Diario de Mallorca

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Sálvese quien pueda

Todas las familias felices se parecen pero cada familia infeliz lo es a su manera. Valga la transitadísima frase inicial de Ana Karenina para enmarcar una obra difícil de definir y, hasta cierto punto, de complicada digestión. Una historia que empezó a fraguarse en la casa particular del director -hoy en día, de los más sólidos de teatro hecho en español-, que se movió en los circuitos independientes de Buenos Aires y que de ahí se proyectó al infinito. Trece años después de su estreno (en el mismo piso de Tolcachir), el montaje ha visitado más de veinte países y los Coleman siguen girando. ¿Por qué? Porque la escritura es exquisita; porque los intérpretes son muy convincentes; porque una vez atrapamos los códigos y las reglas que se nos proponen todo fluye de manera impecable; porque los personajes extremos - Mario, por ejemplo, que es un prodigio de construcción y ejecución- también resultan entrañables y porque los más convencionales tienen mucho de nosotros mismos.

Tolcachir planta ante nuestros ojos algunas de las miserias más humanas: el egoísmo en su forma más cruel, el 'búscate la vida' sin atender a los cadáveres que dejas atrás. Pero mientras lo hace nos invita a reírnos, y nos reímos. Y en el camino insinúa asuntos graves, coquetea con los tabús y gestiona la locura, para provocarnos. Y nos agita, nos plantea interrogantes y nos obliga a especular, y a pensar en nuestras propias omisiones.

Hay mucho teatro porteño en este retrato delirante, conmovedor e incisivo, pero también neorrealismo italiano -desde el cine de Visconti ( Rocco y sus hermanos) al teatro de De Filippo ( Filomena Marturano, por ejemplo)-algo de esa enorme Mamma Roma de Pasolini y hasta elementos que nos evocan al cine de Wes Anderson. Una delicia, en definitiva, que merecía estar más de un día en nuestra cartelera.

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