

¿En un estudio siempre encuentra la felicidad?

En el estudio acostumbro, cuando me quedo retorcido, a decir: tranquil, ho aconseguirem. Yo creo en el estudio, en el sentido de crear.

Confiese quien le enseñó a tocar la guitarra.

Los primeros acordes me los enseñó un batería de Felanitx que también tocaba el bajo y la guitarra, Jaime Fiol. Luego aprendí estando mil horas sin parar de tocar y también gracias a muy buenos guitarristas, que son con los que de alguna manera he convivido, como dos que tristemente ya murieron: Manolo Bolao y Larry Coryell.

Se olvida de Kevin Ayers.

Kevin Ayers era un guitarrista horroroso. Si te ponías al lado de su amplificador podías aguantar, a lo mejor, 20 segundos. Pero su mano derecha, haciendo aquel ritmo que era una especie de híbrido jamaicano, era la mejor que he escuchado en mi vida.

¿Qué le reveló su etapa hippy en Deià, en Llucalcari?

Me reveló tanto que aun sigo ahí. Aquellos años fueron una maravilla, una maravilla vital.

Otra maravilla fue Zebra, uno de sus grupos preferidos.

Por supuesto. Zebra nació como resultado de la fusión de los Z 66 y Los Bravos. Me propusieron entrar en el grupo estando yo en Sgt. Pepper’s. Por supuesto dije que sí. Fue un grupo impresionante, y sus directos eran los mejores. Lo nuestro era de verdad. No había nada que oliera a chamusquina.

Desde hace años anda volcado en su faceta como productor. ¿Qué necesita una banda para que acepte trabajar con ella?

Paciencia. También que sean suficientemente concretos, precisos y que sepan en un momento determinado valorar las opiniones y las posibles concreciones que pueda hacer el productor, que al final es como el director de una película.