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Crítica de cine

El olor de un hombre bueno

Lázaro, por gentileza de San Lucas, es un nombre propio convertido en paradigma de pobreza y bondad. La guionista y directora tirolesa Alice Rohrwacher leyó hace tiempo la noticia de una marquesa rural que tenía a medio centenar de trabajadores de una gran finca donde cultivaba tabaco en un régimen de esclavitud feudal. Sin llegar a los malos tratos, sí era lacerante en los restantes derechos humanos universales.

A ese triste episodio de anacronismo social le aplica Rohrwacher la parábola de Lázaro. El primer tiempo, la primera parte, está ambientada en los años 90 del siglo pasado. Narra las penurias de los payeses y las ínfulas de los señoritos con un realismo muy logrado, un toque Delibes aplicado al país transalpino, que no engancha del todo porque destaca más la faceta antropológica (con muchos actores no profesionales) sobre la dramática. La resurrección que abre la puerta al salto temporal es muy limpia, inspirada en el Rip van Winkle de Washington Irving, que a su vez libó de los griegos y leyendas centroeuropeas del primer milenio. La segunda parte, el presente, es brillante. Si Pasolini (el neorrealista) siguiera vivo en este siglo XXI no lo habría hecho mucho mejor. Los payeses han pasado del guatepeor de la finca al guatemala de pícaros indigentes urbanos. Los señores no han corrido mejor suerte, sin expiar del todo sus pecados. El bendito Lázaro les descoloca a todos de nuevo y también les recoloca (o al menos les recuerda el camino) moralmente. La película no matiza el maniqueísmo evangélico (vileza de los ricos frente a indefensión de los pobres) pero lo refresca con mucha autenticidad y originalidad.

LAZZARO FELIZ

Italia, 125 min.

****½

De Alice Rohrwacher. Actores: Adriano Tardiolo, Agnese Graziani, Luka Chicovani, Sergi López Cines: CineCiutat

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