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Opinión

El inconformista

Un rasgo destacado de Bernardo Bertolucci, que compartió con muchos grandes creadores de todas las ramas artísticas, fue su inquietud intelectual, vital y artística. Labró en terruño conocido (Novecento, La historia de un hombre ridículo) y se echó al monte cuando olió buenas historias. En La estrategia de la araña adaptó a Borges; en El cielo protector, al 'africano' Paul Bowles; en El conformista, a Moravia; en El último emperador, al magno Pu-Yi; en Partner, a Dostoyevski; en Soñadores al menos conocido Gilbert Adair. El último tango en París es un desatado amour fou inspirado en obras de Francis Bacon. Flojeó, sin llegar al gatillazo, en La luna o El pequeño Buda. Logró con esfuerzo marcar estilo, se rodeó de excelentes colaboradores como el director de fotografía Vittorio Storaro.

'El último tango en París' fue su consagración internacional y, con efecto retardado, su destrepe al infierno por la encerrona a Maria Schneider en la escena de la mantequilla. Ese feo episodio le ha enviado al purgatorio, junto con Polanski, Woody Allen y algún futuro tapado, y empujado a los cinéfilos al confesionario. ¿Merece la pena máxima, destierro y olvido? O mejor un tercer grado. Tatuar su machismo en un lugar visible de su biografía y reconocer a la vez su talento como cineasta (El conformista es su cima), su compromiso político antifascista y su contagiosa pasión por el cine y la literatura.

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