Mircea Cartarescu sigue siendo aquel niño que en la ceremonia del corte del mechón de pelo agarró el humilde lápiz de carpintero de su padrino para no soltarlo jamás. Su destino estaba escrito en aquel lapicero modesto y sin adorno que protagonizó anoche su discurso de entrega del Premio Formentor.

El escritor rumano, que descubrió su vocación en semejante ceremonia, pronunció un texto que contiene la misma forma que sus libros, un parlamento poético que mira al pasado pero a la vez se proyecta en el futuro, que se agarra a la realidad pero se desvanece entre ensoñaciones. El autor de Solenoide arrancó trazando un árbol genealógico de su escritura: citó a Proust, Lautréamont, Kafka, Virgilio, "individuos que escriben en soledad, con frenesí, como si les fuera la vida en ello". "En un mundo de copias sin original, ellos son los originales perdidos. Nunca se denominaron a sí mismos escritores", señala, emparentándose con ellos. En esta línea, Cartarescu se definió a sí mismo como un escritor fuera del sistemaescritor fuera del sistema: "Soy un amateur, estoy libre de afiliación. Nunca he tenido agente literario. No tengo una red de contactos. Por eso, cuando me dan un premio como éste la mía es una reacción de sorpresa", apunta.

Para el autor, la escritura es una suerte de religión con la que hacer frente a una civilización en ruinas. "A través de los filtros de la literatura he contemplado el espectáculo del mundo", confiesa. El autor relató cómo se convirtió en el único cliente de la biblioteca de su barrio, en Bucarest. "En la universidad, leía ocho horas al día. Comía libros. No tenía amigos. Vivía en los libros más que en la realidad", evoca. A continuación, desgranó su poética, su no-método de escritura, "no reviso ni edito nada, escribo sin un plan, mis libros parecen haberse escrito solos". "La escritura es una cuestión de fe en tu propia mente, por eso me parece ridículo el orgullo y el pavoneo de ciertos escritores", opinó.

En los siguientes pasajes, su discurso se tornó apocalíptico con los tiempos modernos: "Contemplamos hoy el triste panorama de una civilización sin cultura, de una cultura sin artes, de unas artes sin literatura, de una literatura sin poesía y de una poesía sin lirismo", leyó. "El mundo se ha convertido en el espacio de los crímenes de guerra y las ideologías totalitarias, del abandono del humanismo, del torrente de bulos y del arte comercial", lamentó. Ante ese aparente final de nuestra civilización, el escritor se agarra de nuevo a su lápiz de carpintero con más fuerza que nunca, para no soltarlo jamás. El parlamento lo cerró con una bella imagen que flotó sobre el auditorio: el ángel de escayola de la poesía.

El premio, dotado con 50.000 euros, lo entregó Marta Buadas en nombre de los mecenas del mismo, las familias Barceló y Buadas. Tras la ceremonia al aire libre, que este año contó con alfombra roja y auriculares para la traducción simultánea, se sirvió el cóctel en la terraza de la piscina. Generosa cena de jamón al corte, quesos, productos mallorquines, sushi y barbacoa. La cena ha crecido, es un reflejo de las Converses: aún una recuerda cuando en las primeras ediciones las croquetas se servían a un centenar de personas sobre el embaldosado.

Entre los invitados, destacó uno de los escritores que más ganas despiertan este año: Emmanuel Carrère. De tiros largos también iban un perspicaz Agustín Fernández Mallo, una simpática Sabina Urraca, el sonriente Basilio Baltasar, el chico de barrio Kiko Amat, el televisivo Joaquín Reyes y muchos más. Relación variopinta de literatos. Tampoco se perdieron la fiesta una de las editoras de Cartarescu al catalán, Maria Muntaner, el dibujante Max, el director del Solleric Sebastià Mascaró o la comisaria Neus Cortés, entre otros.

Confirmado, otro año más que ninguna autoridad hace acto de presencia en uno de los actos culturales privados más potentes de Mallorca.