La pintura de Waldo Balart (Banes, Cuba, 1931) es una extensión de su vitalidad y energía. Un universo repleto de color que surge de un método que respeta el orden que viene de la naturaleza. Waldo lo explica desde la galería Roy de Felanitx, un nuevo espacio que se inaugura hoy a las 17 horas con una selección de las obras concretas del artista cubano. El comisario y crítico Javier B. Martín se encargará de la presentación en la flamante sala de la felanitxera plaza Pax.

Waldo salió de La Habana en 1959, en el último avión que salió literalmente de Cuba. Su excuñado, Fidel Castro, que estuvo casado durante ocho años con su hermana Myrta, acababa de tomar el poder. "Él ya era el ídolo allí", comenta el pintor. "Lo que ha causado en el pueblo cubano es miserable", sostiene. "Por desgracia, tuve razón al marcharme en seguida. Mis hermanos siguen estando allí y sufren", lamenta. Waldo no confía en el actual proceso de apertura del país. "El sistema que hay sigue sin permitir la libertad y por eso mismo no hay posibilidad de cambiarlo", opina. "Tampoco sé muy bien cuál puede ser el papel de la cultura en situaciones de este tipo. Cuando hay un ejército detrás, poco puede hacer el arte", agrega.

Waldo se exaspera cuando piensa en los condescendientes con el régimen castrista. "Viven bien, ¿pero no ven que el resto se muere de hambre?". "Ahora se habla mucho de los muertos ahogados en el Mediterráneo, una tragedia sin duda, pero hace sesenta años que los cubanos ponemos rumbo a EE UU por el mar y nos acaban comiendo los tiburones", denuncia.

El artista hace un alto. Prefiere hablar de pintura. "Aquí hay una selección de casi 30 obras que representan cuatro décadas de trabajo", explica. "Creo que mi evolución ha sido muy natural, no se ven fracturas importantes. Sigo trabajando con los colores, pensando que son productos de la luz", señala. Waldo ha generado su obra a través de lo que él mismo ha llamado el orden axiomático. Antes de ponerse a pintar, prepara unos esquemas que parten de unas tablas numéricas perfectamente estructuradas. Donde la medida es el espectro de la luz y donde establece el orden en que vienen los colores.

Fue en Nueva York, en los 60, en esa ciudad crisol de todas las culturas, donde Waldo decidió tomar el camino del concretismo, un sendero muy distinto al pop-art de su amigo Andy Warhol, en cuyas películas participó. "La reducción a la que he llegado ahora con la pintura ha sido gradual. He llegado a través de una evolución. Una evolución de ideas, porque el arte concreto es una cuestión intelectual", sostiene. "A pesar de que en la recepción del cuadro lo que prima es la cuestión del sentimiento", apunta. "Suscribo lo que dijo Malévich sobre la pintura: la intuición y la razón han de ir juntas", comenta. "En estos cuarenta años he mostrado que, aunque hay un gran pensamiento detrás de la obra, la sensibilidad siempre está ahí", indica.

La disciplina es muy importante para Waldo, "pero que no sea militar". "La disciplina la decide uno mismo". Por la mañana, el pintor pierde el tiempo en casa (reside en Madrid) desayunando. Lo hace con calma. Luego se pone a pintar. "Vivo y trabajo en el mismo lugar. Yo pienso que estoy viviendo con mis obras", confiesa. La disciplina, cree el artista, es lo que propicia la inspiración. "Ese momento nunca llega si no estás trabajando", observa.

Waldo reside desde los setenta en España. En seguida conectó con el grupo de los informalistas a través de César Manrique. Y después conoció a todo el círculo de los concretos y los que entonces se llamaban constructivistas.

Acabar un cuadro

El pintor tiene una técnica propia para saber cuándo está terminado un cuadro. Comenta que trabaja con ciertos esquemas geométricos. "La geometría que yo uso es para facilitarme la obra. Antes de empezar un cuadro lo tengo diseñado. Está terminado cuando el cuadro refleja el diseño que yo había pensado", explica.

A Waldo le hace ilusión inaugurar en Felanitx, en el pueblo natal de Miquel Barceló. "Me encanta, no sabía que fuera de aquí. Barceló tiene una energía brutal. Su pintura tiene lo que ha de tener la buena pintura para mí: no ofrece una solución emocional definitiva, sino que pone una incógnita en tu vida", considera. "Para mí el pintor debe ofrecer provocaciones emocionales. Y creo que Barceló provoca muchísimo. Yo también busco eso, pero desde un lugar distinto al del artista mallorquín", señala.

Acerca de la proliferación de instalaciones en las exposiciones actuales, Waldo opina que cabe preguntarse: "¿Cuál es la intención del artista: provocar o agradar? A mí no me interesa dar soluciones. En la vida hay que buscar interiormente, que no es tanto dar con una solución. De hecho, yo pienso que en realidad la solución es seguir buscando siempre, sin descanso", comenta. "Eso sí, sin deprimirse. Intentado disfrutar. No soy nada masoquista", confiesa.