Demasiadas miradas ortodoxas y biempensantes sobre la mujer. Buena conciencia, pero tampoco sin pasarse. En el fondo, categorías buenistas del heteropatriarcado bienestante. Se agradece que las Converses de Formentor hayan pensado este año en la mujer, pero en el actual estado de cosas se precisa profundidad y menos complacencia y tópicos en los enfoques. Más compromiso. ¿A estas alturas hablar de vírgenes, diosas y hechiceras?

Por ejemplo, Lorenzo Silva ensalzó la superioridad de la mujer a través de un ensayo de Mencken y a través del ejemplo de la inteligente y fuerte malograda Lady Susan -pobrecita- de Jane Austen. Josep Massot le dio la vuelta a la afirmación de que toda la poesía es patriarcal tratando de hacer una lectura original de Las flores del mal. "Su verso es hermafrodita. Baudelaire lo que quería era ser una mujer". Otra vez la imagen de la fémina como algo grandioso. La complacencia -y en algunos casos condescendencia- se acabó en la carpa de conferencias cuando llegó el turno de la norteamericana Judith Thurman. Poca broma. Empezó advirtiendo al auditorio de que "estamos en una nueva era de fluidez en los géneros". Menos categorizar. Y señaló que etiquetas como diosas o divas, ver a las mujeres como seres excepcionales, son categorías imaginadas por el hombre. "Esto es buscar singularidades. Las mujeres modernas y las escritoras de ahora buscan menos la singularidad que la individualidad", apuntó. "Esas categorías míticas salen de ojos admirativos de hombres que miran temerosos a las mujeres", sostuvo. Thurman es consciente de que esos arquetipos han podido salvar la vida a muchas mujeres, "o al menos les ha permitido escapar de destinos más banales para sus vidas". Sin embargo, la periodista americana hizo caer en la cuenta a un asombrado auditorio por su valentía que "las escritoras no han creado sibilas o diosas porque esa grandiosidad no les interesa nada".

Así las cosas, la biógrafa de Isak Dinesen propuso una nueva categoría, la de hereje, "que tan poco gustaría al club de los muchachos viejos, esto es, el senado de los EE UU", bromeó. "Las herejes están en contra también de las expectativas de las madres por que sus hijas sean como ellas", continúa. En este punto, habló de La vagabunda de Colette, "una autora radical que quería liberarse de las categorías sofocantes". En este relato, la protagonista quiere hacer el amor con hombres, mujeres y hasta con un amante trans, explicó. "Colette insinuó en sus libros que el género es subjetivo", sentenció.

Tras su ponencia, se escucharon algunos aplausos apasionados (toda la tarde y la noche se habló de la Thurman). Al final alguien introduciendo un poco de tensión entre tanta bonhomía y caballerosidad hacia las mujeres.

Cartarescu remató bien la mesa. También bordeando los márgenes con su discurso. Reivindicó a Safo, Virginia Woolf y Sei Shonagon como grandes escritoras. "Las mujeres son mejores que los hombres en los borrados de las fronteras entre lo masculino y lo femenino", expuso. Alabó ese carácter andrógino que en realidad lo que buscaba era romper estereotipos y "una experiencia de la feminidad sin límites ni márgenes".

Las Converses, 600 personas han disfrutado de ellas en esta última edición (son gratuitas y la organización y el trato siguen siendo impecables), mantienen su interés intacto, siempre descubren a nuevos autores y puntos de vista insólitos, pero el problema es que cada vez son menos conversaciones. El formato de diez minutos por ponencia en mesas de cinco personas (a veces con perfiles parecidos) no facilita el intercambio. Hay que volver al conflicto, a la tensión en los diálogos. Los nuevos tiempos lo reclaman. Y el público. Gracias por tus diez minutos de herejías, Judith.