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Crítica de música

Also sprach Montero

El segundo concierto de temporada de nuestra Simfònica tuvo algunos elementos que lo convirtieron en especial. Primero por el obligado y sentido minuto de silencio que toda la sala, músicos y espectadores, puestos en pie dedicaron a las víctimas de Sant Llorenç. Silencio, dolor y recuerdo.

Pero también fue especial por algunas de las obras. No es habitual que el solista interprete una obra propia. Y así fue, Gabriela Montero, una de las pianistas del momento, interpretó la parte de piano de su Concierto Latino, una obra que bebe, sin esconderlas, de múltiples fuentes, desde Bernstein a Lecuona.

La obra no fue lo más interesante, sí lo fue la manera de tocar la parte solista, que realzó los momentos líricos del segundo movimiento con los más explosivos y rítmicos del primero y tercero. La orquesta estuvo bien de sonido, incluso demasiado controlada, aunque pecó de alguna descoordinación en los diálogos y el ensamblaje con el piano. En el primer movimiento, a ritmo de mambo, se notaron algunos desacuerdos.

También fue especial el capítulo de los bises. Gabriela Montero, que ya había demostrado su capacidad de improvisación cuando hace años vino a la isla para interpretar, en Bellver, el Concierto de Grieg, dedicó su primera improvisación a las víctimas del desastre natural del pasado martes. Con un tema de naturaleza impresionista, la solista evocó, de una manera muy elegante, los últimos acontecimientos. Siguieron los aplausos y pidió un tema conocido para poder improvisar sobre él. Fue el flautista, Enrique Sánchez, quien le sugirió La ci darem la mano de Don Giovanni de Mozart. Y ella lo convirtió en una lectura a modo de variaciones en las que fundió, de forma soberbia, diferentes estilos: se nos aparecía Bach pero también Scott Joplin. Delicioso.

Pero el carácter especial no se abandonó después de la pausa, en la segunda parte la Orquestra, con su titular al frente, nos ofreció una obra cuyo inicio es de los más populares de la historia de la música: Also sprach Zaratustra de Strauss, Richard naturalmente. Una composición que pocas veces hemos podido escuchar en directo, pues necesita un número elevado de instrumentistas, cosa que se consiguió añadiendo a la formación estable los miembros de la Academia Simfònica.

Aquí sí que Mielgo y formación estuvieron acertados. Metales, maderas, cuerdas, concertino, percusión, todas las secciones aportaron un buen hacer que convirtió el Auditòrium en un viaje en el tiempo, desde la prehistoria hasta el espacio sideral.

La velada se había abierto con una buena versión de la obertura de Haydn, Il mondo della Luna.

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