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El Kanka: "Por muy bestia que sea una canción, no es terrorismo; vamos hacia una dictadura de lo políticamente correcto"

"Yo no hago las letras de Valtònyc, pero me aterra cómo se está aplicando la ley", espeta el músico malagueño

Juan Gómez Canca, conocido en el mundo de la música como El Kanka.

Llega a Mallorca para presentar, el próximo 18 de noviembre, en el Trui Teatre, su último disco, El arte de saltar. ¿A qué arte se refiere?

El título no se lo puse yo, me resultaba imposible porque las canciones eran todas muy distintas y me costaba mucho encontrar un hilo conductor. Al final dio con el título la diseñadora de todos mis discos, Anabel Perujo. Entendió que el disco era como más serio, arriesgado y poético que los tres anteriores, que suponía un cambio, y que incluía canciones como de superación, de tirar para adelante, como Tienes que saltar. Pues haciendo alusión a este título, y entendiendo el arte como oficio, como aprendizaje de la vida con el que sortear los obstáculos, y de enfrentarse al abismo, no paralizarse por los miedos y tener el valor de saltar, pues lo escogió.

Nuevas canciones, poéticas, dice, y también muy amables. ¿Es una bandera lo del buen rollo?

Supongo que sí, pero yo no creo en las banderas ni en las etiquetas. Me han puesto la del buenrollista, pero bueno, prefiero esa a que me llamen el cantautor de la mierda. Yo hago canciones sobre cosas que me emocionan a mí, que me hacen pensar, que me parecen divertidas o lo que sea. Es verdad que hay un tono amable general, pero me sale sin querer. Es cierto que hay una tendencia generalizada en la canción de autor a recrearse en la melancolía y en las miserias de la vida, incluso en la rabia, pero a mí me cuesta escribir desde esa perspectiva y hablo más de la superación, de cómo enfrentarse a las penas. Quizá, al no ser muy común todo esto, se ve como algo más alegre, de ahí lo del buenrollismo.

“Para que todos okupemos esta tierra con la única frontera de un mundo de todos”, dice en Para eso canto, el tema que abre su último trabajo. ¿Con sus canciones también quiere protestar?

Sí. Hago más canciones de empatía que de protesta pero también pienso que muchas de las cosas que pienso hay que decirlas. En mi cancionero también hay alguna burla, alguna reflexión con la que pretende dar una opinión al margen de la opinión general. Me gusta que en mis letras haya mensaje, un contenido a partir de la sinceridad y la verdad, y no sean un mero juego de palabras.

¿Qué le irrita últimamente?

Muchísimas cosas. Por decir una, lo que está sucediendo con la libertad de expresión. No solo me irrita, también me da mucho miedo. Yo no hago las letras que hace Valtònyc, que son mucho más bestias, pero me aterra no solo cómo se está aplicando la ley, también hacia donde nos estamos dirigiendo como sociedad. Es positivo que la sociedad sea más sensible y se haya puesto coto al racismo y al machismo pero a día de hoy hay que tener un extremo cuidado a la hora de hacer un chiste o un comentario sobre lo que sea, y eso me parece peligroso. Estamos cayendo en una especie de dictadura de lo políticamente correcto. Me parece una injusticia absoluta que se condene directamente a personas por obras ficticias, como son las canciones. Por muy bestias que sean no dejan de ser canciones, no es terrorismo.

¿Qué otros temores le atenazan?

Uy, yo soy bastante temeroso. Como muchos le tengo miedo a lo desconocido, a la muerte que nos ronda, al dolor de la vida… La realidad en sí misma te puede asustar, es inmensa. Pero el miedo, como dice mi canción, no nos debe paralizar.

¿Nunca le ha tenido miedo al escenario?

También, pero a mí el escenario me encanta. En los conciertos me lo paso muy bien, como un enano, como un gorrinillo en el fango. Yo soy tímido y me ha costado mi trabajo aprender a ponerme delante de tanta gente. La primera vez que fui al Viñarock, ante 20.000 personas, me impresionó mucho. Pero pesa más el disfrute que el miedo o la vergüenza. El 90 por ciento de las veces me subo al escenario tranquilo por tengo oficio.

Que se lo digan a Ramoncín si impresiona o no el Viñarock.

A ese si que le impresionó, sí, pobre mío.

De Ramoncín a un maestro de la canción, Jorge Drexler, que colabora en su disco. ¿Cómo surgió esa complicidad?

Fue muy natural. Yo tengo un grupo de wasap junto a otras doce personas, todos poetas o músicos, y jugamos con las palabras. Drexler es uno de ellos. Como tenía su número de teléfono, y como lo considero un maestro, un referente, se lo pedí. Le escribí unas décimas pidiéndole que cantara conmigo, y demostró su generosidad y aceptó. Me hizo feliz.

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