El ambiente en Son Fusteret ayer empezó antes del inicio del concierto en Mallorca del rockero español más conocido a nivel mundial. Una hora antes comenzó a concentrarse gente en el recinto, y rápido se ocuparon las primeras filas. Sin embargo, y aunque fue una cita a escala isleña, el público correspondió a su héroe, y el héroe a sus seguidores. Él es Enrique Bunbury, y ayer metió a todos los allí presentes a su particular prisión de la excelencia.

Apareció enfundado en un traje blanco que contrastaba con las ropas negras de la banda -que sonó de manera envidiable- y de la mayor parte del público. Y con gafas de sol, no fuera que su luz propia le nublara a él también la vista, como hizo con las más de 2.500 personas que se entregaron a su música. Un escenario lleno de luces palpitantes que oscilaban entre azules, morados y amarillos subrayaban las figuras y los gestos del artista, que tienen sus propios tiempos, su propia inercia; que corresponden a su propio universo. Que intente alguien seguir a Bunbury. Flaqueará seguro.

Empezó por el presente, actual. Inauguró el encuentro calentando las expectativas de la gente: la ceremonia de la confusión -con su inconfundible y ya característico sonido del saxo-, La actitud correcta, Bandeja de plata, Cuna de Caín y Parecemos tontos.

Pero Bunbury lo advirtió: la propuesta era ofrecer los temas más nuevos y subir más tarde a la máquina del tiempo para repasar lo mejor de todas sus etapas. Dicho y hecho: el mar no cesa, canción de su época con Héroes del silencio, abrió la puerta de esa máquina. Y allí sonó Soy el hombre delgado que no flaqueará jamás, héroe de leyenda, el mar no cesa, despierta, que tengas suertecita. Y muchas más.

Bunbury -agradecido como el que más- incendió el escenario y embrujó -¿será por eso que mueve las manos de manera tan sugerente?- a los presentes con su correcta actitud y ese no se qué que él sí que tiene. Un no sé qué que definen palabras como clase, energía, presencia, crítica, compromiso, poder, profesionalidad, fuerza, carisma, personalidad. Y todas las que se quedaron hechas cenizas durante la noche de ayer. Porque Bunbury lo arrasó todo. Menos con la excelencia. Algo que, al menos encima del escenario, es inherente a él.