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Destinos inciertos

Un pulpo en Portals Vells

Un pulpo en Portals Vells

Tengo la certeza absoluta de que a principios de los años 60, del siglo pasado por supuesto, los pulpos merodeaban junto a la diminuta playa de Portals Vells. Quizás ahora, con la masificación de la costa, se hayan alejado de la carne de turista, de la crema solar de turista o nativo y de los flotadores con forma de flamenco rosa que están de moda en piscinas y costas. Tal vez hoy sea complicado distinguirlos de las medusas que ocasionalmente copan las aguas.

Sé empíricamente que había octópodos en Portals. Uno de ellos adivinó las aviesas intenciones de capturarlo a mano y me roció con un chorro de tinta negra para disgusto propio y de mi madre y entre risas del resto de la familia. Después me explicaron que cuando se pescan hay que girarles la capucha para evitar su sucia defensa.

Después del incidente cefalopodil y mientras me zampaba un bocadillo descomunal para el tamaño del cuerpo, llegaba una golondrina cargada de nórdicos. En pocos minutos, los marineros elaboraban una paella con el agua cristalina del mar. Eran otros tiempos turísticos. Más de andar por casa. Con una oferta anclada a la tierra.

Portals también era especial por otra razón. Permitía convertir nuestros juegos infantiles en una gran aventura. La acción transcurría en grutas adornadas con símbolos fantásticos que nuestra imaginación atribuía a seres extraños llegados de países lejanos o, quién sabe, de otros mundos. Grandes columnas, sin duda puestas ahí por gigantes, evitaban que el techo se desplomara sobre nuestras cabezas.

Ahora sé que la cueva es una antigua cantera utilizada en los siglos XIV y XV para extraer marés. La entrada son tres grandes portales, que están en el origen del topónimo. El material se utilizó en la construcción de la catedral y de Santa Eulàlia. La llaman Cova de la Mare de Déu porque, según la leyenda, unos navegantes genoveses se resguardaron en la cala de un fuerte temporal, agradecidos depositaron la imagen de una Virgen en las canteras. La escultura fue trasladada reiteradamente a una capilla de Calvià, pero cada vez, fuera por las vistas al mar o la añoranza, regresaba a su lugar de origen. Finalmente, en 1866, se construyó un oratorio en las inmediaciones que fue del gusto de la Virgen. La leyenda es más hermosa que la historia. Dejemos que prevalezca.

Tengo otra verdad absoluta sobre cómo era esta paradisiaca costa sesenta años atrás. En la vecina playa de El Mago nadie practicaba el nudismo. Eran tiempos en que desde los púlpitos se sermoneaba sobre el decoro en el vestir y desde el Gobierno Civil se emitía una orden casi anual sobre la decencia en las playas.

De hecho, ni siquiera debía llamarse El Mago. La película homónima protagonizada por Anthony Quinn, Candice Bergen y Michael Caine se rodó en 1967, algunos años después de las disputas con el pulpo.

Hoy Portals Vells sigue siendo una cala de aguas cristalinas y color turquesa. El chiringuito cercano es elegante. El puerto deportivo es una novedad que chirría, pero sus dimensiones son modestas. Hoy a nadie le importa que en los 600 metros cuadrados de la zona nudista se exhiban cuerpos con las perfecciones y defectos de que fueron dotados por la naturaleza o por el Creador. En la cueva me sigue fascinando la decoración naïf del nicho de la Virgen: flores, ruedas, el sol, la luna, algún querubín y, entre tanta naturaleza, el monograma IHS (Iesu Hominum Salvator). Portals Vells mantiene magia y misterio.

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