El estudio, taller o despacho en el que Joan Miquel Oliver (Sóller, 1974) se entrega a la creación, ya sea literaria o musical, es precisamente como sus cançonetes o libros que publica: sencillo, ordenado y sin excesos. Situado en los alrededores del palmesano Convento de Santa Clara, el prolífico extraterrestre acude a su nave de ideas a diario, desde es Molinar, tras dejar a su hijo pequeño en la escuela y rodar con la bici, un ejercicio que le permite ir calentando su cabeza. "Yo trabajo con el cerebro, mi máquina es el cerebro. Cuando vengo con la bicicleta ya le voy dando vueltas a las ideas. Aquí vengo a hacer los apuntes, todo lo otro ya rula en mi coco todo el tiempo. Siempre estoy de guardia", confiesa este genio de la experimentación.

Una pequeña y alargada sala da la bienvenida al visitante de su despacho. Con un pie de micro, colgado del techo, y media docena de amplificadores, algunos diminutos, ha dado forma a todas sus obras de los últimos diez años, desde el falso directo Concert a París de 2011 que grabó con Albert Pla hasta su último trabajo, Elektra. "La sala suena muy bien porque es muy irregular, con aquella pared redonda, el techo torcido y todo lleno de rincones", señala. Unas maderas colgadas de las paredes ayudan a aislar esta habitación del ruido, que a veces se cuela del exterior, por culpa del patinete de moda, el eléctrico segway. Una hamaca, porque Oliver es un devoto de la siesta, de un hora como mínimo, y un cojín de "ciclosofía" que le regaló Clara Ingold invitan al descanso, porque no siempre hay que clavar los codos: "Aquí tanto me da por limpiar, como hacer bricolaje o montar una pedalera".

La lectura la cultiva en casa, pero en su refugio no faltan los libros, una selección de sus preferidos, de Tom Wolfe, Charles Bukowski, Jim Dodge, Truman Capote, Franz Kafka o Knut Hamsun, el escritor noruego que ganó el Nobel en 1920 y del que se declara fan; y también mucha poesía y ensayo, de autores como Blai Bonet, Josep Pla, Núria Martínez-Vernis, Gabriel Ferrater o Miquel Cardell, de quien posee uno de sus primeros poemarios, Magazine, escrito a principios de los 80. Libros y, por supuesto, discos, de Jaume Sisa, Sinéad O'Connor, Quimi Portet, CocoRosie, Pascal Comelade o Mike Oldfield, "un artista que nunca me ha dejado de gustar", apunta. Mención aparte merece La Bohème, de Beef, proyecto liderado por David Rodríguez, pareja en la vida real y en la profesional de Ana Fernández Villaverde, la otra mitad de La Bien Querida, a quien considera uno de los gurús de la música pop a nivel estatal. "Es un puto crack -subraya-. Cuando lo descubrí me cambió mucho la concepción de la música. Yo venía de hacer con Antònia Font Alegria y defendía que el pop tiene que ser una cosa modosita, agradable y este trabajo, de 2002, es todo lo contrario. Es ultrapop. La música pop no es un estilo de música, no es una sonoridad, es una concepción musical, es una idea musical, y así hice Taxi. Me dije, si David es capaz de hacer esto, ¿por qué yo no puedo hacerlo? Cuando se lo digo a David me suelta: pero qué dices, si soy un cutre y no sé nada. Para mí es un genio", insiste.

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Dos mesas, una para la escritura y otra para la escucha de sus temas, ocupan otra dependencia, con un par de cuadros colgados, como uno obsequio de su amigo Xavier Dalmau con motivo de su 40 cumpleaños; otro de su suegra; o un retrato dibujado por él mismo de su fiel amigo Martí Prats, con quien cursó la carrera de Filosofía. "En Surfistes en càmera lenta salieron dibujos míos pero yo no pinto. Quise pintar en su día pero es muy difícil, es una vida. Controlo la música y la escritura, pero para pintar bien habría que dedicar toda una vida", reconoce un Joan Miquel Oliver que juega con la música y también con un Scalextric, un pasatiempos que le ayuda en la búsqueda del mejor sonido. "Me va muy bien para pensar, al entrar en la monotonía del circuito. Es muy zen. Pongo el disco y lo escucho de fondo. Al concentrarme en el Scalextric, cuando acabo un disco, me sirve para saber si está bien de graves", explica.

En una última y tercera habitación se amontonan baterías, un deshumificador, un caza ratones, fundas de guitarra, herramientas y "mil trastos que no empleo", reconoce. También algunos de sus tesoros, joyas con cuerdas como una magnífica Telecaster, la guitarra que ahora utiliza, "buenísima, hecha de este año, y barata, de poco más de 1.000 euros"; una Gibson LesPaul que quiere vender poque no la emplea; la que más se ha colgado, una Stratocaster de la etapa de Antònia Font, que ha cambiado hasta de color, al tener mucha batalla, "pero con un sonido que no conseguiré con otra, no la vendería por nada"; y un bajo, un Fender, una pieza antiquísima, de finales de los 60 que le llegó "de chiripa" y que suena "que te cagas", como puede oírse en Hipotèrmia (en el CD).